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Inmigración

“Me aterrorizaba desaparecer en el mar”

Cuatro jóvenes argelinos relatan su viaje de 17 horas para cruzar el Mediterráneo hasta la Península

J. J. Gálvez
Ahmed, Houari, Khaled y Medhi, en el local de Cepaim en Torre-Pacheco.
Ahmed, Houari, Khaled y Medhi, en el local de Cepaim en Torre-Pacheco.Pedro Martínez

Ahmed, de 28 años, levanta enérgico un brazo y señala con el dedo hacia arriba, emulando aquel 7 de octubre en el que alzó la mirada para ver cómo se convertía en su salvación un pequeño punto que se acercaba surcando el cielo. Hacía cuatro horas ya que el joven argelino, junto a otros 19 compañeros de patera, debían haber llegado a su destino, según la promesa de los traficantes. Pero el motor había perdido potencia y navegaban a la deriva. El agua entraba constantemente por la borda de una embarcación sobrepoblada y golpeada por las olas. "Tenía miedo de que volcáramos y nos ahogásemos", explica este chico de Orán, mientras recuerda cómo un helicóptero de las fuerzas españolas de salvamento los localizó en mitad del Mediterráneo. Tras 17 horas de trayecto.

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El relato de Ahmed resuena en una silenciosa habitación de Torre-Pacheco, en un local de la Fundación Cepaim, que asiste a los inmigrantes llegados a esta zona de Murcia. A su lado se sientan Houari, Khaled y Medhi, de 18, 27 y 28 años, respectivamente. Los cuatro viajaban en la misma patera. Se conocían del barrio —de hecho, Houari es sobrino de Ahmed—. Pero ninguno sabía que embarcarían juntos. Explican que, aquel día, no contaron a nadie que se lanzarían al mar rumbo a la Península, cubriendo la ruta en auge entre Argelia y el levante español. Tras pagar 1.000 euros, se desplazaron hasta la playa de Kristel, a unos veinte kilómetros de su ciudad. Allí fue cuando empezaron a reconocer las caras de sus compañeros.

"Había más gente del barrio. A algunos chicos, muy jóvenes, traté de convencerlos para que no se la jugaran. Les dije que era muy peligroso. Pero no me hicieron caso", dice Ahmed. "La noche fue lo peor", continúa Khaled, que recuerda el tiempo que pasaron en la más absoluta oscuridad: "Tenía miedo de que algún animal chocara con la barca y la tumbara". Hasta que no pisaron suelo español no telefonearon a sus familias para contarles su odisea.

— ¿Y en qué pensabais durante el trayecto?

— En mi familia. Me daba miedo ahogarme y que no averiguaran nunca dónde estaba. Me aterrorizaba desaparecer en el mar.

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Houari responde el primero. "En la muerte", remacha Khaled.

"En Orán no hay trabajo. Hemos venido aquí para tener un futuro y enviar dinero a casa", continúa Medhi, el menor de nueve hermanos, que se encuentran en Argelia junto a sus padres. Ninguno tenía un empleo fijo en su país natal, que atraviesa una aguda crisis económica tras el derrumbe del precio del petróleo. Allí sobrevivían haciendo ñapas de albañilería, mecánica, aluminio, escayola... "Mis padres se han divorciado y necesito mandarle dinero a mi madre", insiste Ahmed, que añade: "Además, a mi avanzada edad, me sentía obligado a formar una familia, a casarme, a tener hijos y a traer dinero a casa. Pero no podía hacerlo".

Ahmed, Houari, Khaled y Medhi —nombres ficticios utilizados por su expresa petición— llegaron al puerto de Cartagena el 7 de octubre. No conocían a nadie en Europa. Y, a diferencia de la mayoría de los argelinos llegados a la Península a través de esta ruta, que quieren marcharse a Francia, ellos prefieren quedarse en España. Aquí pretenden regularizar su situación. "Poder trabajar", repiten.

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Sobre la firma

J. J. Gálvez
Redactor de Tribunales de la sección de Nacional de EL PAÍS, donde trabaja desde 2014 y donde también ha cubierto información sobre Inmigración y Política. Antes ha escrito en medios como Diario de Sevilla, Europa Sur, Diario de Cádiz o ADN.es.

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