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Abuelos en los colegios

Los jubilados que fueron a primera hora a votar se encontraron con los más jóvenes que les adelantaron para custodiar las urnas

Quim y Antonia comentan la votación del domingo en Martorell
Quim y Antonia comentan la votación del domingo en MartorellCristobal Castro (EL PAÍS)

Hay algo que hermana todas las casas de los pensionistas, más allá de la ciudad, del idioma, de las ideas políticas: la mesa camilla para la tertulia de la sobremesa. La del salón de Antonia Vidal es una de toda la vida. Con su tapete. Para que se reúna la familia. Hoy se sienta con Quim Albiac, un amigo de siempre. “Yo la vi nacer en esta casa”. Eso fue en 1936, Quim tenía ya siete años y se acuerda. Dos octogenarios que el domingo votaron en su colegio electoral en Martorell.

Fueron a primera hora, claro. Como suelen hacer los jubilados cuando hay que ir a las urnas. Pero esta vez les adelantaron los más jóvenes. Cuenta Antonia que cuando llegó a las ocho ya había gente en el colegio. “Llevaban allí desde las seis de la mañana, por si estaban los guardias y no les dejaban meter las urnas”. Ella tenía el voto bien claro: “tres síes habría puesto”. Y como las mesas camillas también sirven de escenario de debates, los dos amigos se dan cuenta de que no están de acuerdo en esto. Quim, socialista desde joven, ni siquiera iba a votar el domingo. “Yo no quería, pero últimamente la forma en la que se puso Rajoy… al final dije: que se vayan a la mierda ya todos”. Por un momento, solo un momento, Quim pierda la sonrisa con la que ha llegado a casa de Antonia. Ella asiente. Y apostilla. “Es que han inflado a la gente y les han entrado ganas de votar. Y encima que viniera la policía”.

Se miran y se ponen a comentar las imágenes que vieron el domingo por televisión. Quim repite la palabra tremendo, como si al multiplicarla se tomara el tiempo para encontrar otras con la que explicar lo que le parece inexplicable. A su colegio de Martorell no llegó ni un guardia civil ni un policía nacional. Aunque sí el rumor de que aparecerían de un momento a otro. “A las doce nos dijeron: que viene la policía”, Antonia pone un poco de voz de urgencia, “y me fui. Mi hermana está con dos costillas rotas y estamos ya viejas para eso”.

Cuando fueron a votar se encontraron con muchos vecinos también mayores esperando pacientemente. “Pero no funcionaba internet”, Antonia pronuncia internet con la rotundidad de un millennial. Fue la escena que se repitió en muchos colegios de Cataluña. Jubilados haciendo cola con el bastón en una mano y en la otra su papeleta. Lo más previsores, con sillas plegables por si la cosa se alargaba.

Dice Antonia que en Cataluña se sienten como una gallina de los huevos de oro a la que no le dan suficiente pienso. Y como en toda conversación de mesa camilla, de todo buen jubilado, termina remachando el razonamiento con un refrán. Tanto va el cántaro a la fuente… “Ya sé que no vale para nada votar porque luego hacen lo que les da la gana”, añade Antonia, “pero yo voy para tocar la gaita”.

Doli Izquierdo también se acercó a su colegio electoral. No lo hizo ni para tocar la gaita, ni para votar. Fue por curiosidad. En el balcón del edificio donde vive en el Eixample ondea como en una isla una bandera española. No está en el piso de Doli, que cuenta lo difícil que se ha hecho expresarse en los últimos tiempos. A sus 84 años, trabaja como voluntaria y una compañera le ha confesado que la conocen como la que habla en castellano. “Con tantos años que llevo viniendo aquí y no saben que me llamo Doli? La verdad es que es triste. Muy triste”.

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De tristeza y de inquietud habla sentada en una butaca de una casa pensada para que la familia se reúna. Pero hasta eso ha cambiado el 'procés'. Suelen quedar para comer los martes y Doli ha decidido que esta semana no toca. La división que se vive en la sociedad catalana siempre termina llegando a la mesa de los Izquierdo. “No va a haber comida. Porque no. Porque no tengo ganas de oír ni un bando, ni otro. Y lo peor es que esto es lo que está pasando en muchas casas. Es lo más doloroso. Las fracturas…”

Lo dice con pena. Como cuando habla de dos de sus nietos que ahora son lo que ella llama patriotas de aquí. “No tienen ni una gota de sangre catalana… porque su abuelo es argentino, su otra abuela es andaluza, ninguno ha nacido en Barcelona”. Piensa Doli que todo tiene que ver con esos mismos centros de enseñanza que el domingo se convirtieron en lugares de votación. “Se educaron en un colegio público y de ahí viene. Es la semilla que le han prendido a estos niños, que han crecido con esa idea”.

Sí se atreve a decir que está asustada. Y sorprendida por el número de votantes. Y que son sus nietos lo que más le preocupa. No por lo que piensen, sino por el futuro que les espera. “¿Qué va a ser de ellos? ¿Qué vida van a encontrar? ¿Cómo puede ser que un país…”, y se para al decir país para rectificar al momento, “bueno, que es una autonomía…. ¿cómo puede ser que se separe?”.

No encuentra respuestas a las preguntas. Y en esto coincide con Quim y con Antonia. Que tampoco se atreven a vaticinar nada sobre el futuro. “Algo cambiará, no sé si para bien o para mal”, dice Antonia. “No sé”, le contesta Quim. “Es todo muy difícil”. A veces es difícil hasta sentarse a la mesa.

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