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He nacido con el derecho a decidir

El único derecho a decidir es el personal, no el colectivo, el de pensar individualmente y no en grupo

Varias personas duermen frente a la sede del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC).
Varias personas duermen frente a la sede del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC).QUIQUE GARCÍA (EFE)
Lluís Bassets
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Volvamos por un momento al principio, a esa extraña publicidad en favor del derecho a decidir que prohibió la justicia antes de que cayera todo el peso del Estado sobre el proyecto secesionista. Era extraña, de entrada, porque el plebiscito ya no va de derecho a decidir, sino de ratificar la ley de transitoriedad y fundación de la república, y significaba por tanto que, quien vote, y vote lo que vote, no expresará una opinión libremente entre elegida entre varias, sino que contribuirá directamente a engordar el quórum de la adhesión a la secesión unilateral que se ha propuesto la mayoría de JxSí y CUP con la votación del 7 de septiembre.

Digámoslo bien claro: ya era un engaño cuando empezó su emisión y lo es más todavía vista ahora mismo, porque al parecer de lo que se trata ni siquiera es de decidir sino meramente de echar a Rajoy y proclamar la república. En cuanto a engaños, ya no viene de uno, después de tantos como ha habido, tantos o más que la campaña del Brèxit. Lo difícil es encontrar algo que no sea engaño en la propaganda y el discurso de la ANC, Òmnium y compañía. Era tan afortunado y eficaz el eslogan que sus propietarios han querido retenerlo y repetirlo incluso cuando convocan directamente a votar a favor de la independencia y contra el régimen del 78. Esta publicidad jugaba como cebo para pescar a Colau e Iglesias, antes de que fuera la represión del Estado la que convocara a la alianza contra natura entre quienes cercaron el Parlament y quienes fueron cercados en el Parlament en 2011, después del 15-M.

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Esta publicidad prohibida se dirige personalmente a cada uno de los votantes potenciales, para apelar a una especie de derecho humano fundamental que nos viene dado desde el nacimiento. Este derecho innato, en caso de existir, al contrario de lo que dice la publicidad prohibida, no debería tener nada que ver con la autodeterminación de los pueblos, la vieja idea centenaria que sirvió para la emancipación de los países colonizados, sino con una idea aún más vieja y más eficaz, más potente y respetable, porque no se trata de un discutible y discutido derecho colectivo sino de un fundamental e inalienable derecho individual: la libertad, el derecho a decidir por uno mismo y la obligación para una persona libre que hizo decir a Kant la frase famosa: atrévete a pensar.

Este es el derecho a decidir que corresponde defender hoy. El personal, no el colectivo, el de pensar individualmente y no en grupo. El de no dejarse empujar por lo que piensan los demás, por la propaganda sobre el derecho a decidir o por la coacción que equipara la abstención en el referéndum con el apoyo a Rajoy, a su quietismo y a sus métodos. Este es el derecho a decidir que no tiene ninguna garantía en la convocatoria del 1-O y que por eso mismo se convierte en el derecho a elegir entre ir o no a votar, participar en el plebiscito de ratificación de una secesión ilegal y unilateral, improbable e increíble, o expresar nuestra disconformidad con una forma tan torpe de hacer las cosas, sin respeto de las garantías y de los procedimientos, sin cobertura legal y lo que es peor, con mofa y befa de los derechos de las minorías parlamentarias y de los ciudadanos que las representan y con intimidación sobre las personas, sobre todo en los pueblos y ciudades pequeñas.

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Una vez entendemos que es individual, el derecho a decidir también podría servir para describir lo que es la democracia. Es decir, el Gobierno con el consenso y la participación de los gobernados. Visto así, parece bastante claro que desde 2010 con la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña se ha roto este consenso imprescindible entre Cataluña y el gobierno del PP, por lo que la traducción práctica, no la quimérica, significa que hay que encontrar un nuevo consenso sobre la forma de gobernarnos juntos, catalanes y españoles, que habrá que refrendar libremente de una forma u otra, ya sea en una consulta referendaria ya sea en unas elecciones.

Yo también he nacido con el derecho a decidir, claro que sí. Todos hemos nacido con el derecho a decidir, catalanes y no catalanes, pero de ninguna manera significa que obligatoriamente estemos convocados a dar nuestra adhesión a un plebiscito para la secesión de Cataluña, amparado en un derecho a la autodeterminación de los pueblos colonizados que es claramente inservible en nuestro caso. Como tampoco estamos obligados por la misma regla de tres a apoyar a Rajoy para parar el independentismo. El derecho a decidir es ante todo el derecho a no participar en esta convocatoria fraudulenta del 1-O y a no dejarse arrollar por el maniqueísmo y la doble coacción de unos y otros.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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