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Carocas, poesía de la ‘malafollá’

La plaza de Birrambla de Granada muestra las quintillas ganadoras del concurso que, con humor, reflejan la forma de ser de los granadinos

Javier Arroyo
Javier Arroyo

Cualquiera que haya visitado Granada conoce el término malafollá. Un concepto difícil de explicar pero que se entiende a la primera en cuanto se conoce a alguien que la practica. Es una mezcla de desinterés y displicencia que se ejerce en la ciudad y que, aunque molesta mucho al principio, acaba por ser de fácil convivencia. Y esa malafollá que se practica a diario, una vez al año se convierte en literatura e incluso es objeto de concurso municipal. Son las carocas, unos poemas con intención humorística y el inevitable componente local de malafollá.

Las carocas son un arte mixto: ilustración y quintillas. El concurso público se centra en la poesía. De la ilustración se encarga un dibujante profesional. Este año, Antonio Mesamadero, caricaturista del diario Ideal. Las quintillas son composiciones de cinco versos de arte menor (ocho sílabas o menos), sin rima o con un máximo de dos versos seguidos rimados. Su objetivo es contar los acontecimientos del año o las quejas de los ciudadanos con cierto humor. Con una perspectiva “crítica y humorística” dicen las bases del concurso. Durante las fiestas del Corpus, que se celebran toda esta semana en la ciudad, se exponen en la Plaza de Bibrambla las 20 mejores carocas de este certamen que el Ayuntamiento granadino pone en marcha por esta época desde los años 20 del siglo pasado. Existían desde el siglo XVI pero su actual configuración burlesca y humorística se remonta a los últimos 100 años.

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A los granadinos les gusta participar en el concurso. Fuentes municipales hablan de casi 1.000 quintillas presentadas este año. Pero solo dos decenas consiguen la gloria de mostrarse al público en Bibrambla. La ganadora en esta ocasión se refiere al desastre del nuevo servicio de bicicletas de alquiler que llegó a la ciudad hace unos meses y que continuamente aparecían vandalizadas. “Bicis de alquiler exprés/nos pusieron en Granada./Somos tan bestias que al mes/ ya solo quedaban tres/dos rotas y una pinchada”. O la dedicada al alcalde Paco Cuenca: “Speedy González es/Paco Cuenca, el socialista,/pues con sorpresa lo ves/en tres sitios a la vez/delante de periodistas”. Estas quintillas, con su ilustración arriba, son las carocas, la poesía de la malafollá. De los premios, cualquier granadino del Albaicín o del Realejo diría también que tienen “su poca malafollá”: 90 euros por quintilla seleccionada, excepto una que, por otros 90 euros, queda en poder del Ayuntamiento.

La malafollá, por cierto, no tiene su origen en lo que usted lector está probablemente pensando. No. Viene de la acepción que asimila follar a soplar con un fuelle. Según José Ladrón de Guevara, autor del libro La malafollá granaina, la palabra tiene su origen en el poco interés que tenían los aprendices que trabajaban en las herrerías del Sacromonte. Desganados, se les iba el santo al cielo cada poco y dejaban de darle al fuelle con la energía suficiente para mantener las ascuas al rojo vivo. El herrero enfadado le gritaba entonces al aprendiz: “Niño, que mala follá tienes”. Esa es la explicación histórica. La sociológica, la que se vive en el día a día en las calles, bares y tiendas de Granada, es casi imposible de explicar. Es la que te hunde cuando, como cuenta el periodista Andrés Cárdenas, entras a una tienda de sombreros y, después de probarte varios, el tendero te despacha diciendo: “Tiene usted una cabeza muy difícil”. Eso es malafollá. Y un concepto fundamental, no hay maldad, es solo una especie de desinterés y hartazgo interior que no quiere realmente ofender.

Cárdenas, autor del Manual del perfecto malafollá, no encuentra una definición perfecta para el concepto. “No se define”, dice, “para entenderlo hay que dar con un verdadero malafollá. Entonces lo entiendes”. No obstante, se atreve con una definición: “Utilizando las palabras que un catedrático usó hace años, consiste en la destrucción espontánea, sin mala intención, incluso de modo cariñoso, de la ilusión ajena”. La malafollá, primero te noquea y luego, por inesperada, puede resultar divertida. En cualquier caso, siempre será objeto de conversación.

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Orgullo ‘granaíno’

En Granada hay orgullo de la malafollá y Andrés Cárdenas está convencido de que es una cosa buena: “No es algo de lo que los granadinos tengan que sentirse perjudicados. Esto hay que reivindicarlo y convertirlo en algo parecido a un bien de interés cultural”. La búsqueda del malafollá puede ser una perfecta excusa para viajar a Granada, entre otras cosas. No en vano, el asunto ha trascendido y quedó reflejado hace algo más de un año en un artículo en el New York Times. El periodista cuenta como quedó impresionado por “la chica más inexpresiva que había visto en su vida”, a la que define como un ejemplo perfecto de la “malafollá, una expresión local de máximo desinterés que no llega a ser un desprecio”. Desde que descubrió el término, cuenta, “lo buscamos por todos sitios”.

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