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“Esto es un robo con corbata”

El ecuatoriano Eduardo Cachago aguarda el desahucio de su vivienda, subastada el 10 de mayo Firmó 260.000 euros de hipoteca por un piso de 64 m. con una nómina de 1.150 euros al mes

Gloria Rodríguez-Pina
Eduardo Cachago en su casa en Madrid.
Eduardo Cachago en su casa en Madrid.G. R.-P.

A Eduardo se le atragantan las palabras cuando trata de expresar la angustia de quien se sabe endeudado de por vida y la rabia de quien se siente estafado. Las busca, pero a ratos no le salen, por más que se toquetea las uñas, escudriñándolas. Y cuando cuenta cómo su hija de ocho años le pregunta cuándo vendrán a sacarles de su casa y a dónde irán a vivir entonces, necesita parar y tomar aire. Entonces alcanza a decir: “Eso me parte el corazón; me pone fatal”, antes de tomarse una pausa. Porque no tiene respuestas. De momento, lo que tiene es la historia de su “calvario”, y una inminente y certera orden de desahucio por no poder hacer frente al pago de su hipoteca. Como toda una pléyade de víctimas de la burbuja inmobiliaria y las hipotecas de alto riesgo (al menos 250.000 familias han sufrido la ejecución de su hipoteca en los tres últimos años), muchos de ellos inmigrantes.

Los agentes inmobiliarios asediaban a los inmigrantes a diario en su pausa para el almuerzo, con ofertas y promesas para venderles pisos

Eduardo Cachago nació en Ecuador hace 42 años. Empezó a trabajar a los 14 y en 1999 se vino a España, como muchos, para buscar una vida mejor. Iba por muy buen camino. No le faltó el trabajo como mecánico, conductor, electricista… hasta que se colocó de forma estable en las obras del metro de Madrid, en la construcción de la estación de La Elipa, donde era maquinista de una retroescavadora. Vivía con su mujer y su hija en un piso en el barrio de Fuencarral por el que pagaban 600 euros. Tenía buenos amigos. Todo iba bien.

En esas estaba en el año 2006, con la burbuja a punto de reventar y las agencias inmobiliarias multiplicándose en cada esquina. En los alrededores del metro donde trabajaba había hasta doce, según cuenta -hoy solo queda una- y en los descansos para almorzar, los comerciales asediaban a diario a los inmigrantes que se comían el bocadillo de media mañana. Les traían ofertas de pisos, les contaban que una vivienda es siempre la mejor inversión porque el precio nunca baja, que vivir de alquiler es tirar el dinero todos los meses, que si no tenían aval no importaba porque ellos se lo arreglaban.

Le concedieron un crédito inmobiliario de 260.000 euros, con un sueldo de 1.150 euros al mes y dos amigos que le avalaron con sus nóminas de 500 y 700 euros

Y ya fuera “por quitárselos de encima”, como él dice, o porque les creyó, el caso es que terminó comprándose un piso de 64 metros cuadrados en un edificio humilde, necesitado de urgentes reformas, a pocos metros de donde pasaba su jornada laboral, por 260.000 euros y la promesa de que pagaría una letra de unos 800 euros mensuales durante 25 años con incrementos puntuales, cuando subiese el euribor, de unos 30 euros como máximo. Con su sueldo, que oscilaba entre 1.150 y 1.300 euros al mes y dos amigos que le avalaron con sus nóminas de 500 y 700 euros, respectivamente, le dieron sin problemas el crédito por el 100% del valor de la compra y 5.000 euros más para las obras.

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Engañado "como un niño"

Subastaron  su piso el 10 de mayo por 130.000 euros, la mitad de lo que le costaba a él

“¡Dios santo! ¿Por qué no pasaría algo ese día? Que los avalistas no pudiesen venir, o que a mí me hubiese pasado algo…”, se lamenta cuando recuerda la fecha en que, en 15 minutos, firmó las escrituras de su casa. Al mes siguiente de firmar llegó la primera letra del piso y el primer disgusto: en lugar de los 800 euros que le habían dicho, el recibo era de 1.350. El primer año consiguió pagarlo íntegro. En 2007, sin embargo, el sector de la construcción se paralizó y perdió su empleo. “De ahí en adelante, un calvario, un infierno”, adelanta Cachago, que explica que cuando se queda solo, se pregunta por qué vino a España, como queriendo rebobinar la historia de su vida. “Esto me está matando. Es algo que no puedo soportar”, dice desolado. “Es muy largo y muy desagradable, como si hubiesen engañado a un niño”, resume, antes de detallar que seis meses después, la cuota mensual del piso subió a 1.450 euros, otro medio año más tarde, a 1.550, y así hasta 1.760 euros. Imposible de asumir ya sin nómina.

La cuota mensual del piso subió a 1.450 euros, seis meses después a 1.550, y llegó hasta 1.760 euros

“¡Gracias a este sistema me he quedado en la ruina!”, exclama enojado. “Al menos conmigo, la banca ha hecho lo que ha querido. No entiendo por qué el sistema es tan perverso con el pueblo, cuando están ahí por el pueblo”. Cachago se siente “estafado”, “por el Estado, el Gobierno, los ministros, por todo el mundo; el sistema político y el financiero”. Le fallan las palabras a medida que enumera y crece su indignación, pero acierta a decir que “es una basura todo”. “Me pongo muy malo, tengo que coger aire”, musita mientras se toquetea de nuevo las uñas y mira al techo. Y cuando recupera el aliento, cuenta que la hipoteca no solo le ha causado problemas económicos, sino también personales. Su pareja se separó de él, y aunque han vuelto, cuando puede ella le recuerda que están en la cuerda floja por su culpa. Sus avales, dos buenos amigos que se quedarán sin nómina cuando ejecuten la sentencia, no le dirigen la palabra. Y su estado de ánimo “es una barrera” que le impide haberse ido ya de España a otro país más próspero para buscar trabajo, la única solución que ve a su situación.

“Esto es un robo con corbata”, como dicen en su país -"porque se ponen la corbata y te sacan lo que quieren"-, y las últimas medidas anunciadas por el Gobierno para ayudar a personas en su situación son para él “un vaso de agua en el desierto”. Ahora subsiste con el subsidio de desempleo de 426 euros al mes, y se “busca la vida” cada día haciendo chapuzas mientras sigue un curso de electricista del INEM. “He perdido la ilusión, los años… el banco no me puede quitar más. Y lo único que nunca me va a poder quitar es la lucha”, afirma seguro cuando recupera la fuerza y la confianza en el futuro.

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