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LOS GRANDES SUCESOS DEL ARCHIVO DE EL PAÍS

El desenfrenado culebrón brasileño de El Dioni

El guardia jurado venido a menos que en 1989 se llevó 300 millones de pesetas del furgón de seguridad que custodiaba llegó hasta Brasil tratando de emular la vida de lujo de su ídolo Julio Iglesias

El Dioni, en una de sus entradas a la cárcel de Alcalá Meco.
El Dioni, en una de sus entradas a la cárcel de Alcalá Meco.GORKA LEJARCEGI

De todo lo que ha contado Dionisio Rodríguez Martín a quien ha querido o tenido que escucharle sólo hay una afirmación que puede ser considerada absolutamente verdadera: le gusta Julio Iglesias. Lo demás no hay por dónde cogerlo: una mezcla constante de medias verdades y falsedades totales. Si alguien intentara relatar los hechos en los que in­tervino sobre la base de lo que él confiesa, acabaría paralizado por la perplejidad. No cuadran ni las horas y el baile de nombres es constan­te. Recuerda a uno de esos culebrones malos, más que malos, pésimos, en los que los personajes aparecen y desaparecen sin motivo alguno.

Hay, desde luego, hechos fuera de duda. A saber:

— Dionisio Rodríguez Martín, Dioni, nacido en Madrid el 31 de octubre de 1949, se llevó un furgón blindado de la empresa de segu­ridad Candi, en el que había unos 320 millones de pesetas. Dejó una parte y se hizo con 298 millones de pesetas (1,8 millones de euros), antes de huir a Brasil, donde fue detenido y extraditado a España. Tras su detención con algunos cómplices, la policía logró encontrar en un piso de Madrid la mitad aproximada del botín. Los jueces le impusieron una pena ligera­mente inferior a cuatro años, que no llegó a cumplir íntegra. Hoy anda por la calle tras haber tenido sus minutos de fama, grabado un disco, haber sido entrevistado en las televisiones y dedicarse a otras actividades de dudoso interés.

El resto, como relataban los jueces de la Audiencia de Madrid que le impusieron la condena, luego refrendada por el Tribunal Supre­mo, es pura nebulosa.

» El Tribunal reconoce humildemente su desconocimiento de mu­chos de los hechos que se produjeron en la tarde del día 28 de julio de 1989 y en días posteriores [ ... ], si el delito fue planificado cuida­dosamente o relativamente improvisado.

» El Tribunal desconoce igualmente si Dionisio Rodríguez fue au­xiliado por terceras personas en el traslado del importe sustraído des­de el furgón a otro automóvil.

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» Desconoce el lugar de la entrega y la cantidad que Dionisio entregó a Miguel Ángel Dueñas [...].

» No sabe lo que significa "para Marcelo 5k".

» Desconoce la forma de ausentarse de Dionisio de España.

» Ignora el lugar en que se confeccionó el pasaporte falso.

» Ignora cuánto dinero llevó Dionisio a Brasil.

» Desconoce por qué razón Dionisio lleva su automóvil a Barajas y si es por una cita, por un primer impulso de huida o con ánimo de dejar una pista falsa.

» Ignora, en fin, qué ha sido del dinero que falta y que asciende a 140.783.000 pesetas.»

Hasta aquí pocas certezas y muchos interrogantes. De ello habrá que hablar.

Cómo empezó todo

Dioni dice que todo empezó el 28 de julio de 1989, día en que se llevó el furgón, pretende que espontáneamente. Era un viernes ve­raniego y caluroso. Ese viernes, según sabe bien un psiquiatra que declaró en el juicio a propuesta de la defensa, Dioni iba, más que tenso, como loco. No es que el declarante lo hubiera visto ese día, no. Pero es bien sabido que el carácter de ciencia exacta de la psiquiatría le permite tanto predecir comportamientos, sin márgenes de du­da, como describir sensaciones pasadas con apenas mirar a los ojos del sujeto en cuestión. Y, a veces, ni falta hace ver al tipo. Así es la ciencia, esa ciencia de las almas.

Los sucesos de EL PAÍS

Los reportajes y ensayos de esta veraniega serie han sido extraídos del libro Los sucesos de EL PAÍS, publicado en 1996 como parte de la conmemoración de los 20 años del diario, lanzado el 4 de mayo de 1976. Históricas firmas del periódico, como Rosa Montero, Juan José Millás o Jesús Duva desmenuzan algunos de los crímenes que han marcado la reciente Historia de España, de la matanza de Atocha al crimen de los Marqueses de Urquijo.

Pues el caso es que en la tarde de autos, Dioni, enloquecido, se enfrentó a uno de los jefes de la empresa Candi porque había sido degradado. Los motivos de tal degradación están bien claros en su propia autobiografía (El Dioni: Palabra de ladrón. Con la colabora­ción de Jordi Cordon y Mariano Sánchez Soler. Prensa 7, Martorell, 1994), a la que luego se harán más referencias:

"Trataron de quitarme la dignidad y el orgullo. Y todo por de­fender el buen nombre de la empresa".

