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Historia de un asesino reincidente: “Sabíamos que venía a matarnos”

Una investigación de meses, plasmada en 700 folios, acabó con la detención, otra vez, de ‘El loco del chándal’

J. J. Gálvez
Manuel González, en la primera jornada del juicio que se celebró contra él en los noventa.
Manuel González, en la primera jornada del juicio que se celebró contra él en los noventa.L. Gene (EFE)

"Han sido años terroríficos. Sabíamos que venía a matarnos. Estábamos seguros de que quería hacerlo, pero no sabíamos cuándo, dónde o cómo lo intentaría. ¿Cómo se puede vivir así?". Las palabras de José Luis Vidal resuenan en el coche mientras conduce por una carretera sin apenas cobertura. Hace solo unos días que, "por fin", duerme entre rejas la pesadilla que lo atormentaba. Y, ahora, suena aliviado. "El loco se había obsesionado conmigo porque tuve que liderar, como alcalde, las protestas contra su presencia en el pueblo”, cuenta el exregidor de Almadén de la Plata, un municipio sevillano de 1.500 vecinos, donde desembarcó Manuel González, El loco del chándal, a inicios de 2014, tras salir de prisión por agredir a 16 mujeres y acabar con la vida de una de ellas. La pasada semana, más de tres años después, la Guardia Civil volvió a detenerlo, acusado de intentar asesinar a las dos hermanas de Vidal.

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Los agentes creen que este criminal, de 52 años, ha sumado dos nuevas fechas a su largo historial delictivo, forjado en la década de los noventa con agresiones sexuales, apuñalamientos, media docena de intentos de asesinato y uno consumado. Según el instituto armado, el 14 de mayo de 2016 y el 12 de marzo de 2017, se dirigió a las viviendas de sus dos víctimas, Lucía Atanasia y María Dolores, para arrojar gasolina en la entrada y en las ventanas y prenderles fuego. Las llamas se propagaron a tal velocidad que, en uno de los incendios, una de las hermanas quedó atrapada. “Los vecinos derribaron la puerta para sacar a la sexagenaria”, detalla la Guardia Civil, que inició entonces una ardua investigación que condujo hasta El loco del chándal.

Más de 700 folios de pesquisas, según fuentes de las fuerzas de seguridad, que recompusieron los pasos y el perfil de un hombre al que los forenses describieron como violento, "desalmado", sádico y con un sentimiento de inferioridad frente a las mujeres. Un personaje condenado a 175 años de cárcel por la Audiencia Provincial de Barcelona en 1995 —pena rebajada a 169 años por el Supremo—, que se benefició de la derogación de la doctrina Parot para salir de prisión el 22 de noviembre de 2013. Había cumplió dos décadas entre rejas.

"¡Levántate, que te mato!"

La exclamación sorprendió a la víctima número 14 a las tres y media de la madrugada del 13 de septiembre de 1993. La chica, de 25 años, salía del parking de su casa mientras El loco del chándal, sentado en una moto, observaba sus pasos. Cuando introdujo la llave en la puerta del portal, González se abalanzó sobre ella con tal brutalidad que cayeron dentro del edificio. Y, sin perder un segundo, le puso una navaja de ocho centímetros en el cuello. "¡Levántate, que te mato!", le gritó a la joven, a la que arrastró hasta el ascensor. "¿Tú qué quieres? ¿violarme?", le dijo ella, antes de que la tirara al suelo, la pateara en la cabeza y la ahogara con las manos. González creía que la había matado y se marchó. Pero la joven, que había perdido el conocimiento, sobrevivió. Su siguiente víctima perdió, en cambio, la vida. El loco, que atacaba vestido de chándal, asesinó a Carmen Díaz el 19 de septiembre de 1993 a la salida del metro de Can Boixeres. La apuñaló con un cuchillo muy afilado de 25 centímetros, que le seccionó una arteria. "Carmen se desplomó sobre las escaleras, no sin antes desandar casi 45 metros hacia el exterior, con la vana intención de recabar ayuda", subraya la sentencia. Díaz, de 31 años, tenía dos hijos de 11 y 2.

