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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De los galácticos a los fontaneros

El impoluto Ángel Garrido representa el antagonismo de Cifuentes en su perfil bajo

El actual presidente en funciones de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, propuesto por el PP para que siga al frente del Gobierno de la región hasta las elecciones.
El actual presidente en funciones de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, propuesto por el PP para que siga al frente del Gobierno de la región hasta las elecciones.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

El PP busca sustituto a Ángel Garrido antes incluso de haber “debutado” como presidente de la Comunidad de Madrid. No cabe mejor expresión de la desconfianza y de la extrañeza hacia el heredero de Cristina Cifuentes. Un político anodino. Un fusible para una crisis. Un líder interino cuyo perfil de fontanero grisáceo y currante recuerda la estirpe de los entrenadores provisionales a los que recurren los equipos galácticos como remedio a una emergencia en el banquillo. Garrido sería el equivalente de López Caro en el Madrid. Tiene buen oficio de parlamentario y reputación de buen gestor, pero se le percibe como un timonel sin galones, como la comadrona convocada a sobrellevar nueve meses de gestación hacia los comicios “verdaderos” de 2019.

Reviste importancia el asunto no ya porque el nuevo presidente representa un perfecto antagonismo a la exuberancia de Cifuentes, sino porque el recurso a la política sin atributos -ya lo escribía Robert Musil- implica una desconsideración a los ciudadanos. Parece decírseles a los madrileños que su presidente es un mero antídoto al incendio de Génova. Y que su mejor cualidad es la transparencia, toda vez que el criterio de elección no estriba tanto en la idoneidad política como en la hoja de antecedentes penales. Garrido está limpio. Y parece en condiciones incluso de superar el “test Villarejo”, es decir, las trampas que podría urdirle el excomisario de policía entre dossieres, intoxicaciones, coacciones y cintas de vídeo.

Un político debe ser honesto. Garrido lo parece. Pero restringir el ejercicio de la política a la honestidad sobrentiende que la clase dirigente no está llamada al desempeño de otras habilidades profesionales. Ni siquiera en una comunidad, la madrileña, que reúne siete millones de habitantes y que atesora en 2018 un presupuesto de 20.000 millones de euros.

No es que Garrido sea un manirroto. Ni que deba subestimarse su tarea anterior como consejero de Justicia y de Presidencia, pero ha sido “transplantado” al máximo puesto ejecutivo porque su pasado y su historial previenen al PP, de momento, de un nuevo sobresalto en asuntos de corrupción y de tramas embusteras, siendo cierto que Garrido observaba con indulgencia en Twitter a los clientes de los hoteles que se llevan los albornoces. “¡Cómo mínimo es un clásico!”, exclamaba en 2011.

Garrido es el síntoma de una nueva política intrascendente, contenida, incluso invisible. Tiene patentado, sublimado, el PP el modelo con la figura del ministro de Exteriores, Alfonso Dastis. Y parece el remedio de Rajoy a las experiencias altisonantes. Tanto en su gabinete -Margallo, Gallardón- como en el comportamiento estrafalario de Esperanza Aguirre.

Podría llegarse incluso a crearse un candidato inmaterial. Es cuanto sostenía Charlie Booker en la segunda temporada de Black Mirror. El tercer episodio de la serie aludía a un candidato que no es humano, sino una especie de holograma animado que se llama Waldo y que llega a competir en unos comicios municipales beneficiándose del desprestigio de la política.

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Para hacerse tolerar, la política ha emprendido el camino de la evanescencia. Un perfil extrovertido, mandón, mediático, como el de Cristina Cifuentes ha engendrado la némesis de Ángel Garrido. Sus allegados defienden su oficio, su credibilidad y sus cualidades para la negociación, pero la imagen pública del nuevo presidente se resiente de las dudas con que lo ha recubierto su propio partido. Es el PP el que ha puesto precio y tiempo a la cabeza de su gobernante autonómico más relevante, aunque el antecedente de Carles Puigdemont nos enseña a desconfiar al mismo tiempo de los políticos de perfil bajo y poco ambiciosos.

Y no porque Garrido planee la independencia de Madrid, sino porque tiene delante nueve meses para reivindicarse. Y ahuyentar a quienes lo perciben como López Caro en el banquillo del Real Madrid.

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