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La ‘honorable’ socorrista de Rajoy

Soraya Sáenz de Santamaría acumula poder y asume ahora el cargo interino al frente de la Generalitat catalana

Costhanzo

Estaba y está en los planes de Soraya Sáenz de Santamaría (Valladolid, 1971) alcanzar la presidencia del Gobierno, pero no lo estuvo ni estaba el ensayo general de convertirse en molt honorable presidenta de la Generalitat. Lo hará en funciones, apenas unas semanas, aunque las responsabilidades demuestran la confianza explícita que le deposita Mariano Rajoy —siendo Mariano Rajoy muy desconfiado y habiéndose granjeado la reputación de autócrata hermético—.

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Las delegaciones en Sáenz de Santamaría representan una clara excepción al absolutismo marianista. Clara y polifacética, pues la vicepresidenta para todo tiene un predicado de atribuciones más nutrido que los apellidos de un grande de España. Es ministra de la Presidencia y para las Administraciones Territoriales, entre otros galones, aunque su cargo más envidiado se aloja entre las siglas del Centro Nacional de Inteligencia (CNI).

Quiere decirse que Soraya Sáenz de Santamaría es la 007 conceptual. Y que bien podría reprochársele por idénticas razones la negligente gestión del referéndum del 1 de octubre. Fue el Gobierno incapaz de encontrar las miles de urnas que afloraron y de neutralizar el dispositivo electoral, aunque ni siquiera entonces Rajoy ha dudado de la pertinencia de su lugarteniente.

Había motivos anteriores para cuestionarla. Ninguno tan claro como el que supuso prestarse a la zarabanda con que la sedujo Oriol Junqueras. La vice, así se la conoce prosaicamente, inauguró instalaciones en Barcelona. Se hizo frequent flyer de Iberia. Y dio la impresión de haberse garantizado un pacto de no agresión con el líder de Esquerra Republicana. De vicepresidente a vicepresidenta, Oriol y Soraya aparentaban un armisticio en la abstracción y buen rollo de la “operación diálogo”. Y hasta tenían un íntimo amigo tan común como Artur Mas.

Ni siquiera la cuestionable gestión de la crisis de Cataluña ha llevado al presidente a dudar de su lugarteniente 
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La dentellada del soberanismo ha estado cerca de desangrarla, pero Soraya Sáenz de Santamaría, abogada del Estado, casada por lo civil en Brasil y madre de Iván (seis años), sobrevive en la antecámara de la corte de Rajoy gracias a su lealtad, a su inteligencia política, a su resistencia de opositora —en el sentido administrativo— y a su perfil “moderno”, incluso socialdemócrata en un hábitat donde predominan más bien los tiburones liberales. Es partidaria del matrimonio homosexual, hace apostolado de la conciliación familiar, representa la antítesis del florero y destaca en un Gobierno donde hay tantos tecnócratas como rivales.

María Dolores de Cospedal es su mayor antagonista. No ya por sus diferencias en la ética y la estética del poder, sino porque reprocha a la vice haberse desentendido del Partido Popular. Tanto se emponzoñaba el PP en los escándalos de corrupción, tanto Sáenz de Santamaría renegaba de Génova. Más todavía cuando sus antiguas responsabilidades de ministra portavoz —de 2011 a 2016— la constreñían a toparse con preguntas incómodas sobre las operaciones Gürtel o Púnica. Y ella se desmarcaba insistiendo en que sólo respondía del Gobierno. “En mi puta vida he cobrado un sobre”, proclamó Soraya en 2014.

Anidaron entonces los mayores recelos entre ambas. Y llegaron a constituirse hasta dos bandos. Los sorayos y los antisorayos. Aquéllos alinean a Montoro (Hacienda), Fátima Báñez (Trabajo), Rafael Catalá (Justicia), mientras que el equipo de Cospedal, reforzado por el ministro Zoido (Interior), la titular de Sanidad (Montserrat) y por la conciencia oracular Javier Arenas, se ha resentido de la baja más beligerante, García Margallo, cuyas alusiones públicas a la insolvencia política de la vicepresidenta —“no tiene una idea de España”— son menos crueles que sus vejaciones privadas. Le ha puesto toda clase de motes el exjefe de la “diplomacia”. Y puede que el más suave e inocente de todos consista en el de “La pitufina”.

El diminutivo se antoja inversamente proporcional a los poderes que concentra la número dos de Mariano Rajoy, pero es cierto al mismo tiempo que el encontronazo de Sáenz de Santamaría con la casta y la caspa del partido condiciona mucho sus posibilidades en la carrera sucesoria. Es Cospedal la secretaria general del PP y la personalidad más reacia a las aspiraciones monclovitas de su adversaria. Tan enemiga que se relamía con los reproches a los errores de la crisis catalana, aunque Mariano Rajoy la ha redimido del martirio concediéndole la voz y la solemnidad cada vez que había que replicar a un desafío soberanista. Fue de Sáenz Santamaría el discurso preparatorio, introductorio del 155 en el Senado. Suya ha sido la responsabilidad de asumir en el Congreso las faenas más desagradables de las sesiones de control, provista de oficio, de habilidad dialéctica y de intuición para humanizar los pasajes de mayor pathos parlamentario.

Ambiciosa, pero no arribista. Constante, pero no imprudente. Trabaja más horas que un aduanero de Tijuana. Lee vorazmente. Ha reducido su equipo a la mínima expresión y la mayor lealtad. Anima las fiestas desde la posición hegemónica del deejay. Y ha conseguido hacer bailar a Mariano Rajoy, sin mayores requisitos que el estatismo de la sardana.

Sáenz de Santamaría es tan flexible que podía haber sido vicepresidenta del PSOE. Así lo piensa Rafael Bardají, fundador del Grupo de Estudios Estratégicos y exdirector de Estudios Internacionales de FAES, no ya remarcando la ambigüedad ideológica de la vice, sino exponiendo la capacidad de dirigirse a un electorado más amplio del que reúne el conservadurismo de los populares. Se trata de abocar el relevo generacional y de marcar diferencias con la vieja guardia, también de sustraerse a las entrañas de la corrupción y a los renglones torcidos de los papeles de Bárcenas. Sáenz de Santamaría se sabe incorrupta. Y ha progresado a una velocidad vertiginosa desde que acudieron a ella como asesora jurídica. Entró de carambola en el Congreso (2004) gracias a la plaza vacante de Rodrigo Rato, se convirtió en portavoz cuatro años después y ascendió al puesto de número dos en 2011 para estupefacción de Cospedal: “No se puede pasar de becaria a vicepresidenta”, confío a sus allegados.

Se le ha quedado pequeño el cargo. Soraya es presidenta interina de la Generalitat y se juega la cima de la política. La ha nombrado Rajoy a dedo y en razón de su cargo administrativo, acaso otorgándole un valor premonitorio en el porvenir de quien puede convertirse en la primera mujer presidenta del Gobierno de la historia de España.

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