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“¡Mandad un hidroavión ya, estamos en pánico!”

Los efectivos de extinción logran perimetrar casi todo el incendio que ha arrasado 3.200 hectáreas de la provincia de Albacete

Vecinos de varias pedanias de Yeste, deslojados por el incendio. Samuel SánchezFoto: atlas | Vídeo: ATLAS
J. J. Gálvez
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Junto a una ajetreada tienda de campaña de la Cruz Roja, instalada en el soportal de una residencia de estudiantes de Yeste (Albacete), la octogenaria Remedios González se señala las piernas hinchadas y se lamenta. "¡Cinco días llevamos ya fuera de casa!", exclama esta vecina de la cercana aldea de Llano de la Torre, mientras mueve la cabeza y se seca las lágrimas que se le escapan al recordar cómo dejó atrás su vivienda el pasado viernes: "Todo fue muy deprisa. Llegó mi hijo y me contó que debíamos marcharnos rápidamente porque había un incendio. Nos pusieron un autobús para sacarnos de allí. Pero apenas nos dieron unos minutos para recoger alguna cosa. Yo lloraba como una magdalena del susto que llevaba en el cuerpo".

Las llamas, que habían comenzado el jueves, avanzaban descontroladas en ese momento y los servicios de emergencias desalojaban a los vecinos en peligro. Un total de 445 personas, de siete pedanías, que este martes aún no habían podido volver a sus hogares y que "nerviosas" e "impotentes" recibían esperanzadas la información de que, tras arrasar 3.200 hectáreas, el fuego estaba prácticamente perimetrado.

"Las noticias son muy positivas. Tenemos ya una previsión de solución a corto-medio plazo", ha afirmado este martes el consejero de Medio Ambiente de la Junta de Castilla-La Mancha, Francisco Martínez Arroyo: "El incendio está estabilizado en la zona norte, así como en la sur, que se está enfriando en este momento. Probablemente, entre la noche de hoy [por este martes] y mañana [por este miércoles] podamos tener la zona perimetrada en su totalidad". Según los datos del Gobierno regional, más de 400 efectivos trabajaban este martes en la extinción, con el apoyo de diez medios aéreos y 40 terrestres. Los hidroaviones y los helicópteros surcaban los cielos para descargar agua sobre las columnas de humo. Y en tierra se perfilaban, a mano y con maquinaria pesada, líneas de cortafuego preventivas.

Todo ello, bajo la atenta mirada de muchos vecinos que, apostados en las cumbres de las montañas que rodean el valle, observaban las labores de los servicios de emergencias y señalaban a La Parrilla como la zona donde comenzó el incedio y desde donde se recibió la primera llamada en el 112. "Estamos en un campamento scout y hemos evacuado a los críos al pueblo. Por favor, mandad un avión", avisaba una mujer por teléfono, según consta en la grabación de los servicios de emergencias. De fondo, se escuchan gritos. "Joder, joder", repite la alertante, madre de uno de los niños y cocinera del campamento. Su respiración resuena agitada: "Estamos aquí aislados. Este pueblo no tiene continuación. ¡Por favor, mandad un hidroavión ya! ¡Esto se puede parar! Pero hay una columna de humo bestial". "¡Por favor, mandadme alguien! Tenemos la columna de humo aquí enfrente. Estamos en pánico. Estamos rodeados de monte. Y esto es pino. Como siga ardiendo, aquí arde todo", insistía.

"Han sido unos días muy angustiosos porque veíamos muy cerca una gran columna de humo y cómo el incendio se intensificaba. Las llamas llegaron hasta una de las aldeas y la UME (Unidad Militar de Emergencias) tuvo que hacer una línea de defensa para evitar que alcanzaran a otra. Ahora, parece que está todo más controlado", apunta Javier Gosálbez, teniente de alcalde de Molinicos, uno de los municipios al que pertenecen varias de las pedanías afectadas y a donde trasladaron a decenas de desalojados. A muchos los han acogido familiares. "Y, del resto de evacuados, casi todos están durmiendo ya en casas rurales o de vecinos que se las han ofrecido", remacha el concejal.

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En las camas desplegadas en la residencia de estudiantes de Yeste aún pernoctan, en cambio, unas 90 personas. Entre ellos, Joaquina López, de 65 años. Ella vive en Bilbao desde hace cuatro décadas, pero había aterrizado en Llano de la Torre hace tres semanas —el municipio natal de su esposo— para pasar las vacaciones. "Cuando nos desalojaron, mi marido no se quería ir. Tuvo que venir un guardia civil a decirle que se marchaba por las buenas o se lo llevaban esposado", subraya la sexagenaria, que relata cómo su hija, que venía de camino al pueblo para pasar unos días con ellos, tuvo que desviarse y quedarse en casa de una amiga en Albacete. Desde entonces, toda la familia aguarda a que les dejen regresar.

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Sobre la firma

J. J. Gálvez
Redactor de Tribunales de la sección de Nacional de EL PAÍS, donde trabaja desde 2014 y donde también ha cubierto información sobre Inmigración y Política. Antes ha escrito en medios como Diario de Sevilla, Europa Sur, Diario de Cádiz o ADN.es.

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