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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una moción en propia meta

La frivolidad parlamentaria y el cambio de tablero político malogran la estrategia de Iglesias, obligado ahora a batallar con el PSOE de Sánchez

Pablo Iglesias en la Puerta del Sol de Madrid, en la concentración convocada en favor de las moción de censura contra Rajoy.
Pablo Iglesias en la Puerta del Sol de Madrid, en la concentración convocada en favor de las moción de censura contra Rajoy.Emilio Naranjo (EFE)

La inmortalidad de Mariano Rajoy se explica en sus méritos políticos y en la fidelidad de sus votantes, pero cuesta trabajo desvincularla de la cooperación providencial de sus rivales. Al presidente del Gobierno le convenía, por ejemplo, la victoria de Pedro Sánchez porque le despeja el caladero del centro, y le ha terminado conviniendo incluso la moción de censura harakiri que le ha organizado Pablo Iglesias.

Pretendía aislarlo el líder de Podemos, retratarlo en su soledad, exponerlo como la vergüenza de la corrupción. Y aspiraba igualmente a denunciar al PSOE en su posición de lealtad implícita a los populares, pero el ardid se le ha demostrado contraproducente, hasta el extremo de convertirse Iglesias en protagonista de una moción en propia meta.

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Porque únicamente ha logrado la adhesión de Bildu y ERC. Porque ha provocado el recelo de Compromís. Porque discrepan de ella los represaliados errejonistas. Y porque le ha sorprendido a contrapié el cambio de rumbo del Partido Socialista.

Toda la estrategia política de Iglesias consistía en amalgamar al PP, al PSOE y a Ciudadanos en la misma viscosidad del antiguo régimen. Eran la triple alianza, "lo de siempre". Y la moción de censura aspiraba a demostrarlo, precisamente porque decidieron rechazarla inmediatamente los socialistas y los diputados de Rivera.

No va a darle vuelo Sánchez a la bravuconada de Iglesias, pero el líder de Podemos tampoco puede exponer al nuevo timonel del PSOE como un costalero de Rajoy. Ni por la beligerancia del pasado ("Usted no es decente"). Ni por el rechazo de Sánchez a la abstención que emprendieron los compañeros socialistas. Ni por la insistencia con que ha reclamado la dimisión del presidente del Gobierno.

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El sanchismo no sólo ahueca el discurso de la casta y del sistema. Complica a Iglesias su papel de opositor implacable. Pedro Sánchez compromete el espacio electoral de Podemos y coarta la comodidad con que la formación morada creía garantizado el ejercicio del antagonismo en la pureza de la izquierda. No está claro si la victoria de Sánchez es una buena noticia para el PSOE, pero es una mala noticia para Podemos.

Es la perspectiva desde la que Sánchez ha rechazado prestarse a la moción de censura. Nadie va a discutirle su antimarianismo. Ni tampoco el derecho a despecharse de Iglesias, pues fue Iglesias quien abortó su llegada a la Moncloa y quien prefirió la coronación de Rajoy a las concesiones ideológicas o estratégicas que hubieran supuesto investir presidente al candidato socialista. Su enemigo.

Queriendo dejar solo a Mariano Rajoy, Pablo Iglesias se ha quedado solo él mismo, víctima de una frivolidad parlamentaria que malogra la bala de plata y que reviste de connotaciones tragicómicas la fecha en que va a dispararse al éter: martes y 13.

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