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El cambio tiene nombre de mujer

En algo más de una generación se ha producido una transformación tan vertiginosa que se puede calificar de revolución

El presidente Rodríguez Zapatero, con las mujeres del segundo Gobierno paritario que tuvo España (2004).
El presidente Rodríguez Zapatero, con las mujeres del segundo Gobierno paritario que tuvo España (2004).gorka lejarcegi
Ana Alfageme

Aquellos mítines del PSOE en junio de 1977 en Granada comenzaban al anochecer. Si no, eran pocos los que se acercaban. María Izquierdo, 30 años entonces, número 2 de la lista al Congreso de los Diputados, veía desde arriba que los gritos —“¡amnistía!, ¡”libertad!”— solo eran proferidos por hombres. “Las mujeres no estaban. Me nació como un feminismo elemental”. La voz de la profesora de literatura se carga de emoción: “Al final algunas se acercaban, la mirada teñida de miedo, a veces llorando, y me contaban historias terribles de la represión franquista…”. La profesora de historia Nona Inés Vilariño, 27 años en 1977, número 4 en la lista de UCD por A Coruña, notaba la mirada de las mujeres en los mítines con los que recorrió Galicia pueblo a pueblo. “Sentía que me veían como un referente, alguien que las iba a ayudar”.

Esas mujeres eran poco más que esposas y madres, despojadas por el franquismo de los derechos reconocidos por la República, iban a la cárcel por adúlteras, no tenían la patria potestad de los hijos y acababan de estrenar el derecho a trabajar —solo lo hacían el 27% de las que tenían edad para ello— sin permiso del marido.

Han transcurrido 40 años. Algo más de una generación. Las españolas de hoy trabajan —el 54%, aún por debajo de la media europea—; han conquistado la universidad (su nivel de educación es más alto que el masculino); la docencia, la judicatura o la sanidad, igualando y superando en número a los hombres, y progresan en la ciencia (cuatro de cada 10 investigadores son mujeres). Un cambio tan vertiginoso —basta echar un vistazo a los gráficos de su incorporación en estos campos— que se puede calificar de revolución.

España es peor para ellas en los últimos años: hemos retrocedido 17 puestos en el ranking de igualdad del Foro Económico Mundial, hasta el 29

¿Cuáles son los catalizadores que han acelerado este cambio? Algunas de las protagonistas de este periodo único (una transición también particular desde una dictadura de cuatro décadas que detuvo el reloj del progreso) coinciden en que, sobre todo, ha sido la lucha de las propias mujeres la que ha traído un mundo mejor desde aquel machismo “totalmente integrado”, como rememora la feminista Justa Montero, 21 años entonces, “éramos sujetos de segunda, invisibles”.

Ella estaba al tanto de las primeras grandes citas, todavía ilegales, del movimiento feminista. En el encuentro más numeroso, 4.000 mujeres reunidas en Barcelona en 1976, ya se reclamaba la igualdad legal, la coeducación, que se despenalizaran los anticonceptivos y el aborto, y, por supuesto, el divorcio.

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Paralelamente, el 15 de junio de 1977 Izquierdo, Vilariño y otras 25 mujeres se convirtieron en parlamentarias entre 570 hombres: un raquítico 6% de los diputados que estrenaban democracia. Las listas (se habían presentado 658 candidatas) las habían relegado a los últimos puestos.

Con aquella imagen de la Pasionaria junto a Rafael Alberti en el Congreso y luego presidiendo la mesa de edad —“se instaló una empatía instantánea entre todos. Yo lloré muchísimo”, recuerda Vilariño— nació la complicidad entre esas figuras que devuelven las fotografías: una marea de ternos rodeando a una (siempre solo una) de las pioneras. “Realmente compartíamos el 80% de lo que pretendíamos en cuestiones de mujeres”, rememora la diputada gallega. La socialista Carlota Bustelo, luego primera directora del Instituto de la Mujer, llevaba la bandera feminista, como recuerdan en el documental Las constituyentes (2011, Oliva Acosta), donde participan 14 parlamentarias y donde ratifican aquel hermanamiento.

Se recuerdan trabajando a destajo. Pero eso no significó protagonismo. “Hasta mediados de los ochenta, los hombres estimaron que la defensa de los derechos de las mujeres no era urgente. En el día a día lo percibías muy claramente. Te decían que sí pero no se ejecutaba nada”, asegura Izquierdo. “Los hombres de entonces te dejaban llegar hasta aquí, pero como te pasases, cuidado. Estábamos en los aledaños. A los cenáculos del poder no teníamos acceso”, se lamenta Vilariño.

Ninguna participó en la redacción de la Constitución, que consagró la igualdad ante la ley sin distinción de sexos, pero permitió que el hombre tuviera preferencia en la sucesión a la Corona. En un gesto inédito, todas las parlamentarias se ausentaron para no votar el artículo 57.

