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El hospital de La Línea aprieta el botón del pánico

La Junta de Andalucía duplica la seguridad del centro tras la escalada de violencia y agresiones en apenas dos semanas

Jesús A. Cañas
Protestas delante del Hospital.
Protestas delante del Hospital. efe

“Aquí va a tener que morir alguien del hospital para que se haga algo”. Pepe, seudónimo bajo el que se oculta un médico del hospital de La Línea de la Concepción (Cádiz), no puede más. Ya estaba harto de soportar insultos como “tío de mierda” o de tener que atender con miedo a un paciente que lleva tatuada en su piel la frase “muerte a los médicos”. Pero ahora siente que todo ha ido a peor en los últimos 15 días. El pasado 6 de febrero, 20 encapuchados entraban en Urgencias con total impunidad para llevarse a un narco herido. Este martes, un ciudadano danés agarró por el pelo, tiró al suelo y pateó a una auxiliar de enfermería. La escalada de violencia incluso ha llevado a la Junta de Andalucía a duplicar la seguridad de cuatro a ocho vigilantes.

El problema puede agravarse en breve, ya que La Línea está a punto de estrenar un flamante hospital que jubilará el actual edificio y que aumentará el número de camas y servicios

¿Qué está pasando en el hospital de La Línea? Juan José Uceda, portavoz de la Plataforma Cívica en favor del Hospital y la Salud de la localidad, lo resume: “El hospital es propenso, por la propia particularidad social de una parte de la ciudad, a que algunos estén esperando en Urgencias y, ante la falta de personal y las largas esperas, empiecen con los nervios y terminen con la agresividad como medio para conseguir las cosas”. Y esta triste pauta se ha instaurado con rapidez, como añade Pepe: “Un porcentaje de pacientes ha descubierto que insultando y amenazando consigue antes las cosas. Trabajar en Urgencias se ha convertido en algo angustioso y peligroso”.

Pero la situación no siempre fue igual de preocupante en este centro gaditano. “Este hospital tenía un nivel buenísimo”, rememora con nostalgia Inmaculada Castilla, enfermera y delegada sindical de Satse, mientras mira al edificio. Pero hace una década la crisis aterrizó en este y otros espacios de la sanidad pública. Las plantillas adelgazaron y las listas de espera crecieron. Por si no fuese poco, en La Línea el proceso se ha visto salpicado por la escalada y propagación del narcotráfico y su entorno de connivencia, poco acostumbrado a respetar las normas. “Cuando viene un chico herido por un accidente con una narcolancha nos echamos a temblar porque su entorno empieza a amenazarte por si no queda bien”, reconoce Pepe.

“El hospital está donde está y eso no se puede evitar. Por supuesto, no son la mayoría de los pacientes, pero unos pocos consiguen imponerse a la mayoría”, reconoce Mabel Cabeza, enfermera y portavoz del sindicato SAE. En el centro linense sus profesionales ya toman como habituales escenas que no lo son. Es el caso de familiares que, al ver que la atención se retrasa, se lanzan a gritar, insultar o amenazar al personal. “Recuerdo el caso de una chica de 18 años que se puso a gritar en la sala de espera. Salí de la consulta a pedirle que bajara la voz y me dijo ‘tú te callas tío mierda’. Es lamentable que quieras cuidar a la gente y te pase eso”, añade Pepe, también portavoz de los facultativos del hospital.

“He apretado en tres ocasiones el botón del pánico. Sé de enfermeras que llevan alarmas personales colgadas del cuello", afirma Pepe, un médico de La Línea que se oculta tras un seudónimo
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Castilla recuerda, cómo justo un día antes del suceso con los narcos del pasado 6 de febrero, “un hombre se puso agresivo, cogió un extintor y lo tiró por toda la planta”. Con todos estos sucesos, los trabajadores reconocen que desarrollan su trabajo velando por su autoprotección. “No sé si definirlo como miedo, pero sí, desde luego, como inseguridad”, añade la responsable sindical. Pepe incluso va más allá: “Yo ya he apretado hasta en tres ocasiones el botón del pánico. Sé de enfermeras que llevan alarmas personales colgadas del cuello y que van al trabajo con un bote de gas pimienta en el bolsillo”.

