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“En la Casa de Campo se venden mujeres por 5.000 euros”

La denuncia de Ana Almarza, monja adoratriz, conmueve a los asistentes al congreso 'Católicos y Vida Pública', de la ACdP-San Pablo CEU

Varias jóvenes esperando a clientes en la Casa de Campo (Madrid).
Varias jóvenes esperando a clientes en la Casa de Campo (Madrid).Cristóbal Manuel

Este domingo se celebra la I Jornada Mundial de los Pobres, que el papa Francisco convocó como colofón al año de la Misericordia. El acontecimiento coincide por casualidad con el congreso de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y la Fundación Universitaria San Pablo CEU, anunciado hace meses para este fin de semana para hablar de la acción social de la Iglesia católica. "Los pobres ya no nos duelen. El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres”, ha dicho el pontífice argentino en un mensaje para la ocasión.

Pero la pobreza y las injusticias duelen cuando se ven de cerca. Lo viven cada día las religiosas adoratrices que se ocupan de las mujeres mal llamadas “de mala vida”. "Nadie protege a una mujer de mal vivir. Son tratadas con desprecio y dureza. En la Casa de Campo se venden mujeres por 5.000 euros. No alquilan sus cuerpos, se las vende”, dijo esta mañana Ana Almarza, la adoratriz convocada para exponer su tarea ante el millar de asistentes al XIX Congreso Católicos y Vida Pública.

Desde hace décadas, las adoratrices cuidan en sus casas de acogida de las mujeres maltratadas, prostituidas, migradas, refugiadas. "Estamos por ellas, para ellas, con ellas. Queremos que la mujer se ponga en pie, que sea fuerte y libre", sentenció Almarza.

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En otra de las mesas del congreso, han intervenido el general Manuel Bretón, presidente ahora de Cáritas España; el secretario general de Manos Unidas, Ricardo Loy, y el presidente de Ayuda a la Iglesia Necesitada, Antonio Sáinz. “No se trata de dar, sino de construir", afirmó Bretón al explicar los retos a los que se enfrenta Cáritas, entre los que se encuentran identificar “quiénes son los hermanos que necesitan ayuda y descubrir que muchas situaciones de sufrimiento son evitables”.

"El mayor problema de nuestra sociedad es que no se escucha a la gente", subrayó en otra de las mesas del congreso el padre Ángel García, presidente y fundador de Mensajeros de la Paz.

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"No será congreso de grandes discursos, sino de testimonios reales", había pronosticado el presidente de la ACdP, Carlos Romero Caramelo, en su discurso de apertura de un congreso que, por primera vez, presenta y analiza las diversas actividades de las varias docenas de ONG católicas. Está siendo un congreso de denuncia, pero también de anuncio de una actividad social y caritativa que ocupa a decenas de miles de fieles de esa confesión religiosa y mueve cientos de millones de euros cada año, muchos de ellos aportados por las diferentes Administraciones del Estado. “Sigue habiendo 800 millones de personas que sufren el gran escándalo del hambre. No nos podemos quedar impasibles", sentencio Romero. Según el presidente de la ACdP, “casi 4,8 millones de personas fueron acompañadas en los centros de la Iglesia dedicados a la acción social. Esta es la Iglesia”. El también presidente de la Fundación CEU-San Pablo recordó los 65 millones de refugiados, “muchos de ellos procedentes de nacionalismos extremos o fundamentalismos religiosos”, o los más de 300 millones de cristianos perseguidos o discriminados por su fe. 6 de cada 10 seres humanos viven en países con déficit de libertad religiosa.

La primera conferencia de un congreso que dirige desde hace años Rafael Ortega Benito estuvo a cargo de Víctor Ochen, fundador de la African Youth Initiativa Network y premio Mundo Negro a la Fraternidad 2015. “¿Dónde está la humanidad en nuestra religión?”, dijo retadoramente, para relatar su experiencia en Uganda y su lucha por la paz en África. “No tomé las armas aunque tenía muchos motivos, y no lo hice porque he sufrido mucho dolor, y no deseo convertirme en fuente de nuevo y más dolor”, sentenció.

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