Además de defender el buen nombre de la empresa, labor ímpro­ba donde las haya, como experimentó Dioni en carne propia, al hom­bre le «habían rebajado de sueldo y categoría profesional» y pasó «a ganar alrededor de cien mil pesetas, cuando como guar­daespaldas cobraba hasta 180.000 pesetas». Pero a él no le dolía tan­to lo económico como el honor empresarial.

Dioni, que antes había sido representante de charcutería y de pa­pelería, llevaba años en la empresa de seguridad Candi. Casi diez. En ese tiempo fue escolta de mucha gente. Él cita a Fernando Castedo, que fue director general de RTVE con VCD y luego se incorporó al CDS; a Miguel Marín, director general de CEPSA; al banquero Al­fonso Fierro, a diversos miembros del consejo de administración de Banco Central y a dos directores generales de la ONCE: Antonio Mos­quete, que murió al caer por el hueco de un ascensor, y Miguel Du­rán, que luego se convertiría en contertulio de Tele 5.

El motivo de que diera con sus huesos en un blindado fue una discusión a voz en grito en una cafetería de la calle Diego de León. Discusión en la que él no tomó parte. Los que gritaban eran dos di­rectivos de Candi. Uno de ellos poco menos que amenazaba con irse de la lengua y explicar que la empresa se dedicaba a importar ile­galmente oro de México, oro que entraba en maletas por la aduana «sin problemas». Dioni trató de imponer silencio al tipo que gritaba tales cosas, sin que cuando lo cuenta deje claro si lo hizo por creer que se trataba de una calumnia o porque son cosas que no conviene aventar, aunque puedan ser ciertas. Y menos aún, en el caso de que lo sean. Y el premio a sus desvelos fue el blindado. Lo que, a la postre, le daría sus mejores días de gloria.

Previamente a la ignominia tuvo un pequeño altercado. Lo tuvo con José Stojan, un colombiano que trabajaba en Candi. Stojan fue, precisamente, quien contó a quien quiso oído que Candi se dedica­ba al contrabando de oro. Se calló porque Dioni se lo impuso, pero los hechos y las voces debieron de trascender y poco después fue des­pedido de la empresa. Stojan era, a decir de Dioni, alcohólico. Se de­sayunaba vodka con naranja y permanecía «en estado etílico per­manente». Como damnificado de Candi, la compañía sospechó de él, dice Dioni, tras la desaparición del furgón. Pero no. Resultaba im­posible que fuera cómplice del Dioni porque entre ambos hubo más que palabras.

Fue una noche, en la discoteca madrileña Retro, a la que Dioni iba tanto o más que al pub Adam's Appel. Así lo cuenta Dioni: "Cuando parecía que se iba a marchar, de una forma cobarde y trai­cionera me rompió un vaso en la cabeza. Mi peluquín cayó al suelo, mis gafas Rayban volaron por los aires y un hilillo de sangre discu­rrió por mi frente". La traición era doble: no sólo le golpeó sin previo aviso sino que, además, se trataba de una encerro­na. Al poco apareció la policía para descubrir que el agredido iba ar­mado. Alguien declaró que Dioni había sacado el revólver. Él jura que no. El resultado fue un juicio de faltas y su pase a blindados por «defender el buen nombre de la empresa». La discusión con Stojan fue en mayo.

A principio de junio, al reincorporarse a la empresa tras unos días de permiso, Dioni se en­contró con que ya no era guardaespaldas.

En el blindado

Durante un mes entero y casi todo otro, el de julio, Dioni viajaría de uniforme en un blindado, llevando dinero, millones cada día, de un lado para otro, de unas manos a otras, sin más beneficio que su sueldo demediado. Por las noches iba a Retro o a Adam's Appel y allí pegaba la hebra con unos y con otras. Sobre todo, de hacer caso a la mayoría de los testimonios, con otras.

"Dionisio Rodríguez llevaba una vida amorosa muy intensa", asegura el periodista Jesús Duva (EL PAÍS, 4 de agosto de 1989) en un texto titulado «Un donjuán con bisoñé» que el propio Dioni re­produce en su autobiografía, sin reputarlo de falso. Duva recoge el testimonio de un camarero del pub que explica que al vigilante ju­rado las mujeres se le daban como rosquillas. Según este artículo, Dioni se hacía llamar Raúl y bebía, con preferencia, whisky Pass­port.

Página dedicada a analizar el robo en EL PAÍS.
Página dedicada a analizar el robo en EL PAÍS.

La información de Duva, la tercera que recogió EL PAÍS (la pri­mera fue la noticia estricta, firmada por P. M., es decir, Pedro Mon­toliú, el domingo 30 de julio, y la segunda, dos días después, del mis­mo Jesús Duva, daba cuenta del hallazgo del coche del fugitivo), terminaba de una forma casi premonitoria:

"Quién sabe si ahora mismo está [Dioni] en una playa brasileña, como el protagonista de un conocido anuncio de televisión".

