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Otra vez las señales

El incremento de la movilización social no va acompañado de una pareja movilización electoral

Manifestación por el Día de la Mujer.
Manifestación por el Día de la Mujer. Samuel Sanchez (EL PAÍS)

Si por algo destacan los pocos días que han transcurrido de este 2018 es por la reactivación de la calle como lugar para la reivindicación ciudadana. En apenas dos meses hemos podido ver cómo en diferentes ciudades españolas se producían protestas contra la precariedad laboral, manifestaciones en favor de la sanidad pública, concentraciones reclamando pensiones dignas y, las más multitudinarias y exitosas, marchas reclamando la igualdad entre mujeres y hombres coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer el pasado jueves 8 de marzo.

El tiempo de la calle —que precedió a las elecciones generales de 2015 y se difuminó tras las de 2016— ha vuelto. Sin embargo, este incremento de la movilización social no va acompañado de una pareja movilización electoral. Al contrario, si mañana mismo se celebraran unas nuevas elecciones generales la participación estimada se sitúa en el 66%, la más baja —llegado el caso— de los 13 procesos electorales celebrados en nuestro país desde la restauración de la democracia. En este sentido, los datos del sondeo de Metroscopia son evidentes. La fidelidad de voto de los cuatro principales partidos y las transferencias de voto interpartidista han descendido con respecto a meses anteriores. En estos momentos, si tuviera que enfrentarse a unas inmediatas elecciones generales, en torno al 40% del electorado español se encuentra en fase de desactivación, es decir, dice estar indeciso sobre su comportamiento político (no sabe si se abstendría o si acudiría a votar y, en este caso, a qué partido lo haría) o, directamente, se declara abstencionista.

Esta descompresión podría ser fácilmente entendible. En los tres últimos años, desde 2015, los españoles han vivido una especie de periodo preelectoral permanente con la celebración de elecciones municipales, elecciones autonómicas —entre las que destacan las dos, emocionalmente intensas, en Cataluña— y dos elecciones generales. El cuerpo electoral necesita relajarse después de tanto tiempo en tensión. Ahora bien, que se produzca precisamente en el momento en el que el descontento ciudadano parece haber regresado y, de nuevo, se está exteriorizando, es, sin duda, un toque de atención a los partidos políticos.

El hecho de que durante este 2018 no esté prevista la celebración de ninguna elección parece haber llevado a estos a dar políticamente por amortizado el año… ¡en febrero! Algo que los ciudadanos no parecen dispuestos a admitir, de ahí, probablemente, su alejamiento —provisional, de momento— de los partidos. El 2019 vuelve a ser un año electoral. Pero queda eso, un año. Las señales vuelven a estar ahí. Los partidos políticos deberían moverse. Los ciudadanos ya lo están haciendo.

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