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El encierro es intocable; hablemos de la corrida

Estos sanfermines repunta el debate sobre la posibilidad de una fiesta taurina sin muerte

FOTO: Un animal es retirado de la plaza durante la Feria del Toro de Pamplona celebrada este mes de julio. / VÍDEO: Último encierro de San Fermín 2018.Vídeo: Aitor Garmendia
Patricia Gosálvez

A la misma hora de la tarde en Pamplona se celebra una corrida de toros y un pasacalles antitaurino. Y ambos, son un jolgorio.

En el tendido de sol de la plaza están Asterix, Obelix y el resto de la aldea gala. Ondea una bandera gay. La sangría llena bidones y los táper de espaguetis acaban derramados sobre la cabeza de los sanfermineros primerizos. Mucha gente se sienta de espaldas al coso. En el tendido de sombra, poco disfraz y mucha camisa blanca impoluta. Cuando en sol sacan una pancarta de acercamiento de presos a Euskal Herria, en sombra alguien responde agitando una de bandera de España. En este lado también se tararea y se merienda; gulas, queso del bueno, buñuelos… Y se celebran por igual los lances y las ocurrencias de los que están enfrente de farra. En medio de los tendidos, transcurre una corrida sin mucho lucimiento, a decir de los expertos, a la que el público no parece hacer demasiado caso, y en la que pasan cosas como cantarle al toro “Al partir un beso y una flor” cuando está a punto de doblar las manos y morir.

Aquí se viene a la plaza -en la que solo hay toros por San Fermín-, "más por el ambiente que por la corrida", coinciden una treintena de asistentes preguntados. Fuera, los turistas compran a los reventa (por entre 27 y 50 euros) localidades "en el lado de la fiesta". Dentro de la plaza, llena hasta los topes (19.696 localidades; un 85% de abonados) no reina un silencio respetuoso (“nosotros también nos hemos puesto frente al toro… y gratis”, explica un exbombero que en tiempos fue corredor del encierro). Tanto en sombra como en sol se repiten comentarios difíciles de imaginar en otro coso: “No soy taurino, ni antitaurino, soy sanferminero”, “en Pamplona taurinos de verdad hay cuatro”, “si la corrida fuese sin sangre, la gente vendría igual”, “a mí me gustan los toros, pero tienen que evolucionar”… Al tendido de sombra lleva acudiendo 40 años Gregorio Martínez: “No me gusta ver el sufrimiento del toro, pero si no muriese luchando, que es su naturaleza, acabaría en el matadero y tendríamos funerales en vez de corridas”. Hay gente que defiende que “sanfermines sin corridas no se entienden” y otros que aseguran que “podría estar pasando cualquier otra cosa en la arena”. Diferentes opiniones, pero todas tranquilas y dialogantes. Y una certeza entre todos los consultados, incluso entre los que no pisan la plaza: el encierro es sagrado. Ni siquiera los activistas antitaurinos lo quieren tocar.

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Durante la corrida, en las calles de Pamplona, donde hay cientos de miles de personas que no han ido a los toros, arranca una kalejira, un pasacalles organizado por la asociación Iruñea Antitaurina que lidera un toro inflable seguido de una banda de electro-pachanga. Los activistas reparten cuernos de cartulina en los que pone “Toros vivos”. Igual que ocurre en la plaza de toros, mucha gente se apunta a la conga no tanto por convicción antitaurina, como por la jarana. En la cabecera, Txaro Buñuel, portavoz del grupo: “El encierro se ha usado como un chantaje para seguir con las corridas, era un tabú hablar de quitarlas, pero eso ha cambiado muy deprisa”. La asociación solo se pronuncia en contra de las corridas, “porque son el objetivo factible”. “No nos dirigimos a los animalistas, si no a quienes van a la plaza pero, cada vez más, lo que pasa en la arena les parece desagradable”. La estrategia de la asociación formada hace un año por una veintena de pamploneses, es “vaciar sol”; “sin el ambiente, el interés por ir a los toros languidecerá”. ¿Y el encierro? “Como en las vaquillas, hay maltrato, pero alejado de la extrema crueldad de la lidia; no buscamos el enfrentamiento, sino abrir un debate y que la ciudad decida qué hacer con las corridas”.

Ese mismo debate lo azuzó el alcalde Joseba Asirón (Bildu EH) al plantear en una entrevista a finales de junio que no veía unas fiestas “al cien por cien sin toros”, pero sí, a medio plazo, la posibilidad de “unos sanfermines sin corridas”. No propuso en ningún caso eliminarlas, sino reflejar la preocupación social sobre el sufrimiento animal. “No vamos a consentir los encierros en Pamplona sin la celebración de las corridas de toros”, contestaron en una carta abierta los ganaderos, explicando que es la tradición de la corrida la que justifica el encierro y que la Feria del Toro reporta a la ciudad unos 74 millones de euros anuales.