Así pues, en la tarde del 28 de julio de 1989, Dioni estaba muy cabreado porque había discutido muy en serio con su jefe. Y decidió hacer lo que, desde hacía días, andaba diciendo a modo de baladro­nada: "Un día de estos me llevo un blindado".

En el juicio, Dioni se mantuvo en sus trece: le "salió así", dijo a los jueces tal que el 23 de mayo de 1991, según recogió al día si­guiente Julio M. Lázaro en el suplemento MADRID, de EL PAÍS. No le creyeron, a juzgar por la sentencia.

Un hecho probado es que fue él y sólo él quien se llevó el furgón, en cuyo interior había más de 300 millones de pesetas. Se lo llevó de delante de la pastelería Mallorca, situada en la calle de Alberto Al­cocer, en Madrid, no antes de las 19.15 horas y no más tarde de las 19.45. Condujo el furgón durante un trayecto de 700 metros, apro­ximadamente. Allí tenía Dioni aparcado su vehículo, un Audi 80, de color azul, matrícula M- 7682- DG.

Dioni afirma en sus varios relatos de los hechos, no todos coinci­dentes, que antes de hacerse con el furgón y el dinero, lo intentó una vez y que le salió mal. Fue, de hacerle caso, lo que no es ni obliga­torio ni conveniente, ante la pastelería Mallorca de la calle de Co­mandante Zurita. Previamente, en una parada hecha en la calle de Bravo Murillo, en otro local de la misma firma pastelera, comprobó por vez primera que aducir que tenía un ataque de ciática le servía para quedarse solo en el vehículo.

De todas las versiones conviene resaltar dos. La primera, la de Dioni; la segunda, la de los dos compañeros que iban con él en el furgón y que se vieron burlados. Empecemos por ésta, según se re­produjo en EL PAÍS (4 de agosto de 1989, J. Duva).

Al llegar frente a la pastelería, Dioni empezó con su comedia:

D. —Otra vez me está fastidiando la ciática.

A continuación pide a José Luis Terrón Prats, conductor del furgón, que baje y éste le contesta:

T. —Pero tú sabes que yo no puedo abandonar el vehículo.

D. —Yo soy el que manda aquí. Te he dicho que bajes, coño.

Y bajan Terrón y el segundo vigilante, Juan Luis Macarro Mar­cos. Cuando volvieron de recoger la recaudación, el vehículo, el Dioni y los millones habían desaparecido. Toda una experiencia.

La versión del protagonista es ligeramente diferente. Él no narra resistencia alguna por parte de Terrón y mucho menos que tuviera que recurrir al principio de autoridad para imponerse. Más aún, aprovecha para dejar caer que, en ocasiones, era precisamente el conductor quien se ofrecía a bajar debido a que coqueteaba con la dependienta de una de las pastelerías de la ruta, so pretexto de com­prar ensaimadas para su mujer.

Fuese como fuese, el caso es que Dioni se largó. Se puso al vo­lante del furgón y recorrió los 700 metros escasos que le separaban de la calle Maestro Lasalle, donde por la mañana había aparcado su Audi. Habrá quien piense que el relato del Dioni sobre la improvi­sación, sobre la tentativa de largarse en una parada anterior del re­corrido forman parte de su imaginario personal. Que la memoria, tensada por la discusión y la decisión, le traiciona. Otros, quizás, preferirán creer que no fue casual que el golpe se diera, precisa­mente, en el punto más cercano a su vehículo y que este tipo de ca­sualidades casan mal con la improvisación, con los prontos motiva­dos por discrepancias laborales.

El trayecto de Dioni desde la pastelería hasta el coche tiene tam­bién varias versiones. La más interesante no es la que él contó a los jueces, sino la de Palabra de ladrón, texto que, de haber obrado en poder de la Audiencia, hubiera dado a los magistrados la posibilidad de despejar parte de sus dudas. Recordemos algunas:

"El Tribunal reconoce humildemente su desconocimiento de mu­chos de los hechos que se produjeron en la tarde del día 28 de julio de 1989 y en días posteriores [...] , si el delito fue planificado cuida­dosamente o relativamente improvisado".

"El Tribunal desconoce igualmente si Dionisio Rodríguez fue au­xiliado por terceras personas en el traslado del importe sustraído desde el furgón a otro automóvil".

Hubo planificación. El robo no fue improvisado en absoluto, se­gún ha contado el propio Dioni. Lo de la actuación en solitario y es­pontánea únicamente lo ha mantenido Dioni a efectos judiciales. No hay que apostar que todo lo que explica en su libro sea verdad, pe­se a que Gordon y Sánchez Soler, en un esfuerzo de profesionalidad infinito, intentan hacer verosímil lo increíble. Pero hay cosas que sí son de creer. Una de ellas, que hablara del golpe antes de darlo con varias personas a las que pidió ayuda de diverso tipo. También es creíble que las personas fueran exactamente las que relaciona en el volumen, sin que ello implique negar que pudiera haber otras. Más difícil es creer que la primera conversación se produjera la noche an­terior: ¿cómo iba a saber que el cabreo con su jefe lo iba a pillar pre­cisamente al día siguiente? ¿Por qué no suponer que podían reinte­grarlo a la tarea de escolta?

