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CASO GÜRTEL
Crónica
Texto informativo con interpretación

El Bigotes: “Veo el plano del hemiciclo y siguen los mismos”

Álvaro Pérez comparece en el Congreso con rencor acumulado, pero siempre controlado, hacia el PP y con amargura, tocado por la cárcel

El Bigotes comparece en el Congreso.Foto: atlas | Vídeo: EUROPA PRESS / aTLAS
Íñigo Domínguez

Álvaro Pérez, El Bigotes, ha rememorado esta mañana en la comisión de investigación de las cuentas del PP, la última vez que estuvo en el Congreso. Salió con Mariano Rajoy a comprarle unas gafas, le acompañó hasta una óptica cercana junto a su jefa de prensa de entonces. “Tenía unas de pasta, viejas”, ha comentado. Se reflejaban los flashes en las fotos, era un desastre. Era entre 2004 y 2005. Pero más allá de la óptica tampoco ha ido esta mañana, no ha contado mucho más. “Le conocía, pero no era eso de: 'Mariano tío, ¿cómo estas, qué tal has dormido?'”. Le frecuentó “11 meses”, concretamente los que siguieron a los atentados del 11-M, y especialmente mes y medio con motivo de un viaje a Argentina y Uruguay. Pero no le extraña que ahora muchos del PP digan que ni se acuerdan de él: “Cuando pasas de ser humano a apestado es lógico, tienen que entenderlo ustedes, es lógico”. De hecho esta mañana él ha entrado en el edificio del Congreso en un coche policial camuflado con los cristales tintados. Se había levantado en prisión a las cinco de la mañana, “fresquito en el calabozo”. Lo primero que agradeció en la sala fue el estar “calentito”.

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Se esperaban este martes grandes cosas de El Bigotes, sobre todo si se calentaba. De sus diálogos con Joan Tardà o Toni Cantó, porque se sabe que pinchándole un poco puede desvariar bastante. Pero la verdad es que un poso de cordura o amargura dominó sus palabras, salvo en algunas de sus concesiones verbales pintorescas, y esto es casi noticia. No fue como otros números suyos de cabaret, esta vez fue un cabaret amargo. Lo de hoy no era un juicio, la conversación fluía, y luego Álvaro Pérez tiene talento para parecer sincero sin que esté claro si dice la verdad. Por ejemplo: “Paco Camps es uno de los políticos más honrados que he conocido”. O esta otra: “He podido callar alguna cuestión, pero no mentir, cuando digo algo no es que quiera tirar de la manta, no quiero tirar de la manta, hablo de lo que me acuerdo”. Dijo que por consejo de su abogado habla poco, y lo dijo realmente sin afán de ser irónico, pero a los dos minutos ya empezó a desbarrar: “Mi abogado vino anoche a Valdemoro y me dijo: 'de eso, de eso y de eso no se te ocurra abrir la boca'”. Su letrado, sentado en un extremo de la sala, meneaba la cabeza mirando hacia abajo. Como diciendo que no era eso, no era eso. Ser abogado de El Bigotes debería ser considerado profesión de riesgo.

Álvaro Pérez no es Paco Correa, que prefirió comparecer en videoconferencia en esta comisión, él esto no se lo perdía. Él es quien pone el color y los detalles jugosos en la Gürtel, aunque no diga nada nuevo, y esta vez no tenía curso de pochar. De todo lo que dijo, imposible de ordenar, un torrente de titulares, se le nota un rencor con el PP, pero difuso, sin muchos nombres, que se traduce sobre todo en amagos. Como cuando ha dicho que sigue teniendo la tarjeta VIP de ir “a diario” a la sede de Génova -“la tengo de recuerdo”-, cosas que dice siempre con un tono nostálgico de los buenos tiempos. Porque mira ahora: “Veo portavoces del PP que insultan con mucha facilidad, pero claro, son portavoces muy jóvenes, no tienen ni la más remota idea de qué era lo que pasaba antes”, acusó. Repitió que “con la empresa de Francisco Correa ha trabajado el PP de toda España”. E insistió: “Yo nunca le dije al PP, jamás en la vida, como me tenía que pagar, es el PP quien me dice a mí cómo me paga, si quiero cobrar”. Ahora bien, los empresarios "pagaban con alegría y felicidad".

A el Bigotes se le amontonaban en la memoria las cosas que regalaba en el PP, lo da ya por asumido, que no causa escándalo: “Corbatas muchas; comidas; muchos de ellos han viajado conmigo para ahorrarse la gasolina; la cantidad de gente que se ha colocado: primas, hermanos…”. Hizo una excepción con los famosos trajes de Camps: “Si el Supremo ha dicho que yo no he regalado trajes no seré yo quien le lleve la contraria”. Por eso ahora le duele que solo él pague el pato, y le entra la vena justiciera, de verdadera regeneración democrática: “Veo el plano del hemiciclo y sigo viendo a los mismos”. “¡Habría que fulminarlos, atraviesan el fuego cruzado y no les pasa nada!”, se quejó. Lo que le fastidia, se intuyó, lo resumió en una de sus frases memorables: “Es muy fácil insultar a los que estamos en el lado oscuro”. Otro titular: “Yo no he corrompido a nadie, en todo caso ya eran corruptos”.