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La tauromaquia late fuerte en Pamplona, según Mariano Pascal, portavoz de la Comisión Taurina de la Casa de Misericordia (la entidad propietaria de la plaza y organizadora de encierros y corridas): “Este año se han renovado el 100 por 100 de los abonos, el alcalde preside corridas y la plaza se llena, por el ambiente y también para ver los toros... Así que una cosa es lo que la gente dice, y otra lo que hace, que es llenar la plaza, y eso a pesar de los ataques desde las redes sociales y el ninguneo de las corridas en TVE, que solo retransmite los encierros”. ¿Qué pasa el resto del año? “Los aficionados al toro en Pamplona somos un nicho, como los seguidores de rock progresivo; pero cuando se acerca el 7 de julio somos taurinos todos, aquí un abono es una propiedad familiar, como un apartamento en la playa”. Para él los encierros sin corridas son implanteables, “es como si me preguntas por qué no hay helado de chocolate sin calorías”.

El fotografo activista por los derechos de los animales Aitor Garmendia documenta una versión crítica de lo que ocurre en la plaza.
El fotografo activista por los derechos de los animales Aitor Garmendia documenta una versión crítica de lo que ocurre en la plaza.

En general, la tensión taurinos/antitaurinos parece en Pamplona regada con cierta amabilidad por el espíritu festivo. Incluso la combativa PETA en vez de desnudos y sangre, ha usado este año máscaras de toro de cartón y bengalas de humo rojo. Sin embargo, la tensión existe. A media tarde, frente a la plaza de toros un aficionado de Madrid increpa a un cámara de televisión. “Manipuladores, qué maltrato, el problema lo tenéis los medios, en esa plaza hay 20.000 personas y vosotros siempre con lo mismo”, grita, ante cierto rubor de sus amigos. Dos señores de Pamplona le piden que deje trabajar a los periodistas, pero su reivindicación arranca un aplauso del corrillo reunido. Por otro lado, hace un mes, el Frente de Liberación Animal firmó un sabotaje en los Corrales del Gas; cortaron cables, quemaron una máquina, hicieron pintadas… “Más de 40 animales se enfrentan a un doloroso y agónico final en las calles y plaza de toros de esta ciudad. Para estos animales, el Corralillo del Gas se convierte en su corredor de la muerte”, decía su comunicado.

Estos corrales son el lugar donde muchas familias pasan la mañana llevando a los niños a ver a los toros. Allí se guardan los animales los días anteriores al encierro matutino que desemboca en la plaza donde se lidiarán por la tarde. Iker, de 13 años, se ha enterado hoy de la suerte que correrán Sentido, Churrero o Dinámico III: “Me ha dado mucha pena, a mí me gustan los animales, pensaba que después del encierro los soltaban por el campo”. “Respeto la tradición, pero hemos preferido venir a verlos vivos que ver como los matan en la plaza”, comenta una joven pareja inglesa.

“Me divierte más ver cómo se hace daño la gente, que cómo hieren a un animal”, dice la canadiense Krista Rohatyn durante la suelta de vacas bravas en la plaza llena de gente tras el encierro. Mientras se espera la llegada de mozos y astados, las gradas se han animado con unas pantallas de karaoke con temas de Operación Triunfo y una Kiss-cam que invita a los asistentes a besarse o a bailar el swish swish. “¡Mira cómo se lo pasan, quién necesita toros!”, exclama la extranjera ante el bullicio desatado al filo de las 8 de la mañana.

Veterinarios a favor y en contra

"El encierro es la huida de seis toros por un entorno desconocido con mucho miedo, ansiedad y estrés, un esfuerzo físico que puede producir daños musculares y hepáticos reversibles a los que se añaden posibles caídas y traumatismos". José Enrique Zaldívar, portavoz de la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y del Maltrato Animal (Avatma) explica que aun así, un encierro no es comparable a lo que sufre el animal lidiado y pasa a relatar, en términos médicos, los sufrimientos del toro desde el tercio de varas hasta el de muerte. Cortes en tendones, ligamentos y arterias, compromisos respiratorios, pérdida de hasta un 18% del volumen sanguíneo, traumatismos craneales, lesiones oculares, fracturas, agotamiento nervioso… Todo ello antes de que entren estoque, descabello y puntilla, seccionando tráqueas, esófagos o pulmones y provocando estertores o asfixia… "Nosotros entendemos que con o sin muerte pública, con o sin sangre, hay maltrato y nuestro objetivo es la eliminación de todos los espectáculos taurinos, incluidos vaquillas o encierros, pero hay que ir poco a poco, eliminando lo peor", dice Zaldivar.

En el otro extremo, la Asociación de veterinarios especialistas taurinos (Avet), cuyo fin es "velar por la pureza e integridad del toro de lidia como bien del espectáculo taurino", ha emitido un comunicado a raíz de las polémicas despertadas durante estos sanfermines, en cuyo título defienden 'Si no hay corridas no hay encierros'. Critican "el doble juego" de los animalistas que no se meten por ahora con los encierros, afirmando que "una vez desaparecidas las corridas, desaparecería la cría de los toros de lidia, que arrastraría a la cría del ganado bravo en su conjunto, nos quedaríamos sin la raza brava de ganado vacuno, una gran pérdida genética para nuestro país". En Avatma aseguran que se reduciría notablemente el número de ejemplares, como ya viene ocurriendo, pero no desaparecería, ya que al ser una raza autóctona, el Estado buscaría fomentar soluciones para su explotación alternativa y conservación. Los taurinos no están de acuerdo.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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