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El independentismo entra en la playa y se quema

Las protestas con cruces de los CDR en la costa despiertan las primeras reacciones ciudadanas y el sector turístico espera que los incidentes no se repitan

Dos turistas cruzan el puente del Paseo del Mar en Cadaques el pasado miércoles.Vídeo: Toni Ferragut / GIANLUCA BATTISTA
Íñigo Domínguez
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Algo pasa en las playas catalanas. Esta semana han circulado vídeos de incidentes en tres lugares entre quienes ponían cruces amarillas, en protesta por los políticos presos, y otros que las quitaban, y la pregunta es qué ocurrirá en verano. Entre hosteleros y hoteleros del sector turístico admiten que si esto se convierte en habitual será un problema, si bien todos creen, o quieren creer, que parará aquí. Son episodios puntuales, pero nuevos, significativos: gente corriente discutiendo y llegando a las manos. Muchos catalanes han pensado: por fin alguien se harta y hace algo, es que ni en la playa te dejan en paz. Otros muchos, en la mitad independentista, creen que se ha tratado de un ataque a la libertad de expresión y tildan directamente de “fascista” al grupo organizado que quitó las cruces en Canet de Mar el lunes.

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Según con quién se habla, ha sido sintomático de un grado más de tensión o, por el contrario, algo anecdótico. Generalmente, le quitan importancia ante el periodista quienes le consideran proclive a engrandecer lo ocurrido, para crear una imagen interesada de enfrentamiento social en Cataluña. En varias oficinas de turismo del litoral alucinan con que alguien vaya desde Madrid a hacer un reportaje de esto. Pero sí que pasan cosas llamativas. Por ejemplo, grupos organizados como el que actuó el lunes en Canet de Mar, a una hora de Barcelona hacia el norte. “No somos fascistas, aunque ya estamos acostumbrados a que nos lo digan”, dice José Casado, 38 años, uno de los que aparece en el vídeo. Lidera el grupo Els Segadors del Maresme, formado en enero, 2.600 seguidores en Twitter, medio centenar de personas que se dedican a retirar lazos de las calles. Lo hacían por la noche, pero desde ahora, también quitan cruces de las playas y a la luz del día.

Cuenta que en Canet llevaron las cruces a comisaría, no tocaron a nadie, aunque del otro lado mantienen que dejaron tres heridos, y tienen la consigna de “no hablar con ellos”. “Porque no nos vamos a entender, están metidos en su bucle”, explica. Un concejal de la CUP del pueblo que participó en el enfrentamiento, y asegura que resultó herido, no ha respondido a este periódico.

"Que unos y otros repiensen si vale la pena"

Hoy, domingo día 27, hay una primera prueba de si el conflicto de las cruces puede ir a más. Se ha convocado otra acción de protesta de este tipo en una playa de Mataró, pero tiene elementos novedosos: el hecho de que por primera vez se haya anunciado y no sea por sorpresa; que ya es un municipio grande (126.000 habitantes); y, sobre todo, que el alcalde, el socialista David Bote, ha sido el primero que se ha preocupado de aclarar las dudas legales ante la Generalitat, ha advertido que no tienen permiso y la Policía actuará si es necesario. “Lo afrontamos con preocupación, Mataró es una ciudad muy plural. Viendo lo que ha pasado y que en redes sociales se convocaban protestas enfrentadas, pensamos que podría haber conflicto. He hecho un llamamiento para que unos y otros repiensen si vale la pena, si es lo que quiere la gente, que Mataró sea conocida por un conflicto”, explica.

