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La inexpugnable Legión de honor de Francisco Franco

Un tribunal de París rechaza la demanda de un hijo de exiliados para retirar la condecoración al dictador

Marc Bassets
Franco y el mariscal Pétain, líder de la Francia colaboracionista, en febrero de 1941 en Montepellier
Franco y el mariscal Pétain, líder de la Francia colaboracionista, en febrero de 1941 en MontepellierKeystone-France (Gamma-Keystone via Getty Images)

Harvey Weinstein, sí. Francisco Franco, no.

El productor norteamericano puede ver retirada próximamente la Legión de honor, máxima condecoración de la República francesa. El presidente Emmanuel Macron pidió en otoño que se le despojase de la condecoración tras la sucesión de acusaciones por acoso sexual. El dictador español, en cambio, preservará la condecoración, que Francia le otorgó en 1928 en grado de oficial y 1930 en grado de comandante.

El Tribunal Administrativo rechazó el 16 de febrero la demanda de Jean Ocaña, hijo de exiliados republicanos en Francia para despojar al dictador del alto honor francés. El tribunal argumentó que, al estar muerto el condecorado, la demanda era inaceptable. Ocaña, de 78 años, ha anunciado que recurrirá la decisión.

El caso pone de relieve la alambicada complejidad de “la más elevada de las distinciones nacionales”, como reza el artículo primero del código de la Legión de honor. La condecoración, creada por Napoleón Bonaparte en 1802, “recompensa los méritos eminentes adquiridos al servicio de la nación, sea a título civil, sean bajo las armas”. Los extranjeros que se hayan distinguido “por los servicios rendidos a Francia o a causas que esta apoya” también pueden recibirla.

Cuando a principios de 2016 Ocaña descubrió, leyendo el libro Un verano imperdonable, de Gilbert Grellet, que Franco había recibido la distinción, algo se removió en su interior. Dos años después expondría a la presidenta del Tribunal Administrativo de París sus motivos más íntimos para poner en marcha el proceso. La condena a muerte a su padre en España al final de la guerra civil, su exilio en Francia y su deportación al campo de concentración de Mauthausen. Las torturas a su madre y el asesinato de su hermano de tres años que se habían quedado en España. Y, finalmente, el exilio en Francia donde se reunieron con el padre.

Ocaña pidió antes al Gran Canciller de la Legión de honor que solicitase al presidente de la Repúbica la retirada del título a Franco. Sin éxito. Fue entonces cuando llevó el caso a la Justicia. Argumentó que él tenía un interés particular para actuar: su propia biografía y el daño que le había infligido Franco. Y defendió que el código de la Legión de honor autoriza a retirarla si el condecorado “ha cometido actos o ha tenido un comportamiento susceptibles de ser contrarios al honor o perjudiciales para los intereses de Francia en el extranjero o a las causas que esta apoya en el mundo”. El texto elude precisar si el condecorado debe estar vivo o muerto.

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El Gran Canciller, el general Benoît Puga, replicó que Ocaña “no aportó prueba alguna” sobre las penurias y crímenes que sufrió su familia por culpa de Franco. Y añadió que, al no precisar el código de la Legión de honor que la decisión pueda aplicarse a un muerto, la interpretación debe ser, por regla general, favorable al administrado. En este caso, Franco.

La abogada de Ocaña, Sophia Toloudi, confía en que el vacío jurídico actual —la imprecisión sobre si puede retirarse o no la condecoración a un muerto— se acabe precisando y beneficiando a su cliente. Cree que el temor de la Gran Cancillería es que “se abra una brecha”. Es decir, que una vez que se retire el honor a Franco, las reclamaciones sean incesantes. En el libro La Gran Cruz de la Legión de honor, de 2009, los autores Michel y Béatrice Wattel revelaron que, entre los honrados por la República, se encontraban nombres como Mussolini, Gadafi o Ceaucescu.

A la espera del resultado del recurso de Ocaña, el pasado parece imborrable. Franco, Mussolini, Gadafi, Ceaucescu son, a su manera, medallas con las que la augusta Legión de honor seguirá cargando.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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