Todo apunta a que fue el cirujano quien dio aviso a la policía, que lo detuvo poco después

Dioni implica en la preparación supuestamente improvisada del golpe a Jorge Medina, con quien dice que el 27 de julio por la noche estaba tomando copas en la terraza del pub Adam's. Y una vez cuen­ta con su compromiso, le pide que avise a Jesús Arrondo, Cocoliso.

Hagamos un alto.

En julio de 1991, dos años después del golpe y un mes después de la salida de Dioni de la cárcel en libertad provisional, la revista Panorama publica un reportaje en el que se afirma que el golpe fue organizado por una trama parapolicial. El ex vigilante jurado se ve obligado a convocar una conferencia de prensa para desmentir los hechos. Panorama implicaba en el golpe a Medina y Cocoliso, ade­más de Luis Miguel Ciudad Martínez y Celso Antonio Bravo Bena­vides. Los desmentidos de Dioni son rotundos, van incluso más allá de lo conveniente, porque nada le obligaba a decir que a Cocoliso apenas le conocía de otra cosa que de haber "echado algún polvete en su piso". Especialmente cuando, más tarde, al facilitar el mate­rial para su libro, haría referencia a la muerte en accidente de Arrondo como uno de los peores momentos pasados en la cárcel de Río. ¿Quién era Cocoliso? ¿Quiénes son los demás?

Patagón y Cocoliso

Jorge Medina Bringuier, por seguir el orden de aparición, era o es un argentino conocido entre los servicios de espionaje militar como Patagón (EL PAÍS, 18 de julio de 1991). Medina reaparecerá a lo lar­go de la historia como la conexión constante de Dioni con Madrid y, también, con parte del dinero.

Cocoliso fue todo un personaje. Las páginas de EL PAÍS le acogie­ron como protagonista de una noticia por vez primera el 19 de abril de 1977. El titular rezaba: "Guipúzcoa: piden la detención de un in­dividuo". Y un antetítulo aclaraba: «Le acusan de disparar contra un grupo de personas». Ya el texto explicaba que las Gestoras pro Amnistía habían denunciado que el sábado santo, 9 de abril, Jesús Arrondo se había plantado ante un grupo que efectuaba un encie­rro y "esgrimiendo una pistola" obligó a los presentes a tirarse al suelo y luego hizo dos disparos contra la multitud, "el último a treinta metros escasos de la Policía Armada". El texto añadía que Arrondo había sido miembro de ETA y, por ello, detenido por la po­licía, que logró captarlo como infiltrado en la organización terroris­ta. Las Gestoras le atribuían una participación directa en los hechos que se produjeron a mediados de los setenta en la playa de los Frai­les, en Hondarribia, que se saldaron con dos supuestos activistas de ETA muertos.

Poco más de un año después, un segundo artículo, éste firmado por Patxo Unzueta, se ocupaba de Arrondo:

"Cocoliso es el antiguo nombre de guerra de Jesús Arrondo Ma­rín, presunto miembro de la extrema derecha, infiltrado en los cír­culos de refugiados de Bayona y San Juan de Luz en 1971 [....]. El 20 de mayo de 1974 participó en un intento de desembarco en la playa de los Frailes en Hondarribia. La policía, que esperaba en los al­rededores, abrió fuego contra dos de los tres tripulantes de la em­barcación, Roque Méndez y José Luis Mondragón, que resultaron muertos en el acto. El presunto delator consiguió ponerse a salvo de las balas refugiándose del lado de los policías, según la versión de los hechos que daría ETA posteriormente".

Patxo Unzueta añadía: "Dos años después Arrondo sería deteni­do por la policía francesa en un control de carreteras, acusado de transportar armas y explosivos".

El Dioni, cargado de billetes en un cartel promocional del Sònar de 2005.
El Dioni, cargado de billetes en un cartel promocional del Sònar de 2005.

Arrondo, nacido en Erandio, murió el 26 de octubre de 1989, a los 38 años, en un accidente de tráfico ocurrido en el término muni­cipal de Vélez-Málaga. Viajaba, en compañía de su esposa, a bordo de un coche Mercedes. Su esquela fue insertada en el diario Abc y Egin le dedicó toda una página, minimizando su labor como infil­trado en ETA. La información de Egin, sin firma, vinculaba a Arron­do con Fuerza Nueva y lo relacionaba con diversos atracos banca­rios, cuyo botín estaría, supuestamente, destinado a la creación de movimientos armados vascos, pero al margen de ETA. También da­ba un dato muy curioso, a efectos de la historia de Dioni: en el mo­mento de su muerte, Cocoliso se había establecido como empresario con otros socios. Uno de estos socios se llamaba Luis Ciudad.