Mataró es el ayuntamiento más fraccionado de Cataluña y quizá de España: nueve grupos municipales y una concejal no adscrita. Las decisiones son muy medidas y se hacen continuos equilibrios. Un posible enfrentamiento por las cruces rompe con años de trabajo. Ante este riesgo, Bote se dirigió al Departamento de Territorio y Sostenibilidad de la Generalitat, que es quien da los permisos para actos "con uso intensivo del espacio público", esa es la clave. Un cumpleaños no necesita permiso. Una actuación musical, una competición deportiva, sí. La Generalitat finalmente explicó a EL PAÍS que a partir de ahora quien quiera poner cruces tendrá que pedir un permiso donde detalle lugar, hora y espacio. El acto de Mataró, que nadie convoca oficialmente, está previsto de 8.00 a 19.00 horas. Además coincide con una prueba de triatlón. Sin permiso, la Policía local intervendrá. Si hay problemas de orden, les ayudarán los Mossos, que "entienden que es una situación seria y compleja", apunta el alcalde. ¿Esto irá a más? "Tocará seguir haciendo un llamamiento a la buena vecindad. Creo que la sensación mayoritaria es de normalizar la situación. Quiero creer que en verano no seguirá pasando".

Tanto el grupo de los Segadors del Maresme, que quitó las cruces en Canet de Mar, como los denominados GDR, han asegurado que no acudirán a Mataró, porque ya está garantizada la intervención de las autoridades. Los GDR han convocado una manifestación a mediodía en Barcelona y luego tienen previsto acudir a la playa de la Barceloneta a repartir 300 toallas con la bandera de España, "como respuesta a la protesta de las cruces y para reividicar que la playa es de todos".

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Casado argumenta que algunos de su grupo se tapan la cara porque luego trae problemas, les señalan en redes sociales y dicen dónde viven y trabajan. Aquel día, por ejemplo, le pintaron el coche con lazos amarillos a uno del grupo. ¿Esto puede degenerar? “Yo creo que sí. Va a pasar algo, y no muy a largo plazo”. Casado ha trabajado en seguridad y es monitor de boxeo en gimnasios de Mataró. Cuenta que pasaba de política, ni votaba, pero después del referéndum ilegal pensó que debía hacer algo. Admite que tiene cercanía con Mónica Lora, secretaria general del partido de extrema derecha Plataforma por Cataluña y concejal en Mataró, pero que en su grupo hay de todo y les une estar contra el independentismo.

Forman parte de un grupo de WhatsApp que se llama CBL (Coordinadora de Brigadas de Limpieza), con unas ocho asociaciones de este tipo en distintos puntos de Cataluña. Hay otros grupos así, aunque los Segadors se desvinculan de ellos porque, considera Casado, buscan más la confrontación. Nacieron en abril y se llaman GDR (Grupos de Defensa y Resistencia), una respuesta a los CDR (Comités de Defensa de la República, 94.500 seguidores en Twitter), los piquetes independentistas que se dieron a conocer con el referéndum y, sobre todo, con los cortes de carreteras de la huelga general en noviembre y en Semana Santa. Jaime Vizern, fundador de los GDR, dice que son unos 15 grupos, unas 600 personas, y confirma que “no solo limpiamos la calle de lazos, también vamos a oponemos a los CDR cuando hacen algo, pero sin buscar el contacto”. Vizern, conocido por presentarse en la casa de Waterloo de Puigdemont disfrazado de guardia civil, no cree que la situación se vuelva violenta: "Es más, hemos pensado dejar de actuar de noche y a cara descubierta, para que se vea que no hacemos nada malo y somos personas normales".

El pasado 8 de mayo ya coincidieron ambas facciones, CDR y GDR, en Barcelona, con la Policía en medio, y aunque hubo tensión no se registraron enfrentamientos. La jerga que usan ambos grupos ya es indicativa de una progresiva polarización. En los vídeos, además de los insultos, se llama “tabarnianos” o “tabernícolas” a los que quitan cruces. Por su lado, los grupos que retiran lazos hablan de “noche de caza” cuando salen a quitarlos y de “botín”. El término “unionista”, tomado del caso irlandés, ya es corriente entre los independentistas.

