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Erdogan en Cataluña, ni de broma

Algunos comparan España con Turquía porque siempre confunden sus deseos con la realidad

Dos 'mossos' interrogan a un miembro de la ANC que protesta por la prohibición del referéndum del 1-O.
Dos 'mossos' interrogan a un miembro de la ANC que protesta por la prohibición del referéndum del 1-O.JON NAZCA (REUTERS)
Lluís Bassets
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Comparar la España de Rajoy con la Turquía de Erdogan es, en el caso más leve, una exageración. Y ya se sabe que todo lo que se exagera es también insignificante, según dicho magistral de Talleyrand. Quizás los que lo hacen, como es el caso de algunos periodistas en la sala de prensa de la Comisión de Bruselas, no saben cuántos ciudadanos detenidos, funcionarios destituidos, condenas penales y exilios ha habido bajo el régimen de Erdogan desde el intento de golpe de Estado de julio de 2016. Quizás no conocen las restricciones bien efectivas de la libertad de expresión, con cierre de periódicos, radios y canales de televisión, que se han producido ya no entre los partidarios de la secta Gülen, presuntamente la que organizó el golpe militar, sino entre todos los partidos de la oposición, demócratas, kurdos, laicos e izquierdistas.

Entre quienes comparan la Turquía de Erdogan con la España de Rajoy debe haber tres clases de personas: los que lo hacen con toda la conciencia y mala fe de los propagandistas contra el Gobierno español y en favor del proceso; quienes son sencillamente unos indocumentados, como estos periodistas europeos; y, finalmente, los que hablan de la realidad de sus deseos: saben que no es la Turquía de Erdogan, pero querrían que lo fuera e incluso trabajan para que lo llegue a ser.

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Su empeño con la independencia y su detestación de la actual autonomía de Cataluña dentro del sistema constitucional español les lleva a preferir intensamente el fin de la democracia antes que una derrota del proceso. Está claro pues que el precio que han fijado al desenlace desfavorable del Proceso que ya se acerca es que sea a la turca, es decir, que provoque una reacción del Gobierno central de dimensiones análogas a las que provocó el golpe de Estado frustrado en Turquía.

No es necesario que nos comparemos con Turquía para saber que el balance de lo ocurrido hasta ahora no es precisamente alentador. Ya hemos dejado muchos pelos en esta gatera tan desgraciada en la que nos han metido entre unos y otros. El autogobierno de Cataluña está gravemente herido, esperemos que no sea de muerte como desearían también los hooligans de ambas orillas. Pero buena parte de las heridas son autoinfligidas: en propiedad no hay Gobierno, ni Parlamento, ni instituciones reconocidas por todos, gracias a que 72 diputados se saltaron a la torera toda la legislación catalana vigente, incluidos los dictámenes y consejos jurídicos de todo tipo, y nos dejaron desguarnecidos y desautorizados.

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Los medios de comunicación públicos, TV3 y Catalunya Radio, con la ayuda de algún otro privado y bien subvencionado, se han convertido en el Iskra de la revolución catalana (el Iskra era el órgano periodístico bolchevique, que tenía funciones organizativas como las que tienen los programas punteros de la Corporación Catalana de Radio y Televisión). Desde las ondas se difunden las consignas y se pide vigilancia e incluso se solicitan denuncias de los oyentes sobre los movimientos de los furgones policiales. Muchos de sus tertulianos y periodistas más entusiastas siguen la consigna del presidente Puigdemont respecto a los alcaldes socialistas, y aprovechan cualquier ocasión para interpelar a los políticos y periodistas que aún no se han dejado convencer de las bondades del proceso. Los medios de todos se han convertido en instrumentos sectarios y de partido, y una auténtica vergüenza dada su dependencia de los impuestos que entre todos pagamos.

El caso peor sucede en la tierra de nadie en la que se están adentrando los Mossos. Cada vez se ve más clara la estrategia de Puigdemont, que destituyó al consejero Jordi Jané y al director de los Mossos Albert Batlle en clara previsión del momento actual, en que, por decirlo crudamente, nos encontramos a un paso de donde no deberíamos haber llegado nunca, la desobediencia del mando de un cuerpo armado, que ya sabéis que es lo que eso significa. Si la competencia de orden público se pierde, provisional o definitivamente, esta será también una herida autoinfligida, hija directa de la irresponsabilidad y la frivolidad de unos dirigentes torpes y cegados.

El autogobierno ha sido agredido desde dentro, por el Gobierno Puigdemont, y también desde fuera, por el Gobierno Rajoy; y entre los dos lo están matando

Me dicen que la libertad de expresión está en peligro y que las entidades profesionales se movilizan. Pregunto: ¿Hay alguien que no haya podido expresar sus puntos de vista? ¿Alguien ha sido privado de palabra en algún medio? ¿Se han producido censuras, castigos o despidos en algún medio público o privado por publicar informaciones? ¿O acaso hay alguien procesado o incluso encarcelado por haberse expresado en favor de la independencia de Cataluña? Quizás los periodistas de Bruselas me lo podrían decir.

Hay censura, ya lo sé, pero me parece que es la prohibición de la difusión de la publicidad de un plebiscito convocado ilegalmente para conseguir la secesión de Cataluña. Es decir, todo el mundo puede defender la independencia o el derecho a la autodeterminación , pero los tribunales han censurado la propaganda del referéndum. ¿Es esto, no? A mí no me gusta, es cierto. No me gusta ninguna censura. ¿Pero es más grave la prohibición de la publicidad del referéndum que los ataques a los periodistas disidentes desde los poderes públicos catalanes, a los que se les niega informaciones y se les abronca y denuncia públicamente, por el único pecado de hacer una información que no les gusta? ¿Es normal que un consejero como Forn y alguien con un arma al cinto como el mayor Trapero empiecen una rueda de prensa señalando a periodistas?

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No quiero perder el hilo: el autogobierno ha sido agredido desde dentro, por el Gobierno Puigdemont, y ciertamente también desde fuera, por el Gobierno Rajoy; y entre los dos lo están matando. Montoro ha liquidado la autonomía financiera. La Fiscalía asusta a los alcaldes, a los directores de colegios, a los ciudadanos convocados a formar mesas o votar. Un juez ha detenido e interrogado a un puñado de altos cargos de la Generalitat. Otros han dado órdenes de cerrar páginas web oficiales y privadas. Y aquí no se ha acabado.

El método subterráneo de Rajoy, que lleva a una intervención invasiva de la autonomía por la puerta de atrás, evitando la actuación abierta y parlamentaria del artículo 155, podría ser reversible si lograra su objetivo, detener el referéndum, sin grandes desperfectos más; pero de lo contrario, con la aplicación del 155 y la intervención entera de la autonomía, podemos encontrarnos cantando el responso y lanzando a la basura los mejores 40 años de nuestra historia.

Todo muy poco edificante e impropio entre poderes que funcionen y actúen dentro de la legalidad. Pero esta es la cuestión: hay dos legalidades, la ficticia del independentismo y la efectiva constitucional, que pugnan por imponerse una encima de la otra y ambas están planchándose el autogobierno que teníamos. Los de aquí lo han sacrificado en nombre de la independencia, a riesgo de quedarse compuestos y sin novio; y los de allí se la están puliendo para evitar la independencia, pero vaya usted a saber si querrán volver a la situación anterior, cuando un poder catalán se sintió lo suficientemente fuerte como para desafiar el poder constitucional español. Ojalá de la pelea no salga una España como la Turquía de Erdogan, que es lo que algunos sueñan.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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