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La catástrofe permanente

Una familia que perdió su casa en los incendios de Galicia afronta ahora los daños que los escombros le han causado a sus vecinos tras el azote de una borrasca

Escombros de la casa quemada de Patricia Soalleiro.
Escombros de la casa quemada de Patricia Soalleiro.óscar corral

Desde que el pasado 15 de octubre Patricia Soalleiro y su familia sobrevivieron al infierno en el que la voraz ola incendiaria convirtió su casa de la aldea de Moces, en Melón (Ourense), no han hecho más que escapar de la adversidad. Pese a ello, no salen del kilómetro cero de la catástrofe.

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En aquella sobremesa de otoño, Soalleiro, su marido, su hijo de cuatro años y su tía impedida, de 76, abandonaron con lo puesto la vivienda. En cuanto el techo comenzó a desplomarse en llamas sobre ellos, empezó la fuga. Lo perdieron todo.Transcurridos cinco meses, cuando lo que apenas les quedaba eran los pilares de la casa y la determinación de empezarla de nuevo sin un euro de indemnización, aunque con la ayuda solidaria de los vecinos, la borrasca que venteó Galicia el pasado fin de semana los ha vuelto a doblar: levantó como una hoja seca los escombros y causó desperfectos en una vivienda colindante cuyos gastos se preparan para afrontar.

La borrasca Félix dejó tras de sí en Galicia cuatro heridos y un reguero de daños. En la aldea de Moces, levantó la uralita del tejado y otros restos de la casa derruida de Patricia Soalleiro y los volcó contra la del vecino mientras esparcía por el camino cascotes y hierros acumulados tras el incendio y tumbaba parte del tendido eléctrico. Previendo que podría ocurrir algo así, esa misma tarde Soalleiro y su marido sujetaron con cuerdas la estructura pero, señalan, “no pudimos hacer nada más porque el Ayuntamiento no nos deja tocar absolutamente nada de la casa, ni siquiera retirar lo escombros, hasta que no tengamos licencia de obra para rehabilitarla”.

En cuanto comprobaron los desperfectos causados por la borrasca, llamaron a Protección Civil. “Era peligroso porque el camino había quedado lleno de hierros y otros residuos, pero lo único que hicieron fue cortar las entradas al pueblo”. Al día siguiente ella misma y algunos familiares fueron retirándolo todo del camino. Soalleiro está indignada. “Han pasado ya cinco meses desde el incendio y hemos contratado a una arquitecta para empezar el proyecto e ir rehabilitando como podamos la casa, aunque esto es lento”, indica.

No se explica “por qué el aparejador municipal no redacta un informe sobre los posibles daños que puede causar esta vivienda en el estado en el que está mientras no nos conceden la licencia”. Asegura la afectada que la demora genera, además, el deterioro de las estructuras que el fuego respetó y que podrían aprovechar. No obstante, destaca que la única notificación que han recibido en estos cinco meses del Ayuntamiento de Melón “ha sido una carta certificada advirtiéndonos de que debíamos cerrar las puertas del patio para evitar peligros a terceros”.

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La alcaldesa, Cristina de Francisco, sostiene que no ha recibido petición de licencia de rehabilitación y afirma que ha estado con los afectados “desde el minuto cero del incendio”. Añade, además, que el Ayuntamiento “abrió una cuenta con 7.000 euros para que los que perdieron su segunda vivienda puedan ir comenzando los trámites -a mayores de otra cuenta para quienes perdieron pajares y otras propiedades- y además la Diputación les concede 5.000 para el proyecto de derribo y reconstrucción”.

Soalleiro matiza las declaraciones de la alcaldesa. “La cuenta no la abrió el Ayuntamiento, que no ha puesto un solo euro, sino que fueron los vecinos; es una cuenta solidaria para nosotros porque fuimos los únicos que perdimos la casa en Melón, junto con todas nuestras propiedades, y no podemos acceder a ayudas de la Xunta porque aunque mi tía vivía en ella todo el año estaba catalogada como segunda vivienda”.

Pese a que el Ayuntamiento “solo gestiona esa cuenta y ni siquiera sabemos cuánto dinero se recaudó”, la familia destaca que les exige que presenten tres facturas de empresas distintas para cada intervención que quieran hacer, “como si se tratara de una subvención de la Unión Europea”, de forma que es la institución local “la que nos elegirá, en el almacén que ella quiera, la pintura o el horno que compremos: va a ser lento”. Mientras tanto, se preparan para volver a empezar y cruzan los dedos para que las borrascas sucesivas no los devuelvan una vez más a la catástrofe.

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