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LAS CARAS DE LOS CANDIDATOS

La guerrera azul

Alicia Sánchez-Camacho aspira a erigirse en la representante de la unidad de España

Àngels Piñol
Alicia Sánchez-Camacho, candidata del PP a la presidencia de la Generalitat.
Alicia Sánchez-Camacho, candidata del PP a la presidencia de la Generalitat. GIANLUCA BATTISTA

Un torbellino, como la definió Javier Arenas. O la virreina, como la llaman en algunos partidos más soberanistas. Pero, por encima de todas las cosas, como la describió su hermana Carmen, una guerrera. Alicia Sánchez-Camacho (Barcelona, 1967) ha logrado en apenas cuatro años la ecuación que parecía imposible: situar y asentar al Partido Popular en el centro de la vida política catalana y sacarlo de la marginalidad en la que se vio abocado tras el furioso periodo del proceso de negociación del Estatuto. Erigida ahora y tras autoproclamarse como la única garante de la unidad de España, Sánchez-Camacho ha vivido esta campaña con el objetivo de frenar la consulta soberanista de Artur Mas.

Con una voluntad de hierro, trabajadora inagotable y una gran capacidad de sacrificio, Sánchez-Camacho ha resistido esta agotadora campaña tomando antibióticos nueve días y derrochando su simpatía. No es nada para esta mujer de familia humilde, madre soltera de un niño de seis años, que se sacó la carrera de Derecho trabajando en un banco y que estudió también, aunque no lo acabó, Historia y Periodismo. Tras obtener la plaza de juez sustituta, llegó a la política por casualidad cuando en los 90 se presentó a las oposiciones como delegada de Trabajo del Gobierno en Girona, dirigido entonces por los socialistas. Enrolada en la Administración, se fue a Estados Unidos, donde coincidió con Maria Dolores de Cospedal, y fue consejera laboral en la Embajada española en Washintgon y delegada de la ONU en Nueva York. En 1999 Arenas, que la conoció como ministro de Trabajo, la fichó in extremis para encabezar la lista del PP por Girona, la provincia más díscola para Génova. Y no falló.

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Hija de un guardia civil de Guadalajara, afincado en Blanes, la popular siempre ha defendido en Génova una visión autonomista y respetuosa de Cataluña para frenar la aparición de los Acebes o Zaplanas. Si Arenas la introdujo en política, Mariano Rajoy la utilizó como paracaidista en 2008 para apaciguar las turbias aguas del PP catalán. Y, tras tanta convulsión, dio con un tesoro: en 2010, logró 18 escaños, los mejores resultados en la historia de su partido, y se convirtió en una figura crucial en la política catalana como aliada de Artur Mas para dar luz verde a los Presupuestos. Y esos acuerdos siempre anticipó para desaire de los nacionalistas. Los dos socios pactaron todos los recortes posibles del mundo pero ella siempre alertó del “choque de trenes” si se alimentaba el soberanismo. Y así ha sido. La duda es si los comicios le reservarán o no un papel secundario en la nueva cámara para esta mujer tan protagonista.

Apasionada de la arqueología y de las civilizaciones prehititas, Sánchez-Camacho, que dicen que un día desoyó los cantos de sirena que le envió por CiU pero que ella rechazó en aras de su españolidad, vive por y para la política. Y para su familia y su hijo a quien volverá a llevar dentro de unos días a Eurodisney como ya hizo tras las elecciones de 2010. Y algo también desea: sentarse en la casa familiar de Blanes, cerca del mar, coger una bolsa de palomitas y decirle a su cuñado: “Salvador, otra película de James Bond”.

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