Luis Ciudad Martínez, citado en Panorama como miembro de la trama parapolicial que dio el golpe del furgón, del que Dioni sería un mero ejecutante, es la persona que Medina envía a Lisboa para ayudar a Dioni a llegar a Brasil sin más contratiempos que los que el propio ladrón ponía con su conducta, lo más llamativa posible.

Nada de esto significa que Dioni no diera el golpe solo, arrebata­do por injusticias laborales, medio ido tras la discusión con su jefe, como sugirió el psiquiatra ante el Tribunal. Se trata únicamente de la suma de una serie de hechos: Dioni asegura en sus memorias, con­tra lo que dijo al Tribunal, que el día antes habló del golpe con una serie de personas, a las que comprometió a colaborar; una publica­ción sugirió que estas personas, realmente relacionadas entre sí y con ideologías afines a la extrema derecha, fueron, de hecho, las verdaderas promotoras y organizadoras del golpe. La fe es libre y cada uno puede creer lo que más guste. Incluso es posible que la ver­dad no sea ni la del Dioni ni la de Panorama. En cualquier caso, añadamos dos datos que facilita el propio ex vigilante.

En la página 119 de Palabra de ladrón cuenta que llama por te­léfono a varios amigos policías para saber cómo van las pesquisas sobre él, pero no los encuentra porque están de vacaciones. Es decir, sugiere que tenía amigos policías dispuestos a dar información a un delincuente huido de la justicia para facilitar esa misma huida. Más tarde, anota que en la cárcel de Río pretenden quitarle la pulsera en la que lleva la bandera española, adorno estadísticamente más fre­cuente entre la extrema derecha y sectores paramilitares que entre otros grupos sociológicos.

Dioni no sólo se entrevistó con Medina la noche antes del día de autos —fecha que bien puede ser, como los días de la creación del Gé­nesis, metafórica— sino que volvió a verse con ellos la misma maña­na de la fecha fatídica. Una jornada que ha reconstruido minuciosa­mente, aunque con evidentes errores, en sus memorias:

El 27, una vez acordado el golpe, se va a su casa pasada la una de la noche. Allí está su novia, Mari Carmen, y hasta recuerda que hicieron el amor. Duerme bien, sin sobresaltos, a pesar de la tensión que descubrirá el psiquiatra. Se levanta a las 9.30 horas y las ablu­ciones, el desayuno y desplazarse hasta Candi le ocupan una hora. Allí mantiene la airada discusión con su jefe, Javier Vera, que le hu­milla e irrita. Se va a Moratalaz a ver a Miguel Ángel Dueñas. Su re­loj marca las 10.30. La misma hora en la que, de hacer caso a su pro­pio relato, se supone que había llegado a Candi.

Dueñas es un personaje clave en esta historia. Es amigo personal de Dioni, hasta el punto de que su hija, Carolina, fue apadrinada por el ex vigilante jurado. Dueñas es el apoyo personal en el golpe. Si Medina, Ciudad y Cocoliso son el soporte logístico, quienes pueden ayudarle a esconderse, a buscarle un pasaporte, a cruzarle la fronte­ra, Dueñas es la persona que merece su confianza. No procede de los mismos sectores que el resto de socios. Es un constructor y un ami­go. En la hipótesis de que el golpe fuera organizado por un colecti­vo que se agarró al Dioni porque en el pub presumió una y otra no­che de los millones que pasaban por sus manos, cabe que el reparto pactado fuera mitad y mitad. Dioni necesitaba un apoyo a quien en­comendar su propia mitad. Un apoyo de confianza: el elegido fue Dueñas.

A las 12 de la mañana del 28, apenas ocho horas antes del golpe, Medina, Cocoliso, Dueñas y Dioni se reúnen en un bar de Diego de León. En adelante, Dioni no hablará apenas de bares. Ya es rico, mi­llonario, creso. Y en su imaginación, los ricos no van a bares sino a los mejores restaurantes —a los mismos que va Julio Iglesias, llega a decir— y a marisquerías. Así que el bar de Diego de León es, preci­samente, una marisquería, no vaya a ser que alguien crea que se tra­ta de un mal tugurio.

Tras precisar la cita para el momento después del golpe, Dioni va primero a su casa, luego a una peluquería para coger dos peluqui­nes. Sólo hay uno, que se lleva, y encarga un segundo, que no ten­drá tiempo de volver a buscar. Y ya a Candi:

«Eran poco más de las dos y media. Entré en el bar de Arenillas, junto al garaje de Candi, y me tomé tres vermuts con ginebra para ponerme las pilas».

