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La generación pospuesta

Los ojos grandes, negros, y en la sonrisa una melancolía inolvidable, de persona hallada en medio de una nube o de un pensamiento

Juan Cruz
Carme Chacón, caminando por la calle, sonriente.
Carme Chacón, caminando por la calle, sonriente.Claudio Álvarez

Carme Chacón volvía de Barcelona, en tren, cargada de maletas y bolsos, apresurada, con su hijo de la mano; buscaba un taxi y tenía en el rostro ese susto que muestran las personas que buscan reposo en medio de la batalla de las tardes, tras el cansancio de un viaje. Los ojos grandes, negros, y en la sonrisa una melancolía inolvidable, de persona hallada en medio de una nube o de un pensamiento.

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Es una fotografía de la que tengo todos los contornos; sucede con el último encuentro de la vida, que luego se adentra en ti como una metáfora que tiene todas esas palabras; apresuramiento, susto, cansancio, viaje, nube, batalla y último. Es el retrato de una mujer de este tiempo que llevaba en las manos, además, el futuro, la crianza del hijo, el destino caminando con ella. Detrás, a dos pasos de su vida, una historia que la llevó de la humildad de vivir a los grandes espacios ministeriales.

A los 46 años si has sido tantas cosas, si has entablado ya tantas luchas, entre hombres, además, es que tienes en el corazón (en el corazón, precisamente) una energía descomunal, infinita. Desde que era una chiquilla. Esa raíz militante, ese espíritu de aprendizaje, es compartido hoy, con esa edad en que ha muerto, por muchas mujeres y hombres que nacieron cuando se estaba muriendo Franco y este país se aprestaba para ser más abierto, menos gris, más adolescente.

Como otros de su estirpe (socialista, en este caso) se dedicó a cultivar la política “para dar ejemplo a las generaciones venideras”, como ha de hacer un verdadero patriota, según dice Timothy Snyder en su libro Sobre la tiranía. Ella lo intentó, lo intentaron otros y otras, con el mismo espíritu, con semejante energía.

El fin de la vida de Carme Chacón es también una metáfora que lleva a pensar que quizá esas energías con los que convivimos se están desparramando sin que seamos capaces de entender que esa generación que nació treinta años después que nosotros aún no ha encontrado verdadero terreno en nuestro país.

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No es la generación escachada ni la generación triste ni la generación descuidada. Digamos que es la generación pospuesta, y eso no es bueno para el país ni para nadie. En mi memoria está su rostro aquella tarde viniendo de Barcelona y es esa mirada la que inspira la desolación y la tristeza que siento ante tan temprana muerte de una mujer que fue tanta promesa.

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