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Fin de ETA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una última guinda en la montaña de basura

ETA no podía irse así como así y necesitaba el acto del País Vasco francés para tratar de colar el último blanqueo épico de su retórica y su derrota

El antiguo dirigente de ETA, Eugenio Etxebeste, alias 'Antxon', llega al palacete de Cambo con Rafa Diez, exdirigente de LAB.Foto: atlas | Vídeo: javier hernandez juantegui / atlas
Íñigo Domínguez

Hubo un tiempo en que en el País Vasco te decían que si no eras de allí no podías entenderlo, había matices complicadísimos, historia ancestral enrevesada, casi balcánica, que debías tener aprendida. Más de 850 muertos después, se ha pasado a lo contrario, tiene que venir alguien de fuera, a ser posible de muy lejos, de Sudáfrica, por ejemplo, para que nos lo explique. Es que si no, no ves el conflicto. Ni la profunda reflexión, y la responsabilidad y honestidad de siempre de ETA, tal como decían en su último comunicado, perdonando las últimas vidas, las de todos nosotros. En el acto del precioso caserío de estilo neovasco de Cambo-les-Bains querían hacer ver esta mañana esta neorrealidad que no acertamos a ver. En la fachada del edificio hay un reloj de sol con un astro sonriente y una frase que era el lema perfecto de la jornada: “Solo mido los días bonitos”.

En estos momentos de candidez del entorno de ETA siempre hay árboles y pajaritos, un caserío familiar. La mansión de Villa Arnaga fue construida y habitada por Edmond Rostand, el autor de Cyrano de Bergerac, un simbolismo extraño, ajeno al protocolo de hoy, que en realidad ha resultado muy propio. Como si fuera el protagonista de la obra, pero en clave malvada, ETA es un ser horrendo y deforme, pero ingenioso –de ahí el símbolo de la serpiente en su emblema–, que se esconde tras un sosaina, en este caso un grupo, para enviar sus mensajitos a quien quiere seducir. Aunque el destinatario no sepa bien qué hacer con ese pasmarote que tiene delante ni se explique de dónde ha salido. En realidad, más que el clima teatral de Cyrano el narizotas, la impresión era la de una reunión anual de pinochos con algunos despistados por allí. Este “Encuentro Internacional para avanzar en la resolución del conflicto en el País Vasco” es una cosa de la izquierda abertzale, se veía por ahí a la gente del mundillo, organizando, y a la vez de invitados. Las fotos las hacían los mismos de la agencia del grupo del diario Gara. El castellano era el cuarto idioma del evento en todos los documentos y carteles: primero inglés, luego euskera y francés. Un síntoma más de naturalidad.

Surgía con la misma sencillez, una pregunta: ¿quién paga esto? Respuesta: los organizadores. Serían el Grupo Internacional de Contacto, Bake Bidea, el Foro Social Permanente… Un entramado que fue naciendo hace siete años, con la declaración de Aiete de 2011: un documento que pedía un alto el fuego a ETA y que luego España y Francia negociaran con ella. ETA paró, nadie hizo nada más y ha tardado siete años en asumir que tiene que irse del todo sin que nadie le haga ya ningún caso, ni conseguir nada. Los organizadores han estado siete años haciendo como que hacían muchísimo en la sociedad vasca y española, aunque no nos hayamos enterado. Un proceso, una hoja de ruta, un movimiento civil imparable que ha convencido a ETA de que la paz era buena idea y al final ha cedido generosamente al clamor popular y la persistencia de la diplomacia. El dossier entregado en Cambo detalla una cronología de hitos perfectamente inanes. Hasta hoy, día culminante del blanqueo de la derrota de la banda terrorista.

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El acto ha sido milimetrado, estrictamente puntual en sus 50 años de retraso. Desde que los primeros dos etarras asesinaron a un guardia civil de tráfico que estaba de espaldas y en cuclillas mirando el motor de su coche el 7 de junio de 1968, el gallego José Antonio Pardines. Su asesino, Txabi Etxebarrieta, estaba bajo los efectos de un psicofármaco y se escondió en casa de un cura. Luego le mataron a él. Esos 50 años que le robaron a Pardines fueron los primeros, luego siguieron los años arrancados a más de 850 personas. Suman miles de años de retraso. Así empezó ETA, que había elegido ese nombre intentando evitar el ridículo: las primeras siglas que pensaron fueron ATA, pero significaba pato en un dialecto del euskera. Desde entonces, en medio siglo, la única razón para tomarles en serio han sido más de 850 muertos y miles de familias rotas. El resto sigue siendo ridículo. Para seguir tapándolo y cerrar la función no se podía recurrir a los tres clásicos boronos con capucha del Ku Klux Klan y boina. Había que inventar algo, un lacito de adorno, una guinda para colocar en lo alto de la montaña de basura que es ETA, que deja ahí su pestilente historia como una plasta presentable, a ver si la tragamos. El símbolo del acto de Cambo, como el de Aiete, es una ventana abierta, debe de ser para que salga el hedor.

En el palacete de Cambo todo ha seguido en el maravilloso mundo de eufemismos de la izquierda abertzale, en el que la “organización” de la “cumbre” comunicaba que las “personalidades” irían llegando a tal hora. Siempre tuvieron problemas para ver las personas, se sienten más cómodos con personalidades. Estaban tan fuera de la realidad que a las 9.33 pusieron música en los bafles de la zona de prensa, música de ascensor, o de aperitivos del Budda Bar. En este mundillo, aunque no lo parezca, se domina la imagen, porque es esencial saber lo que eres para no parecerlo, y al cabo de un rato alguien se dio cuenta de que eso no encajaba con el clima sobrio que se pretendía. La quitaron.

