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Rajoy y Sánchez, dos dirigentes condenados a no entenderse

Rajoy y Sánchez pasan en 20 días de ensalzar su colaboración leal y fructífera como políticos de Estado a lanzarse de nuevo los peores insultos

Rajoy y Sánchez, el 12 de febrero de 2016, cuando el líder socialista negociaba su investidura como presidente. En vídeo, declaraciones de Pedro Sánchez.Foto: atlas
Javier Casqueiro

La compleja relación entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez es tan inestable que en apenas 20 días de mayo han pasado de llamarse frecuentemente y ensalzar su colaboración “leal” y “fructífera” ante la crisis en Cataluña a proferirse otra vez los peores improperios. El giro ha sido brutal. El pasado 9 de mayo, en una sesión de control al Gobierno, Rajoy se sorprendió tan contrariado de nuevo con una intervención inesperadamente crítica de Albert Rivera en el Congreso sobre su inactividad con respecto a Cataluña que optó por piropear a Sánchez y compararles: “Compórtese con la misma lealtad que el PSOE y nos iría mucho mejor”. El día anterior había salido el último barómetro electoral del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), con datos muy favorables a Ciudadanos, como en casi todas las más recientes encuestas. Rajoy descalificó a Rivera como un “aprovechategui”. En las jornadas siguientes, desde La Moncloa y el PP, se valoró el comportamiento como “político de Estado” de Sánchez frente a las actitudes más egocéntricas que se atribuyen en estas semanas a Rivera, en teoría su socio de Gobierno.

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Rajoy y Sánchez, en realidad, nunca han congeniado bien, ni política ni personalmente, como sucede entre el dirigente del PP y Rivera. En el PP lo achacan a un problema generacional y a una ambición desmedida y fuera de tiempo. Para Ciudadanos y el PSOE de Sánchez, el presidente del PP encarna todo a lo que se oponen: la vieja política y la metáfora de la corrupción.

El PP no ha tenido reparos en rescatar rápidamente sus más agrios argumentarios para refrescar la época no tan lejana en la que el propio Rajoy observaba sus citas obligadas con Sánchez con la extrañeza del “marciano” más raro con el que se había tropezado en sus casi 35 años de carrera política. Solo este martes, desde la cúpula popular se lanzaron todo tipo de consignas para culpar al “irresponsable”, “desestabilizador” y “egoísta” líder del PSOE de que las empresas españolas cotizadas perdiesen 25.000 millones de euros y la prima de riesgo se alzase a los 140 puntos (Rafael Hernando). La también diputada popular Teresa Palmer situó esa subida en un 40% y 130 puntos y tiró de la historieta francesa sobre el personaje de Iznogud para equiparar a Sánchez con aquel envidioso y traicionero visir. Hubo más populares que recurrieron a la imagen de Judas y otros, como Andrea Levy, le achacaron la responsabilidad de “dinamitar” la estabilidad del pacto constitucionalista frente al desafío separatista catalán.

En esa volubilidad, llena de intereses partidistas, hasta el propio presidente Rajoy transitó en desde el pasado jueves de reconocer en la COPE que en algunas cosas el entendimiento era muy bueno con Sánchez (“El comportamiento ha sido absolutamente leal y no ha hecho declaraciones fuera de tiesto, estoy muy satisfecho”) a lamentar, tras la presentación el viernes de la moción de censura, que el secretario general socialista optase por esa opción por un interés solo personal y porque quería “ser presidente a cualquier precio y con quien sea. Cualquier día lo veremos pactando con Puigdemont”.

La desconexión de Rajoy y Sánchez se agravó en 2016, mientras el socialista intentó convencer en vano a Rivera y Pablo Iglesias para que le secundaran como presidente, y luego se arrastró hasta la grave crisis del PSOE que acabó con su dimisión. En esos meses, Rajoy citaba a Sánchez para algunas conversaciones obligadas, siempre sumido en el desconcierto. Le parecía un personaje menor y le desconsideraba. Hubo feos hasta para estrecharse las manos. Rajoy echaba de menos a Alfredo Pérez Rubalcaba y la manera de hacer política de otros tiempos, con pausa, acuerdos de moqueta, más discreción y con el sello de la palabra dada.

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Este pasado 16 de mayo Rajoy salió hasta la escalinata de Moncloa para recibir a Sánchez, que iba ataviado con el institucional traje y corbata, prenda de la que se había desprendido en el último año. Posaron y se dieron las manos. Dos días después, Rajoy evitó esa imagen de cordialidad con Rivera.

Sánchez, incluso en los peores momentos, reconocía que Rajoy le caía bien personalmente y enfatizaba que las divergencias profundas eran políticas. Rajoy se diferenció de otros dirigentes del PP menos condescendientes y salvaguardó siempre que su deber era entenderse con el máximo responsable socialista.

Ese imposible panorama cambió radicalmente tras el verano pasado cuando el desafío catalán se desbocó. En el PP y el PSOE conceden que fue entonces cuando esa relación empezó a fluir “con más naturalidad”. El presidente dejó claro en septiembre, cuando comenzó a pergeñar la intervención de la Generalitat con el artículo 155 de la Constitución, que no se aplicaría sin el PSOE y cedió así a su petición de no incluir el control sobre TV3. Hasta en ocho ocasiones se citaron Sánchez y Rajoy a solas entre agosto y octubre para negociar la respuesta del Estado y profundizar en su voluble relación.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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