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Anticatalanistas, antipatriotas

La trituradora del 'procés' lleva ahora a la parálisis indefinida del autogobierno

Interior del hemiciclo vacío con las banderas catalana y española en el lateral derecho de la imagen. / Vídeo: La CUP protesta por la no celebración de la investidura en sus escaños.Foto: atlas | Vídeo: ALBERT GARCIA
Lluís Bassets

Son nacionalistas, son independentistas, eso nadie lo puede dudar. Pero no son catalanistas, ni tampoco son patriotas. Los catalanistas quieren hacer grande y fuerte Cataluña. Los patriotas están dispuestos a hacer todos los sacrificios personales que sea necesario por el bien de la colectividad.

Los dirigentes que tienen ahora en sus manos la conducción de lo que llamaban proceso soberanista, y que se ha convertido en una pesadilla de autodestrucción en dirección a la nada, han conseguido en muy poco tiempo que Cataluña sea más débil y más pequeña, menos influyente y menos prestigiada en España y en el mundo.

Su disparatada deriva unilateralista es la que ha dado fuerza a la derecha más inmovilista y centralista en Madrid y ha despertado unos sentimientos identitarios españoles que hasta ahora se encontraban larvados en Cataluña. Su ruptura de la legalidad de los días 6 y 7 de septiembre es la que ha expulsado a empresas e inversiones y ha abocado a Cataluña a que por primera vez en la historia contemporánea ya no sea la región vanguardista en el crecimiento económico cuando el conjunto de España y de Europa está creciendo. En definitiva, han destrozado el catalanismo y su transversalidad, la única fortaleza en la que los catalanes podemos confiar para negociar con buenos resultados nuestro lugar dentro de España.

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Ahora, insatisfechos con los pésimos resultados de sus cálculos erróneos sobre el proceso, estos dirigentes quieren empantanar el país y sus instituciones con el absurdo dilema entre una investidura de Puigdemont que no se producirá y unas elecciones que ni siquiera se sabe cómo se deben convocar y en qué plazos. La trituradora del proceso empieza a dañar las propias instituciones catalanas de autogobierno y conduce al país a una parálisis, expresamente buscada, con la personalización y el radicalismo de Puigdemont y de sus partidarios, totalmente cegados y sin el más mínimo sentido de bien común y de patria que los pudiera llevar a razonar y a sacrificarse.

Puigdemont, definitivamente, es el presidente del 155. Su interés es que nunca se levante e incluso que se aplique de forma aún más rigurosa, como algunos pidieron antes del 27 de octubre. Las instituciones de autogobierno tan costosamente conquistadas le importan un bledo. Prefiere sacrificarlas y que los catalanes nos quedemos sin nada, en una especie de preautonomía, antes que bajar del burro y admitir que ha perdido la partida y que es hora ya de gobernar y luego de dialogar y pactar para asegurar el autogobierno y si es posible mejorarlo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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