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Votar no es pecado

“Que gane el diálogo, que las urnas decidan”, es el título del artículo de Puigdemont y Junqueras en EL PAÍS

Josep Ramoneda
Oriol Junqueras y Carles Puigdemont.
Oriol Junqueras y Carles Puigdemont.Massimiliano Minocri

“Que gane el diálogo, que las urnas decidan”, es el título del artículo firmado por el presidente Carles Puigdemont y el vicepresidente Oriol Junqueras en EL PAÍS, invitando a negociar una salida a la cuestión catalana por la vía escocesa. El gobierno optó por la respuesta de carril: “No se puede negociar lo que es ilegal”. Siguió la tradicional cascada de reacciones conforme a los guiones preestablecidos. Una muestra más del estancamiento del debate político. Solo la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, forzó un poco los códigos de circulación de su partido, al sugerir que era necesario preguntarse “qué ha fallado para que una parte muy importante de Cataluña quiere marchar de España”. Un doble reconocimiento insólito en la derecha: que la independencia no es un capricho de unos pocos, sino que atrae un número muy significativo de los ciudadanos de Cataluña; y que algo se ha hecho mal en la política española para que se haya llegado a este punto. Es decir, no basta con creer, como pretenden los más brutos, que los catalanes se dejan arrastrar por las fantasías de unos demagogos. Quizás acercándose a la realidad con menos prejuicios se daría a la otra parte el reconocimiento necesario para que negociar fuera posible.

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El artículo de Puigdemont y Junqueras, que llega cuando nos adentramos en una fase crítica del conflicto entre el soberanismo y las instituciones españolas, tiene pocos secretos. Pretende cargarse de razones ante un previsible choque, especialmente de cara a Europa: los que no quieren dialogar son los otros. Exhibe unidad del gobierno catalán, en un momento en que abundan los rumores sobre las tensiones entre los socios de Junts pel Sí, con el Pdecat en busca de autor y de guion, y con Esquerra al alza. Y mantiene vivo el compromiso de convocar el referéndum ante su gente, pero también como instrumento de presión.

Y ahí es donde el guion del gobierno español empieza a ser sospechoso. Si Puigdemont y Junqueras escenifican una apelación al diálogo es porque no quieren llegar al choque frontal. Nadie invita a negociar si no está dispuesto a ceder algo, aunque ponga por delante las cartas más altas de su baraja, el referéndum en este caso. Y si hay margen es obligación del gobierno explorarlo. Salvo que haya decidido que le conviene el choque frontal con todas sus consecuencias, conforme al coro de los partidarios del “imperio de la ley”, como les gusta decir. Que no olviden que en política no hay herida más difícil de sanar que el resentimiento que provoca la humillación. Y que votar no es pecado. Debidamente negociada, puede ser una solución para canalizar problemas indivisibles. Si se decreta que la negociación es una quimera, preparémonos para el choque pensando en el día después.

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