El recorrido le fue benévolo e incluyó la recogida de 248 millones de pesetas en billetes nuevos de 5.000 y 10.000 en la central de Esa­be Express. A partir de ahí se entró en una cierta rutina quebrada en Alberto Alcocer, ante la pastelería Mallorca.

Se va solo. Insistirá Dioni en convencer a los jueces de que fue asÍ.

Se llevó 298.217.000 pesetas en colaboración con varias personas. La policía recuperó un to­tal de 157.217.000 pesetas. Del resto del dinero nunca más se supo

Pero tampoco es cierto. Sus cómplices saben cómo y cuándo y, du­rante un trecho, le siguen con sus vehículos, dato que casa mal con la improvisación pura. Aparca el blindado junto a donde estaba su coche (es el aparcamiento de un supermercado) y cambia las bolsas de vehículo. Pesan unos setenta kilos. En el furgón deja 20 millones pertenecientes a la nómina de la empresa Pritchar. Y lo hace por, di­ce, solidaridad obrera. También deja las armas que portaba. Han transcurrido apenas seis minutos desde que adujera que tenía ciáti­ca.

Ya dentro del Audi se suma a la caravana que forman el Merce­des de Dueñas y el Chrysler en el que viajan Cocoliso y Medina. Van a un descampado, en López de Hoyos. Allí se hace una nueva redis­tribución del dinero. Según Dioni, Cocoliso y Medina recibieron 50 millones cada uno. Él se quedó unos cuantos y Dueñas se encarga de guardar el resto, casi 200 millones. La policía encontraría, dos me­ses más tarde, 140 millones en un zulo construido en el mes de ma­yo en casa de Dueñas, otros 15 millones en un local de su empresa y dos millones más en la guantera del Mercedes. Que el zulo fue cons­truido antes del golpe es un dato indiscutible. Las obras se hicieron en mayo y originaron una denuncia de los vecinos al Ayuntamiento de Madrid debido a que afectaban a una viga maestra.

Pero eso será después y aún tienen que pasar muchas cosas. De momento, repartido el dinero, conviene esconderse. Dioni, al menos, debe permanecer en un sitio seguro, donde no pueda ser visto. Coco­liso se encargará de llevar el Audi al aeropuerto de Barajas para su­gerir a la policía que el vigilante ha cogido un avión y está fuera de España. Lo que Dioni dice que pasó a continuación es totalmente in­verosímil. El relato está lleno de puras incongruencias de película de serie Z.

Pretende que ordenó que le buscaran un coche y que Medina se presentó con una mujer chilena, a la que él no conocía, que le ven­dió un Escort por un millón de pesetas. Allí mismo, en la terraza de un bar, firmaron los papeles. Dioni olvida decir si con su nombre verdadero o con alguno falso. Luego, el buen hijo se va a ver a su madre a El Molar, pero a la entrada del pueblo observa vigilancia de la Guardia Civil, se asusta y pasa de largo. Para no ser descubierto conduce el coche hacia la discoteca Retro y el pub Adam's, es decir, hacia aquellos lugares donde es más posible que alguien le reconoz­ca. Tras no pocos sudores e indecisiones que sólo pueden servir pa­ra poner nervioso a un lector que ya lo estuviera, Dioni narra que decidió llamar a Luisa, nombre en clave de la chilena que le ha ven­dido el coche. La telefonea a su casa y le dice:

—Soy Raúl.

Y con eso, por lo visto, ella ya sabe que es Dioni.

La casa de Luisa, de tres habitaciones, está en Vallecas. En ella viven la mujer, el marido, un cuñado y tres hijos. Para colmo, du­rante tres días tendrán una visita de la que Dioni consigue escon­derse. Finalmente, la visita resultará ser Celso Antonio Bravo Bena­vides. Personaje cuyo nombre no consta si es auténtico o falsificado y que, entre otras cosas, regalará a Dioni un reloj Omega Constal­tion que dijo haber robado en un chalet de Grodillo, en Pozuelo. Cel­so será, en adelante, su lazarillo.

No viene a cuento narrar las peripecias de Dioni en esta reclusión. Se dedica a evocar su infancia y su juventud, con diversa fortuna a la hora del rigor histórico. Además, vive, dice, una gran incertidum­bre por el hecho de depender para saber de sí y de sus asuntos de la televisión y la prensa, que van dando noticias y fotografías suyas. Por suerte para él, afirma, las fotos son viejas y malas, de la única época en que se dejó bigote, a principio de los ochenta. El caso es que, tal como Dioni cuenta su vida en estos días, la narración no es ni siquiera verosímil. Más aún, ni siquiera es consistente porque la familia tiene primero tres hijos y luego ya uno solo y el cuñado no aparece jamás de los jamases.

La suposición más verosímil, a la que llegaron policías y jueces, es que Dioni permaneció escondido los días siguientes inmediatos al gol­pe y que sobre el 15 de agosto cruzó a Portugal, muy probablemente por Ayamonte, versión que Dioni da en el libro, aunque antes había afirmado a la revista Interviú que cruzó por la frontera gallega.

