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Viaje al origen de los tatuajes maoríes

Las crónicas de los primeros navegantes europeos del XVIII son las primeras descripciones de la práctica del ‘moko’ en la actual Nueva Zelanda

Uno de los primeros dibujos de los tatuajes maoríes hechos por Sydney Parkinson en 1769.
Uno de los primeros dibujos de los tatuajes maoríes hechos por Sydney Parkinson en 1769.

Con golpes rítmicos y repetitivos, los maoríes, los habitantes originarios de Nueva Zelanda, solían hacerse tatuajes por todo el cuerpo con una herramienta punzante hecha de hueso de albatros, diente de tiburón o espinas. Tatuarse era un ritual sagrado, llamado tapu, con una serie de pautas: tras el periodo de sangrado y al empezar la cicatrización, no se podía comer con las manos, mantener relaciones sexuales ni entrar en guerra. Se decía además que a cualquiera que rompiese las reglas se le hinchaba tanto el rostro por las múltiples escarificaciones en la piel que moría asfixiado. Nada de ello ha permanecido, salvo el nombre. Estudios de tatuaje de grandes ciudades ofrecen ahora catálogos con diseños maoríes, unos símbolos que, según la tatuadora e investigadora Paula Muñoz, poco tienen que ver con lo que significaban para los habitantes primitivos de las islas.

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Para llegar a los orígenes del tatuaje maorí hay que sumergirse en las crónicas de los primeros navegantes europeos que zarparon hacia las islas del Pacífico en el siglo XVIII. Muñoz, de 32 años, abordó esa tarea después de que un cliente le pidiera un dibujo de esas características. De nombre artístico Pau Beyondskin, decidió revisar durante más de siete años los cuadernos de bitácora del navegante británico James Cook (1728-1779), uno de los principales exploradores del Pacífico, y los dibujos de Sydney Parkinson, el botánico que lo acompañó. Así, logró recuperar gran parte de los primeros documentos que describían el proceso y el significado del conjunto de iconos en forma de líneas, triángulos redondeados y espirales tallados en la piel.

El tatuaje maorí o moko lo efectuaba un tahunga, que tenía un cargo parecido al de un sacerdote. Mojaba las herramientas en una mezcla untuosa de cenizas de raíces quemadas que restregaba en los surcos de la piel al tiempo que hacía preguntas a quien iba s someterse al proceso. Los tatuajes eran de dos tipos: iconografías oscuras sobre la piel no tatuada o de color piel sobre fondo negro, llamado puhoro y exclusivo de Nueva Zelanda. Pero, sobre todo, suponían algo más que decorar la piel: estaban totalmente personificados y narraban la historia y la trayectoria genealógica de cada individuo. Tatuarse era un proceso que se repetía a lo largo de la vida, añadiendo cada vez más íconos con significados propios. Por eso, no solo las personas de clase social más alta, sino los mayores, eran quienes más tatuajes tenían. Y la zona más ornamentada era el rostro.

“A través de la iconografía facial, se sabía quién era la persona y a quien se había matado”, explica Muñoz durante una conferencia en Casa Asia en alusión a los mokomokai, las cabezas de jefes maoríes disecadas e intercambiadas por armas de fuego durante la guerra de los Mosquetes, una larga serie de batallas entre los clanes neozelandeses que se extendieron a lo largo de la primera mitad del siglo XIX. Estas cabezas se convirtieron así en objetos de un comercio que se prohibió en 1831, pero contribuyó a surtir de piezas a algunos museos europeos de la época. Hoy, aún se mantiene un programa de repatriación para devolver las cabezas maoríes a sus descendientes o, en su caso, al Museo de Nueva Zelanda para que las almacene sin ser expuestas al público.

La investigadora y tatuadora Paula Muñoz (der.) durante una conferencia en la Casa Asia de Madrid.
La investigadora y tatuadora Paula Muñoz (der.) durante una conferencia en la Casa Asia de Madrid.Víctor Sainz

La guerra entre clanes terminó en 1840 con el tratado de Waitangi, que determinó que Nueva Zelanda pasaba a ser una colonia británica. En las pocas copias que aún se conservan del tratado, las firmas de los dirigentes maoríes son íconos, los mismos que se pueden observar en los tatuajes, ya que carecían de lenguaje escrito. Otra prueba de que los tatuajes definían a cada individuo. Aún no se ha podido establecer el significado exacto de cada símbolo.

La investigación de Muñoz abarca los años comprendidos entre 1769, fecha del primer dibujo de Parkinson, y 1850, cuando comenzó la evangelización de las islas, a cargo de sacerdotes y misioneros que prohibieron los nombres maoríes y la práctica del tatuaje tradicional, pese a lo cual el moko ha llegado hasta hoy en día. 

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