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La Ertzaintza indaga si la muerte del hermano del falso shaolín fue accidental

Falleció en el mismo inmueble donde fueron asesinadas las dos mujeres

Luis Gómez
Manifestación ayer en Bilbao en repulsa por los asesinatos
Manifestación ayer en Bilbao en repulsa por los asesinatosMiguel Toña (EFE)

Los crímenes del falso maestro de shaolín, que han conmocionado Bilbao, están resueltos en apariencia: no se busca al asesino, sino a sus víctimas. La Ertzaintza no tiene evidencias todavía sobre qué tipo de homicida es Juan Carlos Aguilar, un hombre de 47 años con un carácter prepotente y narcisista. No sabe si es un asesino ocasional, si Ada (la mujer nigeriana fallecida el miércoles) y Jenny (la colombiana descuartizada) fueron sus únicas víctimas, muertas con nueve días de diferencia, o si formaban parte del tétrico palmarés de un posible asesino en serie.

La investigación se centra ahora en el pasado de Aguilar. Los agentes de la División de Policía de lo Criminal deben revisar aspectos como la muerte de su hermano en 1997, supuestamente aplastado por un montacargas, en el mismo gimnasio que se ha convertido ahora en el escenario de un doble crimen. ¿Fue realmente accidental?

Los primeros pasos se dirigen también en otra dirección: la base de datos sobre personas desaparecidas en el entorno de Bilbao en los últimos años. La Ertzaintza busca entre mujeres, pero los agentes son conscientes de que Aguilar puede haber encontrado víctimas en el lado más vulnerable, entre inmigrantes y prostitutas callejeras, gente que cambia con frecuencia de domicilio sin dejar rastro.

Sobre Jenny Sofía Rebollo, la colombiana de 40 años que fue identificada por sus huellas dactilares, había una denuncia por desaparición formulada unos días después de su muerte. A pesar de los esfuerzos de la comunidad colombiana en Bilbao por dibujar un perfil edulcorado, otros testimonios aseguran que esta mujer se movía en entornos cada vez más marginales, muy en contacto con la droga y el alcohol.

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Sin embargo, definir el perfil de Aguilar es una prioridad. Su pasado es ahora el objetivo de la investigación, desentrañar cómo ha sido la vida de este hombre y en qué momento y por qué decidió matar. “Hemos llegado a este asesino por casualidad”, reflexiona un miembro de la unidad que investiga el caso, “no por medio de una investigación. En ese caso habríamos estado sometidos a una gran tensión porque sabríamos de la existencia de un asesino y tendríamos que buscarlo. Estamos tranquilos porque ya no cometerá más muertes, pero debemos explorar en su pasado, debemos saber cuándo fue la primera vez y si hubo más veces. Así que no tenemos prisa: nos vamos a tomar nuestro tiempo”.

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La Ertzaintza confía en encontrar material interesante dentro del disco duro del ordenador personal de Aguilar y de los de su empresa incautados. Entre el resto de material encontrado, no había más que libros, revistas y vídeos relacionados con las artes marciales.

Se buscan claves en un pasado que arranca desde el regreso de Aguilar de China, adonde viaja en 1994 y visita el templo Shaolin, en Henan. A partir de esta experiencia, inicia una trayectoria personal y profesional que dura 20 años en la que predomina el aspecto mercantil frente al espiritual o deportivo. Empieza a autodenominarse maestro y se fabrica un palmarés y un reconocimiento. Una parte de esa trayectoria está cubierta de falsedades.

En 1996 trata de fundar una franquicia en Berlín, en colaboración, entre otros, con el profesor Thomas Beyse. Aguilar está empeñado entonces en ser considerado como el representante del templo Shaolín al menos en España. Él mismo, acostumbrado a inventarse títulos deportivos y académicos, denomina “organización central” a su empresa. Pero su experiencia alemana dura poco, según algunas fuentes.

En estos años de expansión es cuando se produce un accidente que le cuesta la vida a su hermano, precisamente el hombre, según algunos testimonios, que llevó a Juan Carlos Aguilar hacia la práctica del kung-fu. Su hermano trajo esa influencia después de un viaje a Estados Unidos. Pero su vida se acaba cuando muere atrapado por un ascensor en el número 12 de la calle de Máximo Aguirre de Bilbao, el mismo inmueble donde se produjeron los crímenes. La Ertzaintza quiere revisar ahora ese expediente policial: son demasiados sucesos dramáticos alrededor de una misma persona y en un mismo lugar.

Tras ese accidente, vienen los mejores años de Aguilar. Su negocio parece floreciente y su imagen se difunde entre entrevistas en televisión y reportajes en revistas especializadas. Es un personaje que empieza a ser popular en el sector de las artes marciales, pero también muy polémico dentro de su entorno más próximo: exige obediencia y dinero a quienes han sido discípulos suyos y quieren independizarse. Su carácter se hace cada vez más insoportable, su narcisismo progresa y empieza a desarrollar un insufrible misticismo. Aguilar había orientalizado su nombre (Huang C. por Juan Carlos). Ya no le parece suficiente con el título de maestro. Necesitaba algo más.

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