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España, el protestantismo y las mujeres

"La Reforma continúa", proclama el manifiesto del multitudinario congreso de las iglesias protestantes en Madrid

Una estatua de Lutero, en Alemania.
Una estatua de Lutero, en Alemania. Jens Meyer (AP)

"La Reforma continúa". Esta es la principal conclusión del VIII Congreso Evangélico celebrado esta pasada semana en el Wizink Center (antiguo palacio de deportes), en Madrid. "Pastores y líderes, hombres y mujeres de distintos niveles de responsabilidad ministerial y representatividad, nacionales y extranjeros han reflexionado sobre la fe, los principios y los valores del protestantismo con una mirada puesta en sus raíces históricas, a fin de analizar los desafíos del presente y proyectarse hacia el futuro", subraya el primer párrafo del documento final. Paralelamente a los debates, los protestantes han desarrollado otras muchas actividades con participación, en ocasiones, de más de 7.000 personas.

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"La Reforma protestante iniciada hace 500 años es un movimiento que transformó la realidad de la Iglesia cristiana y de la sociedad occidental. La traducción de la Biblia a las lenguas vernáculas permitió que las raíces de la Reforma se hundieran en las Escrituras", concluyen los congresistas, unos mil pastores y teólogos llegados de varios continentes. "La Iglesia es iglesia en sociedad". En consecuencia, los protestantes reclaman y subrayan "la necesidad de abandonar el gueto, al que las iglesias evangélicas fueron relegadas por el franquismo".

Ante los desafíos que afronta la sociedad del siglo XXI, 500 años después de que Lutero clavara sus 95 tesis en la puerta de la Iglesia del Castillo de Wittenberg (Alemania), el Congreso Evangélico se suma a las iniciativas sociales que denuncian las nuevas formas de esclavitud y trata de personas, así como contra "toda forma de violencia de género y de discriminación de las mujeres". También afea "las iniciativas legislativas y sociales que conculquen derechos, en especial los referidos a la libertad religiosa, de expresión y de conciencia".

Si las conmemoraciones de la Reforma reflejan cada época, puede proclamarse que este 500 centenario se destaca porque, por fin, las mujeres han tomado mando en gran parte de las confesiones. Se ha dicho que el XX fue el siglo de las mujeres. El XXI culmina el proceso. No hay que descartar que la Iglesia católica se una al festejo, admitiendo a la mujer al sacerdocio y dándole poder en su compleja organización.

El pasado no avala al Vaticano si hacemos caso a lo escrito por muchos de sus principales pensadores. "El protestantismo no es más que la religión de los curas que se casan, así como el islamismo es la religión de nuestros escapados de presidio en África", escribió con su, muchas veces, habitual frivolidad Marcelino Menéndez Pelayo. Católico a machamartillo, según propia definición, el polígrafo santanderino fue un abanderado del pensamiento católico tradicional frente a la Reforma, a la que desprestigia una y otra vez en la Historia de los Heterodoxos’ Tomó sus obsesiones antifeministas (él, que fue impenitente mujeriego) de San Jerónimo y san Agustín, que relacionaban sexo y herejía.

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La mujer tuvo un papel decisivo en la vida de Jesús y en los primeros años del cristianismo, pero en siglos posteriores se impuso un patriarcado que, para consolidarse, impuso la idea de la imbecillitas sexus, de la menor capacidad intelectual de las mujeres. Esto escribe Menéndez Pelayo sobre los peligros de poder leer la Biblia en lengua vernácula: "Puestas las sagradas escrituras en romance, sin nota ni aclaración alguna, entregadas al capricho y a la interpretación individual de legos y de indoctos, de mujeres y niños, son como espadas en manos de un furioso, y solo sirven para alimentar ciego e irreflexivo fanatismo".

El religioso suele ser el aspecto más conocido de la historia de la Reforma, pero hay otros muchos, en los que Menéndez Pelayo no quiso (o no pudo) profundizar. Por ejemplo, las corrupciones. La Iglesia romana gozaba hace 500 años de un poder enorme en el Occidente, pero muchas cosas olían a podrido en su seno. "A principios del siglo XVI, todas las personas importantes dentro de la Iglesia Occidental estaban clamado por reforma", sostiene el profesor de historia de Cambridge, Owen Chadwick, al comienzo de su primer tomo sobre la Reforma. Había corrupción y superstición. Los puestos eclesiásticos se compraban y vendían. Muchos sacerdotes eran adúlteros, borrachos e ignorantes de las Escrituras. Esto confesó Maquiavelo en 1512: "Nosotros los italianos somos más irreligiosos y corruptos que otros porque la iglesia y sus representantes nos han dado el peor ejemplo".

Lutero, a diferencia de otros líderes cristianos de su tiempo como el español cardenal Cisneros, quería más que una renovación moral. Estaba convencido de que el problema era mucho más radical. Hacía falta una transformación doctrinal profunda. Fue la venta de indulgencias y la avaricia económica y de poder de los jerarcas católicos las que provocaron a Lutero a levantar su voz contra la corrupción religiosa, pero sus 95 tesis son sobre todo teología. Entre otros aspectos, la reforma luterana afectó a la mariología y la infantil veneración a los santos; a la transubstanciación; a la justificación mediante la fe y el mérito humano; a la división ontológica entre el clero y los laicos; a la autoridad de los libros deutero-canónicos y la libre (y necesaria) lectura de la Biblia; a los siete sacramentos; a la falta de énfasis en la predicación, y, sobre todo, a la autoridad papal, que la jerarquía católica ha convertido en asombrosa papolatría. "Solo a Dios sea la gloria", contesta la Reforma.

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