 "No se había rehabilitado y los informes que teníamos eran desfavorables", recuerda uno de los magistrados que participó entonces, ante la inminente puesta en libertad de González, en una reunión pionera. La sección novena de la Audiencia de Barcelona decidió convocar a las víctimas a un encuentro: "Las mujeres se habían pasado toda una vida creyendo que su agresor nunca saldría y, de pronto, no era así. Queríamos facilitarles toda la información sobre lo que iba a pasar para que no se toparan de golpe con los titulares de los periódicos. Y ofrecerles ayuda psicológica y de las fuerzas de seguridad. La cita fue por la tarde para que fuera lo más discreta posible y evitásemos el trasiego diario de los juicios".

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"Papeles del fracaso"

Aunque, en ese momento, la alarma ya estaba en la calle. El loco del chándal no solo se había negado a someterse a cualquier tratamiento para agresores sexuales, sino que además el psicólogo de la cárcel consideraba "extremo" el riesgo de que volviese "a cometer un nuevo delito sexual y violento” que acabase con la vida de alguien. Y su excarcelación se tradujo en manifestaciones en Martorell (Barcelona), adonde se trasladó en un primer momento, y en Almadén de la Plata, adonde se mudó posteriormente. "Toda la culpa la tiene la justicia. Qué va a ser de nuestros hijos y nietos", exclamaba un vecino en una de las concentraciones, donde resonaban los gritos de "asesino" y "fuera, fuera". Allí estaba Vidal.

 "Posiblemente sea un peligro. A mi modo de ver, tenía que haber salido de prisión y entrado en un psiquiátrico", apuntaba, en el programa Salvados (La Sexta), el sacerdote Josep María Fabró, que había conocido a El loco del chándal antes de su excarcelación, cuando una multitud se presentó en el entierro del padre del criminal, en Martorell, para ver cómo bajaba esposado hasta la iglesia donde se celebraba el funeral: "Le pedí a los Mossos que le quitaran los grilletes y les dije que yo le acompañaría. Evité que la gente disfrutara con esa escena".

Manuel González, detenido en su domilicio, el pasado 3 de julio.
Manuel González, detenido en su domilicio, el pasado 3 de julio.

A las 07.05 de la mañana del pasado 3 de julio, sentado de cara a la pared, con la cabeza gacha y las manos esposadas a la espalda, González escuchaba detrás de él cómo, tras irrumpir en su domicilio y detenerlo, los agentes registraban las habitaciones para recomponer el puzle de sus supuestos últimos delitos. Encontraron un bidón de gasolina. Horas después, ya delante del juez, admitía que era suyo. Y el magistrado decidía volver a mandar a prisión a este carnicero de profesión, que aterrorizó la provincia de Barcelona entre el 17 de noviembre de 1991, cuando actuó por primera vez, y el 19 de noviembre de 1993, cuando sumó su víctima número 16. "Sus agresiones marcaron la vida de muchas personas. Para siempre", dice un juez.

"El procesado presenta un trastorno sexual del tipo de la parafilia sádica", detallaron los forenses en el juicio celebrado en los noventa contra él. González, con un coeficiente intelectual bajo —de 67 en la escala Wechsler, según consta en la sentencia—, se acercaba a sus víctimas por detrás. Las apuñalaba en los glúteos con punzones, cuchillos y puntas de flecha. Y, después, las manoseaba. Pero no está loco, según concluyeron los médicos. "Es capaz de entender el alcance de sus actos", afirmaron los psicólogos sobre un criminal al que, cuando registraron su casa hace dos décadas, le encontraron documentación archivada sobre una ocasión anterior en la que había sido detenido. González lo había guardado todo junto a una nota, cogida con un clip: "Papeles del fracaso", rezaba.

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Sobre la firma

J. J. Gálvez
Redactor de Tribunales de la sección de Nacional de EL PAÍS, donde trabaja desde 2014 y donde también ha cubierto información sobre Inmigración y Política. Antes ha escrito en medios como Diario de Sevilla, Europa Sur, Diario de Cádiz o ADN.es.

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