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Ruptura en los pasillos

Mariano Rajoy y Albert Rivera llevan el pulso de las encuestas al Congreso de los Diputados

Miquel Alberola
Mariano Rajoy se dirige a Albert Rivera en la sesión de control del Congreso.
Mariano Rajoy se dirige a Albert Rivera en la sesión de control del Congreso.ULY MARTIN (EL PAÍS)

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, llevaron este miércoles la pugna que sus formaciones mantienen en las encuestas al Congreso de los Diputados. El CIS se hizo carne y verbo inflamado en el hemiciclo con un Rivera alicatado por la demoscopia y dispuesto a zapar el suelo electoral que pisa Rajoy para zarandearlo y adelantarle por la derecha.

Rivera se trajo de casa fijado el rumbo de colisión a cuenta de la gestión del Gobierno en la crisis de Cataluña, un clásico que le ha reportado suculentos beneficios electorales. Estaba tenso antes de salir a escena. Le hervía por dentro lo que iba a suceder en el hemiciclo y, sobre todo, fuera en los pasillos. Sin embargo, Rajoy venía saturado de infusión. Le precedían los rescoldos incandescentes del procés, la crisis humeante de la Comunidad de Madrid, los silbidos de los pensionistas y la presión judicial y de Ciudadanos en las costuras. Pero se esforzó en representar naturalidad y radiar la sensación de tener todo bajo control, convenientemente maquillado con el sesgo que le convenía del CIS.

No tardó Rivera en subrayar en fosforescente la pachorra del Gobierno con los independentistas prófugos Toni Comin y Carles Puigdemont. Ni en pasar la factura al Gobierno como socio preferente en la investidura y en los apoyos a la intervención de Cataluña y los Presupuestos. “Ningún grupo de esta Cámara le ha apoyado tanto como Ciudadanos”, le reclamó. Pero inmediatamente, le soltó la amenaza de que el respaldo no era incondicional: “Actúe. Si no lo hace, no podrá contar con nuestro apoyo”.

Puede que Rajoy, sellado en su inexpresividad, también viniera a la Carrera de San Jerónimo picado de casa. Era imperceptible hasta que llegó la réplica y estalló en reproches más profundos que intensos, como suelen hacer los padres con los hijos. Recriminó a Rivera que en asuntos de Estado opte por “escenificar un supuesto desacuerdo”, una actitud que “no le da un voto” y, además, “hace que mucha gente no se lo tome en serio”.

Fue en ese momento en el que lo acusó de oportunismo mediante el palabro (medio cheli, medio euskaldún) “aprovechategui”. Y como si se tratase de un golpe de billar con impacto sobre dos bolas, le pidió que se comportara “como se está comportando el PSOE en el tema de Cataluña”.

El presidente se acicaló la pechera con medallas: las de haber puesto en marcha el artículo 155 y haber presentado 25 recursos por asuntos relacionados con el procés. Pero Rivera quería demostrar que era ya un amor tan imposible que lo iba a dar por roto en los pasillos, como llevaba escrito en el guion.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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