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Elogio de la reforma política

Por muy catastrófica que pueda ser la realidad, siempre hay algunas instituciones o actores del presente que debemos preservar

Ignacio Urquizu
Congreso del PSOE en 1976. Felipe González, Willy Brandt y Olof Palme en la sesión inaugural.
Congreso del PSOE en 1976. Felipe González, Willy Brandt y Olof Palme en la sesión inaugural.EFE

En los últimos años, especialmente desde que comenzó la crisis política, la idea de ruptura ha hecho mucha fortuna. La posibilidad de empezar de cero, de abrir un proceso constituyente o de romper con el pasado ha sido muy recurrente en el debate público español. Seguramente, estos posicionamientos emergen de dos tradiciones muy arraigadas en algunos sectores de nuestra sociedad: el regeneracionismo y el adanismo.

Por un lado, la idea regeneracionista, cargada siempre de un gran pesimismo, se caracteriza por hacer un diagnóstico tremendista y decadente. Las soluciones que siempre han defendido sus valedores han sido tan variadas que, llevadas al extremo, parecen proceder de una visión de España sin solución, presentando como única salida la ruptura con el presente. En la actualidad, los regeneracionistas han elaborado una lista de medidas —a veces un tanto inconexas entre sí— sin detallar de forma clara un modelo de sociedad. Así, por ejemplo, es muy frecuente elaborar un conjunto de cambios institucionales sin especificar previamente a qué modelo de democracia aspiramos. El regeneracionismo siempre aspiró a transformar nuestro país sobre bases nuevas, puesto que no encontraba solución en nuestro presente.

Por otro lado, los adanistas otorgan un cierto poder taumatúrgico a todo lo que tiene que ver con empezar de cero. Como si al hacer tabla rasa, los problemas que se arrastran durante décadas desaparecieran fácilmente, o como si algunas dificultades tuvieran fácil solución. El adanismo, en muchas ocasiones, solo esconde la incapacidad de mantener un debate sustantivo sobre algunas cuestiones relevantes.

Ni siquiera las posiciones más rupturistas en nuestro país ponen en cuestión la profunda modernización del Ejército. Podemos cuenta con un antiguo jefe del Estado Mayor de la Defensa como dirigente

Frente a los regeneracionistas y a los adanistas, partidarios ambos de la ruptura, emerge la reforma. Seguramente no suene tan sexi. Es una posición dominada por la racionalidad y el pragmatismo, y por lo tanto carece de la carga emocional del rupturismo. Pero dada la situación por la que atraviesa nuestro país, donde los sentimientos y las emociones dominan en exceso el debate público, quizá deberíamos dar una oportunidad a los argumentos de la reforma. De hecho, existen tres razones para defender un horizonte de país basado en el reformismo y la modernización.

El primero de los argumentos está relacionado con poner en valor el presente. Es altamente improbable que en el punto de partida de cualquier situación no haya aspectos que aprovechar. Por muy catastrófica que sea la realidad, siempre hay algunas instituciones o actores del presente que debemos preservar. Así, por ejemplo, ni siquiera las posiciones más rupturistas en nuestro país ponen en cuestión la profunda modernización del Ejército, hasta el punto de que Podemos cuenta con un antiguo jefe del Estado Mayor de la Defensa como dirigente. Por tanto, en cualquier progreso algunos aspectos permanecerán. Si nos circunscribimos a la realidad española, en las cuatro últimas décadas hay muchas cosas que no solo debemos poner en valor, sino a las que además tenemos que dar continuidad.

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En segundo lugar, siempre es conveniente estar prevenidos frente al fracaso. Es posible que una propuesta política no acabe produciendo los resultados deseados. Y si esto es así, el escenario será muy distinto si partimos de una reforma y no de una ruptura. En la medida en que no se haya deshecho todo lo anterior, siempre quedarán aspectos positivos que se preservaron del pasado. El fracaso de una propuesta rupturista, sin embargo, implica que lo más probable es que nos encontremos con la nada. Es decir, ante la posibilidad de que nuestras propuestas no obtengan los resultados esperados, la reforma siempre producirá un escenario mucho más positivo que la ruptura, puesto que las reformas siempre tratan de proteger lo bueno del presente.

Por muy catastrófica que pueda ser la realidad, siempre hay algunas instituciones o actores del presente que debemos preservar

Finalmente, toda propuesta rupturista suele implicar atravesar lo que Adam Przeworski definió en su libro sobre la historia del socialismo como un “valle de lágrimas”. La vía “revolucionaria” o de ruptura implica transformaciones profundas, pero suele acarrear unos altos costes durante el periodo de transición. Es por ello por lo que, por ejemplo, el socialismo acabó abandonando toda propuesta rupturista y abrazó la estrategia gradualista de las reformas. Ante un “valle de lágrimas” muy doloroso que implicase sacrificios elevados en el corto plazo, especialmente para los trabajadores, los socialistas optaron por la reforma.

Esto último no es baladí. El socialismo siempre ha aspirado a una honda transformación de la sociedad. Su evolución ideológica muestra que este objetivo siempre se ha perseguido mediante la reforma y la modernización. Se pueden perseguir las metas más inalcanzables con instrumentos pragmáticos. Por eso hay una fuerte relación entre la socialdemocracia y la reforma. Desde el Congreso de Gotha, cuando fueron aceptadas algunas de las tesis de los lassalleanos, pasando por el revisionismo de Eduard ­Bernstein o el primer Informe Beveridge, el socialismo siempre estuvo ligado en sus orígenes a reformar la realidad y a revisar incluso sus propios postulados. Cuando algunos apelan a un regreso a los principios fundacionales, se olvidan de que la esencia de la socialdemocracia es el reformismo. Esto es algo que entendieron de forma nítida los referentes más destacados del socialismo: Olof Palme, Willy Brandt, Bruno Kreisky, Harold Wilson o Felipe González son ejemplos de liderazgos socialistas que combinaron de forma muy acertada el idealismo y el pragmatismo, encabezando proyectos reformistas.

Muchos entendimos que con la Gran Depresión de 2008 había llegado el momento de la socialdemocracia. Solo un proyecto modernizador y reformista puede dar respuesta a las múltiples cuestiones que emergieron

Muchos entendimos que con la Gran Depresión de 2008 había llegado el momento de la socialdemocracia. Solo un proyecto modernizador y reformista puede dar respuesta a las múltiples cuestiones que emergieron. Pero los proyectos rupturistas han alcanzado una gran notoriedad en el espacio público. Líderes como Donald Trump o Viktor Orbán y propuestas como el Brexit parecen tener muchos adeptos por múltiples razones. Por eso los partidarios de las reformas debemos tomarnos muy en serio la batalla de las ideas y explicar de forma muy nítida por qué siempre es mejor modernizar que romper.

Las propuestas reformistas y la socialdemocracia pueden seguir emocionando. Sus principios y valores sientan las bases en las más bellas ideas que ha construido el ser humano y nacen en la Ilustración. Pero esto no es óbice para tomarse muy en serio los argumentos, los diagnósticos serios y rigurosos, y evitar los lugares comunes y los eslóganes fáciles. Las propuestas reformistas pueden abrirse paso, pero para ello deben tomarse en serio y respetarse a sí mismas.

Ignacio Urquizu es profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid (en excedencia) y diputado del PSOE por Teruel en el Congreso de los Diputados.

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