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Maniobras revolucionarias

El independentismo ha hecho los ensayos generales cuando ya había pasado la fecha del estreno

Lluís Bassets
Un momento de la manifestación en la Plaza de la Catedral de Barcelona con motivo de la jornada de huelga general del 8 de noviembre.
Un momento de la manifestación en la Plaza de la Catedral de Barcelona con motivo de la jornada de huelga general del 8 de noviembre.Enric Fontcuberta (EFE)

Después del episodio Forcadell, con la renuncia a las obras y a las pompas de la unilateralidad, hay que volver todavía a lo que ocurrió el jueves, el día de la huelga general, el jueves 8 de noviembre. Está claro que los acontecimientos corren más que la escritura, y por eso hay que recuperar los hechos que han quedado sin comentar.

En primer lugar, señalar que la huelga del jueves apenas fue una huelga y en todo caso seguro que no fue general. Quizá por eso mismo, que ya se veía venir, volvieron a denominarla 'aturada' o paro de país, como ya sucedió el 3 de octubre, aunque propiamente tampoco entonces fue ni huelga general ni un paro de país en toda regla.

Se trataba, al parecer, de paralizar el país entero, si no de grado por fuerza, gracias a la acción de los Comités de Defensa de la República, la nueva herramienta de moda que ha entrado en acción tras la falsa proclamación de la independencia el día 27 de octubre. Pues bien, esto tampoco sucedió esta vez, a pesar de los numerosos cortes de carreteras, autopistas y vías de tren a cargo de piquetes coactivos, formados, principalmente, por estudiantes, normalmente, los que disponen de más tiempo y energías para este tipo de tareas.

¿Para qué ha servido así la jornada de protesta del miércoles 8 de noviembre, aparte de fastidiar a los ciudadanos?

Huelga hubo poca el 3 de octubre, sobre todo en los sectores industriales, y este 8 de noviembre todavía hubo menos. La mayor diferencia la proporcionó la administración catalana, que hizo huelga ordenada desde el Gobierno la primera vez y solo participó en un 20 por ciento en la segunda, una vez aplicado el 155. Esta vez lo más visible de la huelga fue la participación masiva de los medios de comunicación públicos y concertados, el único sector controlado aún por el gobierno destituido, que quisieron dar la impresión de un seguimiento masivo y de una paralización casi absoluta del país.

Entre los organizadores de la jornada, a pesar del fracaso de la huelga general y del paro de país, se quiso transmitir una cierta satisfacción. Se había demostrado al enemigo —"el Estado"— que son ellos quienes controlan el territorio catalán ("las calles siempre serán nuestras"), sin que los diferentes cuerpos de policía, todos juntos, pudieran hacer nada para impedirlo. Cada vez que quieran —nos dicen— volverán, y desde Madrid no tendrán más remedio que quedarse chascados mientras les toman el pelo. No importa la cara amplísima de felicidad del ministro del Interior, más que contento de haber terminado la jornada sin una sola fotografía que puede presentarse como prueba visual de la resurrección del régimen franquista.

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Los únicos que no pueden estar contentos son las decenas de miles de ciudadanos que perdieron una jornada de trabajo, negocios y viajes gracias a la combatividad de los CDR y a la pasividad de la policía. Tienen la ventaja de que podrán pasar factura a los responsables, por un lado los partidos independentistas y por otro el PP, en las próximas elecciones del 21 de diciembre.

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¿Para qué ha servido así la jornada de protesta del miércoles 8 de noviembre, aparte de fastidiar a los ciudadanos? Al gobierno del PP le ha servido, porque ha desgastado a los convocantes y le ha permitido esta vez exhibir su buen control de los Mossos y hacerlo con prudencia y moderación. Si los directamente perjudicados por los cortes pueden castigarle en las urnas, otros habrá que le premiarán por haber demostrado una cierta finezza política.

También ha servido a la CUP y a la gente más radicalizada, que han tenido la oportunidad de hacer unas maniobras revolucionarias de control de fronteras y vías de comunicación, después de haber soñado en la huelga general, el gran mito revolucionario que debía acompañar la toma del poder. En el momento clave, la huelga general obrera se convertía en huelga insurreccional o expropiatoria, que significaba la ocupación y la apropiación por la clase obrera de los medios de producción, es decir, las fábricas.

Pero a la vista del resultado de las maniobras, los radicales no deberían estar demasiado eufóricos. Sobre todo por una razón fundamental: llegan tarde. Estos actores hacen ensayos generales cuando ya ha pasado la fecha del estreno. Al margen de las molestias y del mal económico infligido al país y a la imagen de Cataluña —todo ello suficiente y excesivo— estas maniobras, las segundas que se hacen si contamos el primer paro de país del 3 de octubre, hubieran sido mucho más peligrosas y preocupantes si se hubieran producido acompañando o justo después de la fallida proclamación de la república.

Afortunadamente, ni el gobierno ni la Asamblea Nacional Catalana lo habían preparado. Esto sí que hubiera producido auténticos tumultos y en algunos casos acordes incluso con la hipótesis de la violencia, tal como la formula el juez del Supremo, Pablo Llarena, en su auto de prisión condicional. Carme Forcadell nos tranquiliza con su explicación: es un movimiento pacífico, la República era meramente simbólica. Todo era una gran ficción. Ahora es todavía pronto para saberlo, pero a veces da la sensación de que nos hemos salvado por los pelos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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