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El tesorero del PP siempre llama dos veces

Luis Bárcenas, acusado de urdir la financiación ilegal del PP, parece tener un pacto de no agresión con Rajoy

Costhanzo

¿Quién es Luis Bárcenas? La pregunta se antoja una perogrullada en la propia notoriedad y ubicuidad del personaje, pero no lo es tanto desde la perspectiva de la criatura mutante en la que ha prosperado el extesorero del PP. Su peripecia de abnegado contable en la sombra, por ejemplo, ha engendrado una obra de teatro y una película, y él mismo ha dado nombre a un acceso del Everest, explorando más todavía las costuras de la realidad y de la ficción, la verdad y la mentira, entremezcladas en los tribunales de justicia a la medida de una estrategia obstruccionista y evolutiva.

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José Luis Bárcenas Gutiérrez (Huelva, 1952) ha renegado de sus papeles tanto como los ha legitimado. Ha acusado a Rajoy de haber bendecido la caja b tanto como lo ha exonerado de cualquier implicación nauseabunda. Ha amenazado con dinamitar el PP tanto como ha neutralizado su pulsión incendiaria. Ni siquiera se ha reconocido en sus siglas —LB, L. Bar—, en su caligrafía o en el predicado de “Luis el cabrón”.

Bárcenas no es Bárcenas de tantas veces que ha cambiado de ardides, de aspecto, de amistades. Y es verdad que los 19 meses en prisión preventiva le han atornillado en la tierra firme como si llevara grilletes, pero no hasta el extremo de capitular en su prepotencia, ni hasta el punto de cuestionar su impresionante capacidad de adaptación.

Bien lo saben los reclusos comunes del módulo cuatro de Soto del Real. Bárcenas se convirtió en su líder, en su amanuense, en su consejero sentimental. Tanto querían al señor del pelo gris que terminaron reservándole una mesa propia en la biblioteca.

Supo Bárcenas vivir en la opulencia y en la desmesura, del mismo modo que supo resistir entre las paredes del penal madrileño. Leyendo a Conrad. Repasando los sumarios. Y esperando el momento de responder al sms del presidente Rajoy: “He sido fuerte”, dijo Bárcenas al salir de Soto con menos kilos en el cuerpo y menos kilos en el banco. Los tiene intervenidos, 47 millones, igual que tiene bloqueado cualquier rendimiento financiero. Lo mantiene su numerosísima familia y lo hace su hijo Guillermo, líder de un grupo indie, Taburete, cuyas canciones romanticonas arroban a los jóvenes votantes de Ciudadanos como si la música adquiriera un efecto purgante. Debe costarle al orgullo de L. Bar. vivir del dinero ajeno, sobre todo cuando él ha sabido multiplicarlo como las fotocopias del Monopoly. Haciendo inversiones, le ha dicho al juez. Vendiendo obras de arte. Y sabiéndose adaptar a la economía gaseosa.

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Su escarmiento judicial representa una amenaza imprevisible a la posición sobrenatural del Rajoy

La virtud del transformismo no concierne ni al carácter rocoso del montañero ni a la arrogancia del chuleta. Se demostró en la comparecencia del lunes. Inauguraba Bárcenas la comisión de la financiación ilegal del PP como quien inaugura un pantano, pero despreciaba la liturgia institucional y la interlocución de los portavoces parlamentarios. Impertinente, sobrado, Bárcenas hablaba mucho cuando no quería decir nada y enmudecía cuando se trataba de responder a las claves de la trama.

Era la perspectiva desde la que enternecía la intervención del diputado Popular Carlos Rojas. Se supone que Bárcenas había esquilmado al partido. Que era un personaje execrable. Que había denunciado al PP por echarlo en diferido y por haberle destruido sus ordenadores. Que había llevado a juicio a la secretaria general, María Dolores de Cospedal. Y, sin embargo, Rojas se abstuvo de hacerle preguntas. Sostuvo que la comisión únicamente aspiraba a cubrir de fango el PP. Y sobrentendió que el apoyo de los votantes en las urnas podía aceptarse como una suerte de aval judicial.

Habría logrado el PP neutralizar el efecto de la corrupción de tanto incurrir en ella. Y sería Bárcenas la demostración más evidente de la naturalidad con la que los populares asimilan a sus ovejas negras después de haberlas ahuyentado. LB ha recuperado el rango de “señor Bárcenas” y ha sido descrito esta semana por Francisco Álvarez Cascos y por Javier Arenas —testigos en el juicio de la Gürtel— como un trabajador abnegado y un subordinado de Álvaro Lapuerta, de tal manera que las irregularidades de la caja b, la planificación de las comisiones y el trajín de los sobresueldos en cajas de puros o de zapatos obedecían al prosaísmo de una metodología heredada. Lástima que Lapuerta no pueda ratificarlos o desmentirlos. Ha sido exonerado del juicio por senilidad. Y se ha convertido en chivo amordazado, aunque fuera Rajoy quien nombró a Bárcenas tesorero en 2008.

Había tardado en ascender de la sima a la cima LB. Entró en el PP en 1982; convirtió en su segunda esposa a la telefonista del partido, Rosalía Iglesias, y fue medrando piso a piso como si la torre de Génova fuera un ochomil. Y como si los cuadernos de “contabilidad extracontable”, manuscritos con buena letra, dibujaran el mapa de la ascensión, se supone que repartiendo sobresueldos, remunerándose a sí mismo y triangulando con la destreza de un agrimensor: empresa, partido, obra pública.

LB ha recuperado el rango de "señor" y ha sido descrito por Cascos y Arenas como un trabajador abnegado

Adquirió el rango de senador entre 2004 y 2010 y, puestos a adquirir, adquirió la dacha de Baqueira, el chalé de Marbella y el piso del barrio de Salamanca, ignorando que las grabaciones realizadas por un concejal raso de Majadahonda, José Luis Peñas, iban a situarlo como compadre-padrone de Francisco Correa en la trama de la Gürtel.

Bárcenas se expone a 42 años de cárcel. Su esposa, a 24. Son los extremos de un escarmiento judicial que mantiene al extesorero insomne, y que representa una amenaza imprevisible a la posición sobrenatural de Rajoy.

Se diría que han llegado a un pacto de no agresión. Y que la reconciliación formal de las últimas semanas no sería tanto descriptiva de la omertà como precursora del precio que Luis Bárcenas quiere poner a su silencio, a sus mentiras y a sus verdades. Porque el tesorero siempre llama dos veces.

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