Pero fue otro episodio, en la playa de Llafranc, en Calella de Palafrugell, el que tuvo mayor impacto, porque en ese caso fueron bañistas quienes espontáneamente reaccionaron ante las cruces, de forma individual. Es curioso que todos se graban mutuamente en vídeo con los móviles. Ciudadanos anónimos se significan y ya les da igual. Saben que son grabados y, en el caso de quienes quitan cruces, serán tachados de fascistas.“Mi mujer apareció en todas partes, nos llamaron amigos de medio mundo para decirnos que nos habían visto”, cuenta el marido de la señora que se ve en el vídeo de Llafranc discutiendo con quienes ponían cruces. Pide que no se citen ni sus nombres. Ella no quiere hablar más con la prensa, desbordada por la atención mediática. “Es una persona normal, con ninguna relación política, que reaccionó a algo impresentable. El espacio público es de todos, y en una playa esperas estar tranquilo, sin que nadie proclame que piensa A, B o C. Te dicen que no quites las cruces y expreses tu opinión con otro símbolo o una bandera, pero es una locura, ¿en qué convertimos la playa? Un alcalde no puede permitirlo”. Reprocha a la Policía local y los Mossos que no hicieran nada, pese a que les llamó.

La pasividad institucional es otro de los aspectos interesantes de lo ocurrido. Los ayuntamientos no saben cómo gestionarlo, supone tomar partido, o están de una parte de la pelea, a favor de las cruces y en contra de quienes las quitan. En Canet de Mar, por ejemplo. Arenys de Munt ha sido esta semana el primer municipio catalán en prohibir la retirada de lazos de la vía pública. La mayoría de los municipios de Girona y la Costa Brava son independentistas. Y es revelador que estas acciones hayan tenido lugar en esta parte del litoral, donde el turismo del resto de España solo alcanza el 8 % del total, según datos de la patronal. El primero, un 20 %, es catalán, y la mayoría es extranjero. Francés, británico y de otros países europeos. Es decir, el coste potencial de ofender a turistas nacionales es bajo, y se busca la publicidad internacional. Pero es entre catalanes entre quienes han estallado las disputas. En las playas de Tarragona, con un alto índice de turismo de otras comunidades, sobre todo aragoneses, no se ven lazos y no ha aparecido una sola cruz. Aunque hay zonas muy independentistas.

“Me pareció mal, unos y otros, que discutieran. Fue como el patio de un colegio, la verdad. Conozco a las dos personas, una es de aquí y la otra tiene casa de siempre, y son muy razonables, cultas, pero perdieron los nervios”, cuenta la propietaria de un restaurante de la playa de Llafranc. Hubo gente que se levantó enfadada de la terraza, diciendo: “¿Cómo permitís esto?”. Aunque ella también se queja de que los medios lo han sacado de quicio. Juan Carlos Bisbé, dueño de otro restaurante, cree que fue un incidente puntual, aunque reconoce que está preocupado por si se convierte en una costumbre. “Vi las cruces y bueno, ya estamos acostumbrados a los lazos y pensé que la playa era un sitio más. Pero fue solo un poco de jaleo. Nadie quiere esto. Hombre, si se hiciera cada día, si pasa en agosto, sí sería un problema, pero no creo. Estoy un poco preocupado porque se está presentando una Cataluña que no es, aquí no nos estamos pegando, cada uno piensa lo que quiere, no hay ninguna violencia y se está asustando a la gente”.

Entre semana en Llafranc todo eran extranjeros, y la mayoría no se han enterado de nada, o les da igual o les parece bien siempre que les dejen en paz. “Si no es todos los días y puedo poner la toalla respeto cualquier protesta”, dice Max Hendricks, holandés. En general los alemanes están más informados, por el arresto de Puigdemont, y también los ingleses. Los partidarios del Brexit se identifican más con la causa independentista. Los franceses suelen estar menos enterados.

“No creo que nadie en España sepa si en una playa de Croacia hay en este momento una discusión por una cuestión política. En la prensa francesa esto ni ha salido. No estamos en absoluto preocupados”, opina Martí Sabrià, gerente de Costa Brava Centre, la asociación de empresarios de hostelería y turismo de la zona, que agrupa a 400 empresas. “Lo único que le preocupa al visitante es que no le estropeen las vacaciones. Si esto fuera permanente, consecutivo, y todo el verano, quizá tendría repercusión. Igual que cortes de carreteras o trenes por protestas. Esperemos que no sea así. Pero si es anecdótico, cada domingo en una playa, unas horas, no creo que le afecte a un señor de Liverpool. Necesitamos tranquilidad, vivimos de esto. Esperamos una temporada tan buena como la del año pasado, que fue la mejor desde 2008”. Él, en todo caso, ve “mayor violencia” en quien quita cruces.

