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A la feria con el aula puesta

Jerez desarrolla un programa de atención a un centenar de feriantes para garantizarles un campamento digno y educación a los menores

Escuela instalada en un campamento junto al recinto ferial de Jerez de la Frontera para hijos de familias trabajadoras itinerantes.Vídeo: foto y PACO PUENTES
Jesús A. Cañas
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La Feria de Jerez se queda sin caballos

Daniel cumple hoy cinco años y, risueño, se lo hace saber a todo aquel con el que se encuentra. Este año lo celebra en la Feria del Caballo de Jerez de la Frontera, con los amigos que ha hecho en estos días. Aunque a Daniel se lo pueda parecer, ni Chelo Silva y ni Antonio Vargas, sus padres, están de vacaciones en la localidad gaditana. Vinieron desde Navalmoral de la Mata (Cáceres) para ganar “lo justo para comer”, como reconoce Vargas. Día y noche venden claveles y descansan en un campamento cercano junto a 20 familias más, pero Chelo está tranquila por su hijo. Sabe que, mientras ella y su marido trabajan, “estará bien, tratado con cariño y aprendiendo”, gracias al Programa de Atención a Familias Itinerantes que impulsa el Ayuntamiento jerezano para garantizar la educación de los niños y las atenciones básicas de los feriantes con menos recursos.

Tanto los cacereños como el resto de familias se asentaron en el campamento el pasado jueves 11 de mayo, cuando la feria aún no había comenzado. Lo hicieron en unos terrenos cercanos al área de atracciones infantiles y preparados por el Área de Acción Social del Ayuntamiento de forma gratuita donde estarán hasta el próximo 21 de mayo. Durante estos días, las 95 personas (60 adultos y 35 menores) tienen acceso a luz y fuentes de agua potable y aseos, asistencia social y apoyo en las gestiones sanitarias y administrativas. Sin embargo, es la educación de los menores de los feriantes la que motivó la creación de un programa que ya suma 19 ediciones.

Una pequeña caseta de feria con techo de rayas verdes y tarima de madera hace las veces de aula matinal. Sentados alrededor de tres mesas, los 35 niños y niñas se entremezclan en edades desde los 5 a los 13 años. “Damos clases de apoyo de matemáticas o inglés. Nos adaptamos a las necesidades de cada niño y al nivel educativo que tengan”, explica Fran Mejías, mediador de Senda, la empresa que este año se encarga de la atención de los pequeños. Cada mañana, las clases arrancan a las 10.00, impartidas por tres educadores.

Para ese entonces, Fran y su compañera Cristina ya han recorrido el campamento animando a los padres para que los niños se acerquen por clases. No les cuesta convencerles. “Están encantados porque hoy el absentismo escolar está muy perseguido y los niños no pueden faltar a clases. Aquí les damos un certificado de asistencia que les vale en sus colegios. De hecho, hay más de uno que, como sus profesores saben que vienen a este aula, vienen con tarea desde sus ciudades”, añade el mediador. Este año es la primera vez que Senda se hace cargo del servicio con las familias itinerantes y sus cinco trabajadores no se pueden manifestar “más satisfechos con una experiencia tan enriquecedora”, como reconoce Mejías. Sin embargo, en Acción Social son veteranos en la tarea.

Un proyecto “pionero”

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“Comenzamos en 1998, cuando detectamos que había muchos niños vendiendo claveles solos o con sus padres”, reconoce Manuel García Suárez, jefe del Departamento de Menores del Ayuntamiento. Fue así como surgió un programa contra la mendicidad infantil que, aunque tiene sus días fuertes en la feria, se extiende a lo largo de todo el año con pequeños residentes de la localidad. “Prohibir no sirve de nada si no das alternativas”, reconoce García. Y de ahí surgió una respuesta para los feriantes que ha conseguido reducir los casos de mendicidad infantil en la fiesta. “Estas familias suelen acudir a las ferias al completo, con sus hijos. Era necesario garantizarles a los menores el acceso a la educación durante estos días que no pueden acudir al colegio y, además, sus padres entretanto pueden moverse y organizarse”, añade García.

A diferencia de los feriantes con atracciones o tartanas de comida, con mayores recursos y medios, el centenar de habitantes temporales de este campamento se enfrentan a difíciles realidades de exclusión social. Estas circunstancias les empujan a destinar parte del año a llevar una vida nómada para acudir a las distintas ferias de España a vender claveles, lotería o tabaco (esta última, como actividad ilegal). Este año, la mayor parte de las familias procede de España, seguidas de núcleos familiares de portugueses y rumanos. Habitualmente, como explica García, “son de etnia gitana”. “Viven contextos muy complicados y cuando llegan a las ferias suelen encontrarse rechazo, ya que no tienen donde establecerse”, explica García.

El operativo va más allá de la enseñanza de los niños e intenta cubrir otras áreas. En colaboración con las áreas Infraestructura, Medio Ambiente y Fiestas, policías nacionales, autonómicos (encargados del control de la asistencia a clase) y locales y la asociación de atención a inmigrantes CEAIN, se busca cubrir la mayor labor asistencial posible. En los primeros días, el Ayuntamiento imparte charlas a las familias para concienciarles sobre la mendicidad infantil y el absentismo escolar. Igualmente, se hacen registros con el número de adultos y posibles protocolos médicos de los presentes en el campamento que se comunican a los centros de salud cercanos y al hospital. Además, los mediadores recorren el campamento para solventar los posibles conflictos que surgen entre las familias asentadas o con el lindante campamento de los empresarios feriantes. Ahora, García trabaja para incorporar duchas de cara al año próximo, en el que se celebrará el 20 aniversario del inicio del proyecto.

“Fue un programa pionero y, en estos años, hemos tenido solicitudes de información de distintos ayuntamientos pero no tenemos constancia de que esto se haga en otras ferias o ciudades”, reconoce García. A su lado, Chelo Silva corrobora su idea: “Esto se sale de lo normal. Estamos acostumbrados a ir a otras ferias en las que no te dejan acampar, te tiran los claveles y te tratan mal. Aquí percibimos el cariño y el interés por nuestros hijos”.

Mientras Silva habla, a su lado su marido recorta los tallos de los claveles bajo un toldo. En pocas horas, Chelo saldrá a venderlos por las calles del real mediodía, tarde y noche. Pero, eso será luego. Ahora, Daniel sale de clase. Son las 13.00 horas y toca la última parte del aula matinal: juegos de grupo en el centro del campamento. Ajenos a los problemas de los adultos, los niños corren divertidos bajo un enorme paracaídas de colores. Daniel está entre ellos, se ríe divertido y despreocupado. A fin de cuentas, hoy solo importa que es su cumpleaños.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.

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