Vida en Río

El relato del viaje de Madrid a Portugal es otro ejemplo de intri­ga soporífera. El trayecto lo hacen la familia chilena, hijo incluido, en un coche, y Celso y él, en otro. Para que no falte de nada, la Guardia Civil los parará para multarlos. Cuando pongan gasolina, los empleados de la gasolinera estarán hablando de la desaparición del furgón. Ya en la frontera, los guardias paran al coche antes de subir al barco que cruza el Guadiana. Por supuesto, hablan de Dio­ni. Asimismo, en la primera narración de la huida, la publicada en Interviú, el fugitivo lleva ya un pasaporte falso, mientras que en la segunda cruza con su propia documentación que, naturalmente, na­die le pide ni comprueba.

Ya está en Portugal, camino de Lisboa. Aquí será donde consiga, de seguir Palabra de ladrón, el pasaporte a nombre de Carlos Pa­tricio Martínez Valenzuela. El resto del relato carece de interés, sal­vo en lo que tiene de sintomático de la personalidad de Dioni, un hombre a quien, como se ha dicho al principio, le gusta Julio Igle­sias. Le gusta, por supuesto; como cantante. Pero le gusta también como modelo de comportamiento. Todo su esfuerzo relator en estos capítulos y en los que seguirán, llegado ya a Brasil, se centra en dar al lector una imagen de sí mismo similar a la que del tonadillero pueda dar cualquier revista del corazón y la entrepierna: un hombre permanentemente rodeado de bellezas que lo adoran, por sí y por su dinero. Y la imagen necesita un decorado: hoteles de lujo, champán, marisco, un poco de cocaína para ellas ...

Finalmente, tras varios días en Lisboa en los que Luis Ciudad, por encargo de Jorge Medina, le libra de los chilenos, que si al prin­cipio eran estupendos a estas alturas se habían puesto ya pesados, Dioni se sube el 19 de agosto a un avión de las líneas Varig que lo llevará hasta la libertad, en Río de Janeiro. Asegura que iba total­mente borracho.

Si las aventuras de Dioni en Lisboa tienen poco que retener, otro tanto ocurre con las que vive en Río. La imagen se repite: vive como un millonario caprichoso que puede darse todos los lujos, que para él son bebida, mujeres y el sonido de Julio Iglesias.

En Río cuenta con dos cicerones a los que llega recomendado por Celso: Marcelo y Alberto, si bien en un primer momento la relación la mantendrá esencialmente con el primero y con la novia de éste, Kenia, que le cuenta que es portuguesa nacida en Angola y metida en asuntos turbios por puritito amor.

Dioni vivirá, seguramente, el resto de sus días recordando el tiempo pasado en Brasil antes de ser detenido. Al margen de que fuera o no como él lo cuenta, ese tiempo fue su paraíso. Sólo así se explica el modo en que lo describe en las memorias. He aquí algu­nos fragmentos:

"Era asombroso la gran cantidad de mujeres jóvenes y preciosas que había allí y la facilidad para llevárselas a la cama. A los pocos días, mi generosidad se hizo tan famosa que ellas esperaban im­pacientes su turno... comencé a citarme con mujeres por teléfono. Aquello era de locura... Cada vez eran más bonitas y más escultura­les".

"Al principio pedía a Marcelo que me alquilara un coche modo­sito, un Ford Escort. Al poco tiempo empecé a darme satisfacciones y ya no paré. Cambié el Ford por un Volkswagen Golf y me marché a conocer el famoso hotel Meridien. Allí descubrí, en un folleto, un anuncio de alquiler de limusinas con chófer incluido, y no me pude contener... ¿De qué color la desea? —preguntó el empleado. Negra —respondí sin pensarlo. Posteriormente recorrería toda la gama de colores según la piel de la brasileña que me acompañaba en cada momento".

"Me hice cliente asiduo del restaurante El Pescador, propiedad del gallego Chico Recarey, donde iba a cenar Julio Iglesias".

"Acabé cogiendo algo de vicio. Como al champán y las ostras por la mañana, contra la resaca, me habitué al biberón [una felación dentro de la limusina] por el puente Niqueroy".

"No estaba dispuesto a renunciar a nada. Incluso me permití el lujo de que una orquesta italiana me tocara Oh sole mio en el res­taurante Bella Roma".

Una idea que le rondaba por la cabeza era la de comprar un ca­dáver: "Celso me había dicho que en Brasil todo era cuestión de di­nero; que inclusive podríamos comprar un muerto en accidente, con coche quemado incluido, y la policía se prestaría a certificar que el muerto era el Dioni".