Lo cierto es que se percibe una línea nítida entre el negocio y la ideología. Los pueblos del interior son microcosmos de hegemonía independentista llenos de lazos y colores amarillos. Cerca de la costa, Torroella de Montgrí, que es el pueblo de Dolors Bassa, una de las exconsellers que se encuentran en prisión, está lleno. Hay folletos en los hoteles donde explican en cuatro idiomas qué son los lazos amarillos: “En Cataluña la mayoría de la población pedimos poder decidir libre y democráticamente nuestro futuro. El Gobierno de España solo responde a este anhelo con la acción judicial y represiva (…). Por este motivo colgamos los lazos, para pedir la libertad de los presos de conciencia”. Pero a seis kilómetros, en su extensión de turismo playero, L’Estartit, no hay ni rastro de lazos. En un viaje de tres días por la Costa Brava la verdad es que no se ven muchos en el litoral. De hecho, cuesta encontrar una playa donde los haya para hacer una foto.

Es verdad que en la rotonda de entrada a cada pueblo hay un estelada. Lazos en algunos balcones y ventanas, en árboles y barandillas, pero es muy raro verlos en tiendas y negocios. Si se recorre la costa desfilan hoteles y campings de Lloret, pizzerías, minigolfs y pistas de karts de Platja d'Aro, inmobiliarias y tiendas de yates en Roses, heladerías y masajes ayurvédicos en Cadaqués… y ni un lazo. Es aún más insólito verlo en la solapa de algún dependiente. Todos son muy conscientes de que es un asunto que divide y crea conflicto, y en el caso del trabajo es evidente: puede hacer perder clientes. Por eso mismo se buscan los espacios públicos y por eso es difícil de creer que introducirlo en la playa se vea como algo inocuo.

Uno de los pocos empleados turísticos que lleva el lazo puesto, en tres días por la costa, es Elisa, la vendedora de los billetes del trenecito turístico de Cadaqués. “Me lo pensé, no te creas, tenía dudas, pero estoy tan indignada con lo que está pasando que me lo puse. A veces los turistas me preguntan y les echo el mitin. No verás muchas tiendas o bares donde lo tengan, no, dicen que la pela es la pela”. En ese momento se paran dos franceses y le preguntan precisamente donde se pueden comprar lazos. Les indica una tienda de recuerdos. No ha tenido ningún problema con turistas españoles, que sobre todo, afirma, son vascos y valencianos. En Cadaqués y otros puntos cercanos aparecieron las primeras cruces en la playa en Semana Santa, aunque pasaron inadvertidas, no hacía tiempo para bañarse.

En el histórico y entrañable Casino de Cadaqués confirman que los extranjeros preguntan mucho por los lazos y a veces hasta quitan uno de la calle y se lo llevan de recuerdo. “Pero esto de las cruces es ahora, una cosa puntual antes de la temporada, en agosto las playas están a rebosar, no puedes hacer eso. No creo que se les ocurra”, dice uno de los camareros. “Además es que nuestras playas son pequeñas, a cuatro cruces que pongan no cabe nadie”, coinciden en la oficina de turismo. Allí tampoco creen en problemas de convivencia. En la propia oficina cada una de las chicas piensa una cosa y son tan amigas. Josep Pla, en un viaje por estas playas y escuchando a dos personas discutir, escribió: “Todo es inútil: sospechar que en nuestro país puedan existir dos personas destinadas a convivir que consigan entenderse, es absolutamente imposible. (…) Los esfuerzos que hace la gente de nuestro país para no entenderse son impresionantes. Es la tenacidad más viva del país”. Lo decía como algo asumido.

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Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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