Más vigilantes

Además de condenar las agresiones, desde el Servicio Andaluz de Salud (SAS) han tomado nota de los últimos sucesos violentos. Desde el pasado 6 de febrero, se ha duplicado la seguridad en el centro. Ahora, el hospital está custodiado por ocho vigilantes por turno (salvo las noches que son seis), en lugar de los cuatro que había antes de los hechos. A eso se suma la puesta en marcha del Plan de Prevención y Atención de Agresiones que incluye la asesoría jurídica al profesional agredido por parte de los Servicios Jurídicos del Servicio Andaluz de Salud. Eso sí, desde el SAS matizan que en el pasado 2017 no les consta que hubiese agresión alguna y que tanto en 2016 y 2015 solo se produjo una cada año.

Pepe aporta un posible motivo: “Ya estamos tan acostumbrados que la mayoría de las veces ni se denuncia”. Eso no significa que parte del personal no tome otro tipo de medidas. “El que no es de aquí o no vive en la zona, sale corriendo del hospital en cuanto puede. Pide el traslado. Es eso o volverte un desagradable”, reconoce el facultativo. Y pone el ejemplo de lo ocurrido en Pediatría, un servicio que ha llegado a estar cerrado por la falta de médicos: “Eran seis, pero hartos de los contratos lamentables del SAS y los problemas de La Línea se plantaron en bloque y cuatro se fueron. De pronto, se vieron dos pediatras solas, una de ellas, pendiente a su vez de traslado”.

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El problema se ha solventado, en parte, con la llegada de especialistas del cercano hospital de Algeciras, el Punta Europa, perteneciente a la misma área de gestión sanitaria del Campo de Gibraltar. Sin embargo, el problema en La Línea ya se ha cristalizado en mala fama para el centro. Desde el pasado mes de diciembre, el SAS abrió una bolsa en la que ofertaba más de 40 plazas de especialistas en dicho centro. Aunque aún no se ha cerrado el plazo, “tan solo se han cubierto cuatro”, añade Castilla.

“Cualquier profesional busca información de La Línea, ve la imagen que se proyecta y se cree que esto es Medellín. Y no es así. Es como la imagen que se creó del País Vasco en sus peores tiempos”, denuncia Uceda. Desde el SAS, eluden hacer una relación causa-efecto entre la escasa respuesta de la oferta de empleo y los problemas de la ciudad y apuntan otros factores a tener en cuenta, como la escasez general de determinados especialistas en España o cuestiones ligadas a la movilidad.

Lo cierto es que la falta de personal preocupa, y mucho, entre los profesionales linenses que ven cómo “pasan meses sin poder sacar nada de listas quirúrgicas programadas, solo da para urgencias”, según apostilla Pepe. El problema puede agravarse en breve ya que La Línea está a punto de estrenar un flamante hospital que jubilará el actual edificio y que aumentará considerablemente el número de camas y servicios. Los sindicatos apuestan por otorgar más autonomía al centro para poder ofrecer contratos de trabajo más atractivos y la creación de un protocolo especial de seguridad. Solo así creen que se contrarrestará la mala imagen creada del hospital en este tiempo.

Mientras esas medidas se materializan, en La Línea capean como pueden el temporal. Entretanto que enfermeros y médicos explican su complicado día a día, en el mediodía del pasado jueves, la puerta del edificio es un hervidero de pacientes y familiares. Entran y salen, algunos se quedan mirando a los profesionales que, vestidos con batas blancas, narran su calvario. De pronto, se acerca una señora. “¿Estáis recogiendo firmas para lo de la falta de personal y la seguridad? Es para firmar ahora mismo”, pregunta con indignación. A unos pasos, Jesús Fonseca contempla la escena, apoyado al pie de la escalera. “¿Que qué opino de lo que está pasando? Que eso no va conmigo porque no es mi forma de ser —tercia apesadumbrado este gaditano de Los Barrios—. Es triste que tengas que estar haciendo un reportaje sobre esto y no de que unos magníficos profesionales acaben de salvar la vida de mi padre”.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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