Mientras tanto, se apresta a hacerse la cirugía estética. Contacta con Luis Haroldo Pereira, "discípulo de Ivo Pitanguy, el que arregla los rostros y los cuerpos de las grandes estrellas", y decide cambiar­se la nariz, injertarse pelo y quitarse un poco de barriga. Total: 5.000 dólares. La operación sería el 28 de agosto. Conviene insistir en la fecha para comprender la cantidad de fantasía que Dioni arroja so­bre su estancia en Río. Todas esas costumbres adquiridas, esos há­bitos, las asiduidades son cosa de un periodo tan corto como el que pasa cualquier turista: poco más de una semana, porque Dioni, re­cordémoslo, había salido de Lisboa el 19 de agosto.

Todo apunta a que fue el cirujano quien dio aviso a la policía, que lo detuvo poco después. De todas formas lo hubieran detenido tarde o temprano porque se dedicó a llamar la atención tanto como pudo, quizás lamentando no ser tan reconocido como se supone que debe serlo Julio Iglesias. Entre otras imprudencias, hizo volar a Río a una amiga suya llamada Pilar, de nacionalidad peruana, pero residente en Madrid, y a un matrimonio también amigo: José Luis Ontalva y María José Domínguez, que le llevaron dinero. Ambos serían deteni­dos en Brasil, expulsados a España, donde les esperaba la policía que también los detuvo, juzgados y condenados.

Si el matrimonio Ontalva-Domínguez fue a Brasil para llevarle dinero, Pilar viajó desde Lima para cuidarle tras la operación. Lue­go se volvió a Perú. "Pilar y yo nos despedimos haciendo el amor de­senfrenadamente, en la cama, en el suelo, tan sólo nos faltó hacerla en la nevera. Éramos dos máquinas imparables".

Tres días antes que el matrimonio, llegó a Río Celso, con más di­nero. Poco después, sin embargo, Celso, Marcelo, Kenia y algunos más que nada pintan en esta historia fueron detenidos por la poli­cía, o eso le dijeron. Dioni decide en ese instante poner tierra por medio durante unos días y viaja a Iguazú, con el matrimonio amigo y una muchacha contratada a través de una agencia de «señoritas de compañía». La chica, Andrea de nombre, tendría sus minutos de gloria.Una revista española publicaría un reportaje de desnudos su­yos.

A la vuelta de Iguazú, Dioni tuvo la visita de la policía. Nada cor­tés, de hacerle caso. Unos verdaderos mal educados que le abrieron el frigorífico y se le bebieron "el champán a morro", además de amenazarle con darle el paseíllo si no les contaba dónde estaba el botín. Porque la policía brasileña encontró, a falta de otras cosas, una car­peta con recortes de prensa sobre el robo del furgón de Candi.

Desde el 26 de septiembre, menos de dos meses después de co­metido el robo, hasta el 26 de julio de 1990, Dioni estuvo en una prisión en Río de Janeiro. La literatura generada por este periodo tiene tanto interés como el que pueda sentir Dioni por las obras comple­tas de Marx y Engels. Anotar simplemente que Dioni era objeto del deseo de determinados medios. Durante estos meses fue entrevista­do, previo pago, por varias cadenas de televisión y alguna revista. Lo que contó es tan verosímil como el relato de su estancia en Vallecas.

Durante su viaje a España, en el avión, le acompañó un periodis­ta de la revista Interviú que le preguntó:

"¿Tienes algún buen recuerdo de tu estancia en la cárcel de Río?"

Ésta fue la respuesta de Dioni:

"Siempre recordaré una anécdota. Una noche dos policías fede­rales, a cambio de mil dólares, me sacaron de paseo, me llevaron a la sala de fiestas Montelíbano y después a una fiesta privada, donde un juez se pasó toda la noche intentando que me metiera una raya de cocaína con él."

El ingrato ni siquiera se acuerda de que la megafonía de la pri­sión reproducía canciones de Julio Iglesias.

El juicio contra Dioni se abrió el 23 de mayo de 1991. El fiscal pi­dió seis años y su abogado, Emilio Rodríguez Menéndez, empezó pi­diendo cuatro meses y terminó por reclamar la absolución para el hé­roe de Río. Mientras, los comentaristas de prensa se dividían entre quienes veían en él a un nuevo Robin Hood y quienes le considera­ban simplemente un chorizo. Sabina, perpetuo defensor de causas perdibles, le dedicó una canción. Más adelante hasta Dioni grabaría un disco. ¿Por qué no, si también lo hace Julio Iglesias?

Durante el juicio quedó probado que Dioni se llevó 298.217.000 pesetas. Que contó con la colaboración de varias personas, algunas de las cuales también fueron condenadas. La policía recuperó un to­tal de 157.217.000 pesetas. Del resto del dinero nunca más se supo. Dioni declaró a los jueces que se lo entregó a Celso y que no ha vuelto a saber de él desde los lejanos días de Río. La condena fue de tres años y cuatro meses. El Tribunal Supremo la ratificó. El Dioni, tras salir de la cárcel, aseguró que estaba muy, pero que muy arrepenti­do de aquel pronto que le impulsó, sin pensarlo apenas, a llevarse un furgón con un montón de millones. Jura que no lo hará más.

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