_
_
_
_
_

El manantial donde se renuevan las almas

Guillermo Riestra acoge gratis en su finca de Tenerife a personas que atraviesan procesos emocionales difíciles a cambio de colaborar en las tareas del día a día

De izquierda a derecha, el dueño de la finca, Guillermo Riestra, Iván Gilla y un exvoluntario.
De izquierda a derecha, el dueño de la finca, Guillermo Riestra, Iván Gilla y un exvoluntario. Octavio Toledo

El tiempo que quieran, el que necesiten para recuperar el equilibrio: una semana, un mes, un año, más aún... Manantial de Tara, en el municipio de Arafo (Tenerife), es una finca de permacultura abierta por el asturiano Guillermo Riestra en 2012 en la que recibe a personas que atraviesan por un proceso de cambio vital o que buscan superar algún impacto emocional más o menos importante. Lo hace gratuitamente, solo a cambio de que quien vaya brinde al grupo lo que mejor sepa hacer, ya sea cultivar, cocinar o limpiar.

El propietario de la finca Guillermo Riestra.
El propietario de la finca Guillermo Riestra.Octavio Toledo

Guillermo, de 63 años, que llegó a la isla hace dos décadas, montó su proyecto en las afueras de este pequeño pueblo de unos 5.000 habitantes en 1996. Ese año recibió una cuantiosa indemnización al salir de Repsol, donde trabajaba como Ingeniero Industrial. Llevaba algún tiempo cansado de su trabajo y con una relación de pareja que no le llenaba, y empezó a despertar “a una forma de vida diferente”, explica sentado en una de las mesas situadas al aire libre en la entrada de su finca.

El propietario de Manantial de Tara cuenta que parte del dinero lo invirtió en la compra del terreno con la idea inicial de cultivar para él. Por esa época se apuntó a un curso de reiki, y después a uno de permacultura, un sistema que aboga por el uso responsable de los recursos y el diseño de procesos sostenibles relacionados con la energía, los residuos o el agua. Y a continuación voló. Su primer destino fue Australia, en el año 2000, donde exploró ideas para su finca. A su llegada convivió en una comunidad de permacultura en la que comprobó que sus miembros estaban en permanente conflicto. De ahí paso a otra comunidad, en este caso budista, nada que ver con la anterior. “Trabajaban juntos, comían juntos, había una gran armonía entre ellos”, explica. Esa experiencia le marcó, y a su regreso a Tenerife asistió a una meditación de Tara Verde, una deidad del budismo. “Me impactó tanto que vi que era la solución, lo que le faltaba a la permacultura, que aunara la sostenibilidad con la vertiente espiritual”.

Más información
Uno de los colombianos liberados de la granja de Lugo: “Llevaba una vida miserable”
Una aldea asediada por el cáncer planta cara al gas radón
Qué pinta el parador de León en Lleida

Tras lo anterior solo le quedaba un paso más. Un periodo en Inglaterra de cuatro años en los que su mente ya estaba “en gestación” —apunta entusiasmado— del proyecto Manantial de Tara. Pasó un tiempo en otra comunidad budista (vivió de los beneficios que le brindaban los fondos de inversión en los que puso el dinero que no había empleado en la compra de la finca) y más tarde trabajó cuidando ancianos en una ONG. El empujón final se lo dio una médium a la que visitó allí y que, afirma, le describió cómo iba a ser el proyecto de Arafo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Las obras de Manantial de Tara comenzaron en 2009. “Lo construyeron unos obreros de la Orden de los Templarios, que durante los meses que duró la obra vivieron aquí y hacían meditación por las mañanas”. La finca abrió sus puertas en 2012. Con unos 7.000 metros cuadrados de extensión, en el terreno se levanta un edificio con cocina, comedor y aula multifuncional donde se celebran charlas, sesiones de yoga, de terapias alternativas. El pasado 22 de abril, Día de la Tierra, la sala estaba ocupada por un grupo de mujeres defensoras del parto natural en casa. El recinto se completa con varias cabañas de madera y yurtas (viviendas tradicionales de los mongoles nómadas) para el alojamiento. También cuenta con una huerta de unos 500 metros cuadrados donde cultivan tomates, lechugas o berenjenas para el autoabastecimiento. Varias estatuas de Buda repartidas por el espacio y la imitación de un pequeño manantial con el sonido de su fuente contribuyen a la atmósfera mística que se percibe nada más atravesar la puerta de este sitio.

Voluntarios

Guillermo Riestra rodeado de voluntarios.
Guillermo Riestra rodeado de voluntarios.Octavio Toledo

Unas 150 personas han pasado por aquí en los seis años que han transcurrido desde su puesta en marcha. Vienen por encontrarse en un proceso personal de cambio, por una situación de ansiedad o por una alteración emocional. Las peticiones llegan a Guillermo a través de la página web de la finca o de la de alguna de las redes de voluntariado en la que se integra Manantial de Vida como asociación sin ánimo de lucro que es. Antes de aceptar las solicitudes, pide información a los interesados acerca de su vida y sobre lo que podrían aportar durante su estancia.

Los voluntarios suelen pasar en este lugar una media de entre dos y tres meses. Iván Gilla, de 26 años, es un argentino que lleva desde noviembre pasado. Ayuda con el huerto y con la cocina, y la principal razón por la que vino fue para aprender a convivir con los recursos que aporta la naturaleza. En este lugar se enamoró de Luise Deiters, una suiza de 32 años que entró en enero. Trabajaba de psicóloga en su país, donde atendía en su consulta a pacientes con problemas derivados del exceso de trabajo. “Vivir en Suiza es como hacerlo en una cárcel de oro, con gente con mucho estrés”, manifiesta. Se dio cuenta en esas sesiones de que era ella la que necesitaba un cambio en su vida. “Tenía que darle un sentido a la mía”.

Iván Gilla cuidando el huerto de Manantial de Tara.
Iván Gilla cuidando el huerto de Manantial de Tara.Octavio Toledo

Junior Reis, un brasileño de 26 años residente en Gran Canaria pasó en la finca una semana a finales del año pasado. Había roto con su marido y necesitaba un periodo de retiro. Buscó por Internet y encontró este sitio. Estuvo solo una semana, y como los demás, no pagó nada. Se dedicó simplemente a cocinar para sí mismo y los otros voluntarios (la media es de cuatro conviviendo a la vez), y a contemplar el paisaje del entorno, una zona de medianías de la isla. “Desde el primer día noté mejoría, fue algo automático. Salí de allí renovado”, apunta este joven cuyo primer pensamiento al tropezarse con la página web de la finca fue el de que podría tratarse de una secta. Y aunque sus temores se desvanecieron por completo nada más conocer el lugar, en el pueblo parecen seguir conviviendo con esa idea. “Los vecinos nos llaman la secta”, admite Guillermo, quien se queja de la cerrazón mental total” de sus habitantes.

Síguenos en Twitter y en Flipboard

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_