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El hundimiento de Cristina Cifuentes

Sitiada por todos, le va como un guante la famosa frase de Jimmy McNulty ('The Wire'): “Pueden masticarte, pero tendrán que escupirte”

Cristina Cifuentes, en una de sus últimas apariciones públicas el pasado miércoles en un acto de víctimas del terrorismo.Foto: atlas
Manuel Jabois

Cuenta Cristina Cifuentes (Madrid, 1964) que le gusta tanto el cine que en alguna ocasión compró las dos butacas vecinas para poder ver una película en paz. Si ese cine fuese del PP, hoy no le haría falta comprarlas.

Se trata de una situación inédita para una política que a los 16 años entró en la sede de Nuevas Generaciones de Alianza Popular para que le firmase Jorge Verstrynge el carnet del partido. 35 años después, a Verstrynge lo detuvieron durante una manifestación acusado de golpear a un agente —fue absuelto— y le envió un mensaje a Cifuentes desde el calabozo para decirle que “su policía” lo estaba tratando con mucha educación. Mantienen una vieja y cordial amistad que no impide ataques políticos de primer orden: “Le viene bien la violencia”, dejó dicho Verstrynge del paso de Cifuentes por la delegación del Gobierno.

Para entonces Cristina Cifuentes ya era la primera delegada-estrella de la política española al modo en que lo fue Baltasar Garzón de la judicatura: no hay precedentes de nadie tan famoso; si el juez aterrizó en el pazo de un narco, Cifuentes lo hizo en 10.000 manifestaciones contabilizadas a su paso por la Delegación del Gobierno de Madrid. Quiso recortar ese derecho, el de manifestarse, y Jueces para la Democracia le avisó de que se estaba situando “fuera de la Constitución”. En una de las salas de la Comunidad tiene, entre relieves de pavos reales, cuadros orientales y estampas de su adorado Tintín, un centro de mesa con los cascotes que los manifestantes tiraron a los agentes en los enfrentamientos del 22-M. Prohibió la exhibición de símbolos republicanos en la calle durante los fastos de la coronación de Felipe VI, hecho por el que el Tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo admitió a trámite una querella de la Coordinadora 25s contra ella.

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Es hija de dos gallegos, el general de artillería coruñés José Luis Cifuentes y la ourensana Fuenciscla Cuencas, encargada de llevar una casa con ocho hijos (Cifuentes es la séptima). Su madre vive en Navas de Riofrío, en Segovia, donde falleció su padre de alzheimer en 2015. En uno de sus últimos instantes de lucidez quiso desplazarse a Madrid en 2012 cuando vio a su hija pequeña rodeada en la calle por una turba que la increpó cuando se dirigía a casa con la compra. De aquel famoso escrache sobrevive la imagen icónica de Cifuentes soportando gritos e insultos a medio metro de su cara. No fue su momento más delicado. Un año después su corazón se paró dos veces tras un accidente de moto que la tuvo entre la vida y la muerte. Llegó a querer morir en la UCI a causa del sufrimiento, según confesó: “Me perdoné a mí misma y a todos, y algo ha quedado de eso”.

¿Eres más de Esperanza Aguirre o de Mariano Rajoy?, le preguntaron hace muchos años. “Eso es como elegir entre papá y mamá”, respondió. Tiempo después la madre se convirtió en madrastra. Con Aguirre empezó en la política y terminó enfrentada hasta que en 2015 todo saltó por los aires. El partido pidió a Aguirre, candidata a la Alcaldía, retirarse antes de las elecciones de la dirección del PP de Madrid en favor de Cifuentes, candidata a la Comunidad, y ella llamó a la Cope para preguntar si es que la tenían “por un monigote”. En la misa de aniversario por las víctimas del 11-M, cuando tenían que darse la mano, Aguirre se acercó a Cifuentes para pedirle el “besito de la paz”. Se lo dieron, y al salir, en el Bosque de los Ausentes, Aguirre le pidió otro casi sin mover los labios, como habla Aguirre cuando besa y cuando ejecuta: “Otro besito que hay periodistas y van a pensar que estamos enfadadas”. Cifuentes le dijo cortante que ya se habían dado uno dentro de la iglesia, pero Aguirre insistió: “Pero este besito ya de verdad”.

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Su vida política no se entiende sin su vida académica. Hoy más que nunca, pero siempre fue así: de hecho es funcionaria de la Complutense. El periodista Antonio Martín Beaumont, que en 1979 era jefe de las juventudes de AP, le dijo a Alfonso Merlos, autor de Cristina Cifuentes. Sin ataduras (La Esfera, 2016), que Cifuentes llegó al partido interesada en las asociaciones universitarias. En 1984 firmó una manifiesto en Abc contra las movilizaciones estudiantiles de la Complutense y denunció su politización por parte de la izquierda; tres años después hizo íntima amistad con Gustavo Villapalos, Jesús Calvo Soria (que en 1995 influyó para nombrarla directora de un colegio mayor universitario) y Dionisio Ramos (en 2001 fue el presidente del tribunal que ascendió a Cifuentes de categoría en la Universidad).

“Estudié en la Complutense y gané una oposición que me unió para siempre a esta Universidad. También me siento vinculada a la Carlos III y a la Rey Juan Carlos donde estoy haciendo el doctorado”, dijo a la revista Fuera de Serie en 2012, en una entrevista en la que comunica que ese mismo año en el que hace el doctorado, concluye un máster en Derecho Público. El pasado jueves, en su web del partido, no aparece ninguna de las dos cosas: el doctorado no lo terminó y el máster que Cifuentes dice haber hecho no lo incluye en su biografía. Solo cuenta: “Me licencié en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y realicé después el máster en Administración Pública y Dirección de Empresas del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset”. Sí está en su biografía de la Comunidad.