Las feministas de militancia única rechazaron el texto: “No es la Constitución de las españolas”, se lee en un manifiesto que llamaba al voto negativo en el referéndum. “Ignoró las demandas del movimiento feminista (como el aborto, el divorcio, la coeducación o la eliminación de la Corona agnaticia)”, dice Laura Nuño, directora del Observatorio de Igualdad de Género de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Izquierdo alega que todas esas cuestiones “se trataron a fondo en una cámara de mayoría de derechas”.

Pero las leyes que empujaban a las mujeres fueron llegando. Tras un debate enorme en el seno de UCD, se aprobó la de divorcio (1981), que equiparó a España a la mayoría de países europeos. El mismo año se alcanzó la igualdad entre hombres y mujeres en el matrimonio. Otros cambios legales cruciales aparecerían de la mano de Gobiernos socialistas: la despenalización parcial del aborto (1985); la ley contra la violencia de género (2004), la de Igualdad (2007) y la garantista norma de plazos para la interrupción voluntaria del embarazo que vería la luz en 2010 y que respondía tanto a las demandas de la sociedad como al entorno internacional.

En la calle las mujeres, a ritmo creciente, superaban barreras y rompían techos

En la calle las mujeres, a ritmo creciente, superaban barreras y rompían techos. En 1977, España estrenó la primera decana de Universidad; un año después, otra mujer se convirtió en juez. La década terminó con Carmen Conde en la Real Academia Española y 42 policías nacionales vestidas con falda. Algo que no ha parado desde entonces: hubo muchas pioneras: primera ministra (Soledad Becerril, Cultura, 1981), rectora (Elisa Pérez Vera, 1982, UNED), militares (1988), presidenta del Congreso (Luisa Fernanda Rudí, 2000)… Una de ellas es la investigadora Margarita Salas, primera mujer en ingresar en la Academia de Ciencias, en 1988. “Fui la única en 20 años. Me sentía sola”, dice. Sola estuvo desde que realizó su tesis, al inicio de los años sesenta, y era también la única. “Había mucha discriminación. Los investigadores, todos hombres, pensaban que no estábamos capacitadas”. Hoy, Salas, que también se sienta en la RAE, está rodeada de mujeres en el laboratorio. Es una de las 44 mujeres de las academias nacionales. “Estamos luchando para que entren tantas que merecen estar aquí”.

“El gran motor del cambio fue el respaldo de las mujeres a la democracia. Tan pronto como tuvimos libertades, nos fuimos incorporando. En pocos años nos hemos situado en las instituciones”, dice Izquierdo, “pero es verdad que las leyes se cambiaron antes que la cabeza de las personas”. Vilariño cree que fue crucial el acceso a la educación y a la universidad: “La liberación tenía que pasar por la independencia real, la económica, y la despenalización de los anticonceptivos, esa emancipación de la maternidad no deseada”.

“Las mujeres cambiaron. Esa transformación identitaria y el movimiento feminista da toda la argumentación teórica para reclamar cambios legales, de prácticas y modos”, asevera Nuño. La entrada en Europa facilitó el camino, asegura, porque las directivas se transformaron en leyes, como la de Igualdad. “El movimiento feminista ha sido el catalizador de los derechos”, mantiene, por su parte, Montero.

En 2017, 4 de cada 10 parlamentarios son mujeres (pero ninguna llegó como cabeza de lista); hay muchas profesoras de universidad —40%, el número se ha doblado desde 1977— (pero solo una catedrática de cada 5 y 11 rectoras) y apenas hay magistradas en la cúpula de la justicia. Las mujeres ganan un 15% menos que los hombres, el paro y la crisis las han golpeado más, trabajan el doble en casa y conviven con unos niveles de violencia machista insoportables que se han llevado por delante la vida de 27 mujeres en lo que va de año. España es peor para ellas en los últimos años: hemos retrocedido 17 puestos en el ranking de igualdad del Foro Económico Mundial, hasta el 29, porque hay menos mujeres en el poder político que en los Gobiernos socialistas, y por la desigualdad económica y en puestos de dirección.

El ansia de igualdad está lejos de ser colmada. Las mujeres de todas las edades, en 2017, se sienten más vigilantes

¿Qué se puede hacer? “Para empezar, que se cumplan las leyes. En igualdad, no cumplir sale gratis”, dice Nuño. No se ha producido el despliegue completo de las normas contra la violencia de género e igualdad. No se ha conseguido que haya mujeres en número significativo en la cúpula de las empresas (11,8% en órganos de dirección, 20% en consejos de administración, lejos del objetivo del 40% de consejeras) y solo 3 de cada 100 empresas con más de 200 trabajadores han presentado planes para mejorar la situación de sus empleadas.

El ansia de igualdad está lejos de ser colmada. Las mujeres de todas las edades, en 2017, se sienten más vigilantes. Señales como la gran movilización contra el intento del PP de revertir el derecho al aborto, el levantamiento creciente contra la violencia machista o las históricas manifestaciones del 8 de marzo de este año hablan de impaciencia. De una nueva eclosión.

Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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