Cuando más se ha calentado ha sido en sus reflexiones sobre los papeles de Bárcenas: le ha llamado “poderosamente” la atención que él no aparece nunca, y está en la cárcel, y en cambio sí figuran varias veces “Ignacio López del Hierro, marido de Dolores de Cospedal, y Ángel Piñeiro López, el edecán del señor Rajoy, un amigo de Rajoy”. “¡Y figuran como atizantes, vienen a soltar el mondongo, y no vienen aquí a declarar, ni los he visto en ningún banquillo, los medios de comunicación no dicen ni pío de ellos!”, se desahogó. Ahí le pincharon varias veces, a ver si se iba de la lengua, y fue bingo, pero no es que hablara más de eso, sino que ya se descontroló en una elegía sobre la justicia: “¡La justicia tiene que ser igual para todos! ¡Entre otras cosas cuando el cuñado del Rey está en Ginebra, también condenado, y yo en Valdemoro! ¡La justicia no es igual para todos!”. En Valdemoro esta noche le recibirán con aplausos, aunque él pronosticó que en los medios “a mediodía los profesionales de la felación me van a poner a parir en las tontulias”.

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El cabreo del Bigotes es puro veneno de la cárcel, y Joan Tardà, el más sentimental de los diputados presentes, y quizá de casi todo el hemiciclo, apuntó a su lado humano a ver qué salía. Al preguntarle lo que piensa en la soledad de la celda, respondió: “El señor Junqueras reza, yo entreno, hago deporte. (…) Ni él, ni yo, por determinadas cuestiones, deberíamos estar en la cárcel. No se lo deseo a mi peor enemigo. Es tremendamente doloroso”. Y al plantearle qué le diría al empresario que aún hoy esté pensando en financiar en negro un partido político, fue tajante: “Que me mire a mí”. Más allá del personaje, Álvaro Pérez es un hombre que pidió por favor que le dejen libre por la tarde, porque a las cuatro y media tiene vis a vis con sus hijos.

El Bigotes mezclaba magistralmente lo serio con lo gracioso, y enseguida volvió a su registro juguetón. Le gusta regodearse en aquella complicidad que tuvo con el PP, para ver cómo se asustan en el Gobierno y pasan mal rato. La representante popular en la mesa, sentada a su lado, Beatriz Marta Escudero, a veces parecía que soñaba que estaba en otro sitio. Pérez hasta ofreció, como experto en el tema, una receta contra la corrupción a la democracia española: “Lo que tenía que hacer el PP, y los demás, en una pestaña en su página web, diciendo: vamos a hacer un acto en Valladolid. Pantallas, tanto; moqueta, tanto; valla, tanto; autocares, tanto; y el nombre de las empresas… Eso sería fantástico. Sus votantes dirían: con dos cojones, muy bien. Eso es transparencia”.

Un pequeño momento estelar, que reflejó toda la anormalidad e incomodidad de su comparecencia, fue cuando, en medio de un relato, preguntó a los presentes si la oficina de prensa del PP, por donde pasaba a menudo, sigue estando en la segunda planta de la sede de Génova. El Bigotes miraba a la sala buscando la respuesta, pero los del PP se hacían los orejas. “¿Sigue en el segundo piso?”, repitió El Bigotes, como si fuera un profesor con mote. Los demás diputados señalaban a los populares, como alumnos que acusan en clase a quien ha hecho alguna travesura. Al final tuvo que contestar Escudero, sentada a su lado, con rostro de profunda resignación: “Sí”. El PP, como siempre en esta comisión, delegó en un diputado raso el marrón de su intervención y no hizo preguntas.

El Bigotes dijo más de Aznar que de Rajoy, sin hablar en absoluto de él: “Con Aznar trabajé más, hice muchos más mítines. Cambié el logotipo, la imagen del PP…”. Que El Bigotes sea responsable de la imagen del PP es una verdad indiscutible hasta hoy. Fue en un viejo relato de sus inicios donde regaló uno de los secretos de lo que ha aprendido en política, hasta hoy. Recordó su toma de contacto con el partido, a través de Alejandro Agag, muy amigo suyo, a quien conoció porque iba a tomar copas a un cabaret que Pérez frecuentaba, trabajaba entonces en el mundo del espectáculo. Y por eso mismo le fichó Agag. Lo mejor es que el propio Bigotes tuvo reparos: “Le dije: hombre, yo hago otro tipo de espectáculos. Y me dice: está relacionado”.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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