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Llegaron las personalidades, como un grupo de burócratas de turismo o congreso. Hasta el final se hizo mucho misterio de si venía o no Gerry Adams, tenido por santón de resonancias míticas. Por eso del IRA, y la obsesión por establecer un paralelismo con una ocupación o una guerra, aunque es verdad que el modelo de acción tercermundista de los sesenta de ETA en sus inicios ha conseguido cotas tercermundistas únicas en Europa. Adams y otros nombres rimbombantes se manejaban como estrellas invitadas, porque un evento sin suspense sobre quién viene o no como que le falta algo. Lo cierto es que no ha venido casi nadie, salvo cualquiera, entiéndase. Si llaman a Cher y tiene la agenda libre lo mismo venía. Apareció hasta el político mexicano Cuauhtémoc Cárdenas y nada menos que Michel Camdessus, ex director general del FMI. Si le dicen a ETA que el máximo organismo del imperialismo capitalista estaría entre quienes certificarían su muerte quizá no habrían empezado, demasiado humillante. Camdessus aclaró luego que estaba allí porque es de Bayona y a Kofi Annan se le ocurrió que mejor fuera él.

Hubo muchas fotos en el jardín versallesco. Se hacían raras las bromas y el ambiente distendido. Era un ambiente más de boda que de funeral, y de eso se trataba, de solapar una cosa con la otra. La delegación de EH Bildu llegó sonriente, como si tuvieran algo que celebrar, y realmente era así, esto de Cambo al final les ha salido. En el mismo grupo, al lado de Arnaldo Otegi, el presidente del PNV, Andoni Ortúzar estaba también muy sonriente, aunque en principio solo iba con “simple vocación notarial”. Luego en su declaración ya fue serio y austero. Al final empezaron a llegar invitados con chaqueta de chándal, anoraks y zurrones, que quitaban tono a la cosa, como los parientes pobres, y los sentaron atrás.

El acto consistió en llenar hora y media de discursos para repetir que ETA se ha terminado, pero narrado por marcianos, como el mediador sudafricano Brian Currin, que avisó al pueblo vasco que ETA se disolvería en él, una última amarga medicina de ricino que tiene que tragar, y que entonces ya podría “participar en el proceso democrático”. O Jonathan Powell, que subrayó cómo con “el diálogo llega la paz”. “El enfado no es una política y la venganza no es una solución”, aconsejó Adams. Todos parecía que estaban hablando de otra cosa. Pero al menos en su caso, aunque fue un poco penoso, probablemente obraban de buena fe, por ayudar, una temible disposición de ánimo con amigos poco recomendables.

En la lectura de la declaración final salió una chica de 21 años, presentada como "hija de Gernika", así sin más. Estaba en la estela de la idea delirante que manejó ETA en uno de sus últimos comunicados, enlazando el bombardeo de este pueblo en la Guerra Civil con la gesta etarra en un conflicto que sería el mismo, cuando el paralelismo es más bien al revés: ETA ha sido otro Gernika para su propio pueblo. Esta chica, elegida por los organizadores, habló en cambio en nombre de "los ciudadanos del País Vasco" para dar las gracias a los mediadores. Dijo que lo siguiente son "los presos y los exiliados".

En general, se habló de” víctimas” de carrerilla, como con una frase hecha, con escaso calor humano, igual que de “violencia” o “agentes internacionales”, como si lo dijera una guía del buen negociador de paz que entregaran a la entrada. La representante del sindicato nacionalista LAB llegó a usar la expresión “sufrimiento multilateral”. Era un término más de la semántica del momento, que había que insertar para poder pasar al tema de los presos.

No hubo cambios sensibles en la chulería de Arnaldo Otegi, el cambio de ciclo histórico aún no ha tenido efectos sobre él. Ensalzó en sus declaraciones la coherencia de ETA, siguiendo "los pasos de Aiete", y la "ingente labor" de los mediadores. E insistió en que quedan "cosas pendientes" y sigue vivo "un conflicto político". Hablaban para su gente, los únicos que se han creído el último espectáculo de Cambo. Luego, sin más, se pasó al bufet.

ETA no se podía ir así como así, tenía que darse el último homenaje. Es una triste concesión más a un venenoso grupo de seres humanos cuyo único mérito para darse importancia es haber matado un montón de gente. En una viñeta de El Roto, tras la ruptura del alto el fuego en la T-4 en 2006, decía un etarra: “Sin atentados nos estábamos quedando en nada”. En eso se quedarán, lo que siempre tenían que haber sido, no haber existido. La monstruosidad que era ETA irrumpiendo como un alien diabólico en la vida de la gente se refleja en su última víctima, Jean-Serge Nérin, un gendarme nacido en la Guayana francesa asesinado en 2010. Pasaba por allí, como muchos otros muertos: niños, amas de casa, carteros, electricistas, camareros, peluqueros… En una entrevista de Fernando Iturribarria en El Correo, preguntaba al hijo de Nérin si luego se había interesado por el problema vasco: “No. No me interesa en absoluto. Lo que me interesaba era mi padre”. De toda la palabrería y retórica con que nos han castigado estos años, hasta el último día, no quedará nada. Solo una cifra, 854 muertos. No había que decir nada más, salvo ese número, para que estuviera todo claro, fuera exacto y se hiciera por fin el silencio.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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