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Pleno del Congreso
Crónica
Texto informativo con interpretación

Discusión entre catalanes en amarillo pistacho

Tardà y la ministra Montserrat trasladan al hemiciclo la división social y familiar en Cataluña en un debate pasional

La ministra de Sanidad, Dolors Montserrat, durante su debate en el pleno con Joan Tardà.Foto: atlas | Vídeo: JAIME VILLANUEVA | ATLAS
Íñigo Domínguez

La campaña catalana se sigue de lejos en el Congreso cada semana con preguntas o propuestas que son solo pretextos para hablar de la situación en Cataluña, con escasos argumentos nuevos. Se repiten los sarcasmos y se reeditan los aspavientos. A Rajoy le preguntan en la sesión de control y saca el mismo folio de la vez anterior. Hablar del 155 ya casi ni es noticia. La pequeña novedad de este miércoles fue que la discusión se planteó entre dos diputados catalanes locuaces y pasionales, de talante sincero, la ministra Dolors Montserrat y Joan Tardà, que hablaron más con el corazón, como si estuvieran en una sobremesa de una familia que acaba discutiendo ante los invitados. Podía ser cualquier familia catalana. Fue acalorada y coloreada. El principal argumento de Tardà era el lazo amarillo y un pin con la cara de Junqueras, estrenado hoy. El de la ministra, un vestido "amarillo pistacho", aunque podía debatirse si eso existe y el pistacho no es más bien verde, pero por suerte no entraron en matices. Aunque uno más en el procés no se hubiera notado. “Me lo he puesto porque solo faltaba que también nos robaran la paleta de colores”, acusó.

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Como en las buenas broncas familiares, fue de ropa y trapos sucios. Tardà, que leyó la última carta de Junqueras desde prisión con una melancólica felicitación de Navidad, le aconsejó, más bien, que se dejara de vestidos y que el PP se pusiera el mono de trabajo, “o el 48% de independentistas seguirá creciendo”. Y la ministra le replicó que se dejara de cartas, porque la “verdadera carta” es el “dietario del procés”, la libreta de Josep Maria Jové, ex secretario general de Vicepresidencia de la Generalitat, con el guion previsto de la independencia, incautada por la Guardia Civil. En ella, le reprochó, los secesionistas proponen como estrategia crear “microrrupturas”.

Tardà, con su porte campechano de Obélix de Cornellá y su tendencia trascendente, le recordó que “nunca habíamos ido tan lejos y nunca habíamos sido tantos”. “Hemos llegado a la falda de la montaña”, concluyó, y parecía que acababa de dejar el menhir al lado de la tribuna, una pesada y telúrica carga histórica. Montserrat no iba tan lejos, le bastaría poder pasear por su pueblo, Sant Sadurní d’Anoia sin que le insulten: “El otro día gente de su partido me llamó fascista con ojos de odio”.

Aquí se entró de lleno en el terreno sentimental, porque además la CUP intentó declarar a la ministra persona non grata en su pueblo hace dos semanas. “¡Míreme a los ojos señor Tardà!”, le gritó la ministra. El portavoz de Esquerra, que sonreía en su escaño, en ese momento se puso serio, porque comprendió que no era una gravedad fingida, y la miró. “¡En mis ojos no verá odio, ni rencor, nosotros queremos la reconciliación!”, le increpó Montserrat levantando las manos nerviosas con las palmas abiertas, como una actriz de cine mudo. Y a veces se queda muda porque le falta el aire de lo deprisa que habla. Tardà parecía ofendido de que pensaran que él puede odiar a alguien. “Yo también tengo familia y amigos del alma que no son independentistas. ¿Usted cree que mi proyecto no les incluye?”, le preguntó, además de recordarle que tiene amigos en la cárcel. “Hay familias peleadas por el procés, claro que sí. ¡Pero ya se peleaban de antes! ¡Por la herencia!”. Los catalanes se ríen siempre con ganas de las bromas de dinero y en su bancada se rieron. Sin embargo, Tardà argumentó que en las casas “con cultura” se ha podido hablar de todo y dialogar. Los populares meneaban la cabeza. Como los otros la mueven asombrados cuando hablan ellos.

Montserrat terminó con una encendida defensa del amarillo pistacho y el resto de colores, con metáforas cromáticas que pasaban por la denuncia del "atropello monocolor" y la advertencia de que el amarillo cambia enseguida con unas gotas de otra tonalidad. El PP la aplaudió en pie. Al terminar, Tardà se acercó a su escaño y hablaron un momento. ¿Qué se dijeron? Tardà lo contó luego: le reprochó que no le podía decir que en sus ojos había odio, que no era así, que tenían que estar por encima de esas cosas. La ministra meneaba la cabeza contrariada. Se fueron sin ponerse de acuerdo. Estas peleas de catalanes de distintos partidos cada vez son más frecuentes en el Congreso y no tienen ninguna pinta de terminarse.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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