Ese máster, y las declaraciones que sucedieron al máster esgrimiendo un acta falsificada y asegurando que hubo defensa de un trabajo final que no aparece por ninguna parte, ni la defensa ni el trabajo, la ha dejado sola en el partido. Ella, el mirlo blanco que emergió de las aguas más corruptas del partido, las de Madrid, que ha tenido en la cárcel a un presidente de Comunidad y a un secretario general, y decenas de imputados en otras tantas tramas, ha caído en desgracia por una espiral de mentiras que compañeros suyos califican de “irracionales”.

Se evaporó el día en que la periodista Raquel Ejerique publicó en eldiario.es la primera bomba para reaparecer con un directo en redes sociales a medianoche desde su despacho diciendo que no la iban a echar, que ella se quedaba. Mediática entre las mediáticas (“no teme la sobreexposición ni corre al burladero con prisas en pleno temporal”, dijo su biógrafo) desapareció otra vez durante los días en los que continuó un goteo de noticias que evidenciaba el fracaso de su estrategia. También se saltó su socorrido cuerpo a cuerpo con los periodistas dando explicaciones a través de un plasma días antes de aparecer sonriendo en el pleno en que se abordó su máster. “Para fastidiar hay que sonreír siempre”, recomienda siempre a quien le pide consejo, la versión edulcorada del “dientes, dientes, que es lo que les jode” de Isabel Pantoja.

Republicana y partidaria del aborto

Se declara republicana (del republicanismo exótico que antes era juancarlista y ahora felipista, aunque reconoce que “no es lógico que la jefatura del Estado lo sea de manera hereditaria y no por votación”) y es partidaria del aborto, del matrimonio homosexual y agnóstica. Durante la visita del Papa asistió como invitada a un canal conservador y contó luego a EL PAÍS que fue una de sus experiencias más duras, ”al no poder decir durante una hora que no tenía nada clara la existencia de Dios”. Es blanco habitual de la derecha del PP y más allá, y las ha tenido tiesas con grupos ultras como Hazte Oír. Le encanta Borges y ha contado cómo en una ocasión lo vio, desde la ventana de su cuarto, paseando por Santander y se tiró a la calle casi en pijama a pedirle un autógrafo. Fue la visita del escritor argentino en 1984 en la que, cuenta Maruja Torres tras hacerle una memorable entrevista (“empiezo a sospechar quién soy, sé que mi destino es literario y que no debo quejarme de ello”), un empleado del aeropuerto agarró su silla de ruedas, lo separó de la comitiva y se lo llevó por el aeropuerto adelante hasta meterlo en una sala y dejarlo cara a la pared; “¿qué le ha parecido Santander, don José Luis?”, le preguntó un periodista para rematarlo.

En Sevilla, durante la convención nacional de PP, Cristina Cifuentes recibió una larga y cálida ovación en público y se le puso de cara a la pared en privado. Fuentes de la dirección del partido detallan tres hechos que sentaron como un tiro a Mariano Rajoy. Una rueda de prensa media hora antes de que llegase el presidente con los logos y los lemas de la convención contextualizando la polémica, un canutazo al acabar la intervención de Rajoy y, sobre todo, decir que se irá sólo cuando él se lo pida. “Algo que a duras penas va a hacer, porque Rajoy deja la fruta caer sola, y esto lo pone en entredicho y con todos los focos sobre él, debilitándolo cuanto más pase el tiempo y no lo haga”, dice un dirigente.

"A Cristina hay que arroparla con toda la fuerza posible”, dijo en Sevilla un cargo importante del PP mientras Alberto Núñez Feijóo rebatía, como lo hizo en privado durante todo el congreso, que eso estaría bien “si no nos hubiese mentido”. "La presidenta de Madrid ha dado sus explicaciones", dijo Rajoy el viernes. No hay razón, siguió el presidente, para terminar con el acuerdo entre Ciudadanos y PP. Unas fuentes dicen que son declaraciones contextualizadas en nuevos casos de curriculums alterados de la oposición, otras que el respaldo de Rajoy se dirige únicamente al pacto con Ciudadanos: "Por encima de todo está el acuerdo y por tanto la Comunidad". Al PP le alivia que Ciudadanos haya desligado la presión sobre Cifuentes de su apoyo a los presupuestos: "Hubiera sido jaque mate".

Son los pasos tambaleantes de una caída que en Génova datan en 2017, cuando el 2 de mayo Cristina Cifuentes dijo que “el tiempo de los corruptos ha acabado” y se erigió en la encargada de la limpieza de un partido y un tiempo al que ella pertenece desde 1979, como se encargó de decir Rajoy a su círculo íntimo con enfado visible. “[Rajoy] pone precio a la cabeza de Cifuentes”, escribió entonces Rubén Amón en EL PAÍS. Desapareció entonces del club de los elegidos.

Por los móviles de dirigentes del PP circula estos días la captura del Facebook de Joaquín Vázquez, paradójicamente militante hostil a la dirección, antiguo cargo de Nuevas Generaciones (NNGG) que fue candidato a las elecciones europeas de 2009 y que tiene demandado al PP por incumplir los estatutos: “Cifuentes es lo nuevo de lo viejo, es lo viejo que tanto daño ha hecho al Partido Popular”.

Fan declarada de The Wire (Pablo Iglesias, que no sabe que le gusta ver cine sola, la invitó a recordar la serie en el sofá de su casa “porque hay cosas que no has entendido”) a Cristina Cifuentes le viene hoy como un guante, sitiada por todos, la famosa frase de Jimmy McNulty: “Pueden masticarte, pero tendrán que escupirte”.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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