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Santos Juliá: “PP y Podemos no han querido hablar de pactos, no les interesaba”

El historiador considera que España ha perdido una oportunidad para emprender reformas necesarias y urgentes

El historiador Santos Juliá.
El historiador Santos Juliá.LUIS SEVILLANO

El historiador Santos Juliá (Ferrol, 1940) ha publicado libros sobre socialismo, sindicalismo, republicanismo, la dictadura o la transición, con especial atención a Manuel Azaña. Ante el posible fracaso de la legislatura considera que las políticas para frenar la caída del PP e impulsar el ascenso de Podemos han bloqueado la posibilidad de cualquier pacto.

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Pregunta. ¿Ha perdido una oportunidad España con la convocatoria de nuevas elecciones?

Respuesta. Pues sí, porque el resultado, si otras hubieran sido las estrategias políticas de los partidos, habría sido el más favorable para emprender una clase de reformas, necesarias y urgentes, que requieren un amplio acuerdo por encima de la línea divisoria de izquierda y derecha. Tal vez, viniendo de unos años de enfrentamientos a cara de perro, la oportunidad se presentó antes de tiempo y, claro está, abortó.

P. ¿Qué ha fallado? ¿No sabemos pactar?

R. Más que de un fallo o de una incompetencia, lo ocurrido es resultado de la circunstancia excepcional que atraviesa el sistema de partidos, con los dos más veteranos en claro declive y los dos emergentes con mucho todavía que ganar. Las políticas dirigidas a detener la caída en unos y de impulsar la subida en otros ha bloqueado por los extremos –Partido Popular y Podemos– un posible pacto que, dada la naturaleza de las reformas hoy necesarias, tenía que estar sostenido desde el amplio espacio de centro izquierda y centro derecha en el que se ubican PSOE y Ciudadanos. En estas circunstancias, la iniciativa de estos dos partidos, aunque mereció la pena intentarlo, estaba casi condenada al fracaso.

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P. ¿Qué había en la Transición que falta ahora para poner los intereses generales por encima de los partidistas?

R. Lo que había era unos partidos en formación, que tenían mucho que ganar si llegaban a acuerdos y mucho que perder si obstruían el proceso a la democracia y, de fondo, unos políticos proclives al pacto porque desde el comienzo de su actuación política, en el tardofranquismo, los acuerdos en la Administración, en la Judicatura, en la Universidad, en la acción sindical, entre comunistas, católicos, socialistas, sindicalistas, eran el pan de cada día.

P. ¿Hay un solo culpable o varios?

R. Más que culpable, lo que ha habido es, desde el PP la desesperante parálisis causada por la confusión entre llegar el primero y triunfar; y desde Podemos, la excitante convicción de que con un empujón más alcanzarían la hegemonía en la izquierda. Paralizado uno y excitado el otro, no han querido hablar de pactos sobre políticas concretas ni sobre reformas a largo plazo, no les interesaba.

P. ¿Haría alguna recomendación a los protagonistas de este proceso fallido?

R. No, no soy quien para recomendar nada ni es mi oficio. Lo único que puedo hacer es recordar dos cosas: la primera y principal, que el Estado español necesita un gobierno que impulse reformas urgentes, sostenidas en un amplio acuerdo que tendrá que abarcar desde la derecha a la izquierda con los nacionalistas por medio; y segunda, que una ración más de política espectáculo, con otra amplia gama de actuaciones circenses, puede hartar a la gente, ese nuevo sujeto que ha sustituido al pueblo soberano en el argot político.

P. ¿Unos nuevos comicios pueden desatascar la situación o la fragmentación parlamentaria no va a permitir más salidas que afrontar lo que ahora se ha evitado?

R. No estamos todavía ante un sistema de partidos fragmentado en exceso, aunque todo puede llegar, especialmente en el campo de la izquierda, si todas las mareas, los comunes, los compromisos y toda clase de confluencias habidas y por haber adoptan la forma partido. De momento, las encuestas no anuncian modificaciones profundas en la intención de voto, de modo que sí, tendrán que afrontar la dura realidad que ahora han decidido soslayar.

P. ¿Qué pasará si hay nuevas elecciones y el escenario sale muy parecido?

R. Lo dicho, que tendrán que pactar; que el pacto resulte inclinado a derecha o a izquierda, o asentado en el centro con apertura a derecha o a izquierda, dependerá de los votantes.

P. ¿El pluripartidismo está para quedarse o una decepción así puede reducirlo?

R. Bueno, nuestro sistema siempre ha sido pluripartidista, entre 10 y 12 partidos se han repartido los escaños del Congreso desde 1977 hasta 2015. Lo nuevo no es el pluripartidismo sino la relativa cercanía de los cuatro principales, que no ha dependido tanto del sistema electoral como del voto de los electores. Y sí, creo que esa nueva distribución, con cambios que no afectarán decisivamente al reparto de escaños, no va a desaparecer como por ensalmo.

P. ¿Debería el Rey haber tenido un papel más activo?

R. No, de ninguna manera. La Corona no es un poder político y los reyes muy activos políticamente –Isabel II, Alfonso XIII- han llevado por dos veces a la Monarquía a la ruina en nuestra reciente historia. En una circunstancia difícil, Felipe VI ha cumplido el papel que la Constitución le asigna. Los malos modos han corrido a cargo de los partidos, del PP por su desplante y de Podemos por aquella payasada de vender la piel del oso antes de cazarlo.

P. ¿Deberíamos ir a nuevas elecciones con los mismos candidatos?

R. Votamos listas de partidos, no candidatos. Pero en fin, por la derecha, una cosa es clara, con Rajoy al frente, y por razones que son ya clamorosamente obvias, no será posible que el PP participe en los pactos que abran un futuro de gobierno estable y capaz de acometer reformas. Y por la izquierda, no creo que la fascinación por el vacío que tienta a los socialistas de manera intermitente, les mueva a provocar la caída de Sánchez. En fin, Rivera e Iglesias tienen cuerda para rato; cómo de largo será el rato está por ver.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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