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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cospedal, una aspirante de armas tomar

Corresponde a la pericia anestésica de Rajoy el trabajo de administrar las aspiraciones de su corral

La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, en la Semana Santa de Málaga.
La ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, en la Semana Santa de Málaga.Daniel Perez Garcia-Santos (Getty)

Más que una gaviota o un charrán —eterno debate iconográfico en el puerto de Génova—, a la bandera del PP podría darle vuelo el águila bicéfala de Albania. Dos cabezas que comparten el fondo rojo de la sangre pero que no se miran entre sí, quizá para evitar el fraticidio al que parecen decantadas Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal.

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El esmero público y pedagógico con que desmienten el duelo es tan evidente como la beligerancia con que exponen su animadversión en privado. Y no son dos personalidades que ambicionan legítimamente el despacho oval de Moncloa, sino también la expresión de corrientes, de bandos, de secciones, hasta el extremo de haberse creado los neologismos de sorayos y cospedales, en alusión a sus respectivos aliados, sean ministros, sean fajadores o sean líderes mediáticos con papel de influencia.

Corresponde a la pericia anestésica de Rajoy el trabajo de administrar las aspiraciones de su corral, pero es cierto que la formación del último gobierno revitalizó la salud sucesoria de Maria Dolores de Cospedal (Madrid, 1965). Se le respetaba el cargo orgánico del PP, por mucho que se lo curre Martínez Maíllo. Y se le colocaban por añadidura los entorchados de ministra de Defensa, bastante propicio a la construcción de una imagen intachable porque la tutela de la patria, las misiones humanitarias y las arengas a la tropa, establecen una distancia con el fango de los debates acuciantes. Es un reconocimiento del marianismo a los años de sacrificio y una manera de resucitarla. No ya porque perdió la presidencia de la Comunidad de Castilla La Mancha pese a ganar las últimas elecciones, sino porque parecían haberla carbonizado la actualidad del PP en los tribunales, las redadas policiales en Génova, los careos con Luis Bárcenas, la impertinencia de los jueces, el enjambre de los periodistas.

Y no puede decirse que la secretaria general desempeñara el oficio de cancerbera con especial locuacidad —la dimisión en diferido de Bárcenas es un hito del dadaísmo contemporáneo—, pero el repunte electoral del PP en los comicios del junio de 2015 demostraba que los populares habían amortiguado las corruptelas y que Cospedal tanto había resistido en la hostilidad de su puesto como había sobrevivido a los arreones de la vicepresidenta del Gobierno. Que unas veces eran explícitos —"Yo no he cobrado un sobre en mi puta vida"— y otras parecen relacionados con los trabajos impudorosos del CNI.

Nunca va a confesar públicamente Cospedal que Soraya hubiera dispuesto u ordenado investigar a su marido, pero es cierto que Ignacio López del Hierro había adquirido un "interés especial" a cuenta de su papel de consejero en la Caja de Castilla La Mancha y de otras actividades empresariales relacionadas con la construcción, la energía, la banca y hasta la retroescena de la trama Gürtel. Los tribunales no han acreditado anomalía ni delito alguno pese a las feroces acusaciones de El Bigotes en la comisión parlamentaria —relacionaba López del Hierro con la financiación irregular—, pero la mera especulación dio brillo a los ojos del águila.

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