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Un psicólogo para Podemos

Envidias, endogamia y las redes sociales agravaron la guerra entre Iglesias y Errejón

Íñigo Errejón y Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados.
Íñigo Errejón y Pablo Iglesias en el Congreso de los Diputados.Uly Martín

Por la noche, en un bar de Malasaña, el profesor Juan Carlos Monedero, fundador de Podemos y amigo de Pablo Iglesias, explica su versión del conflicto delante de un plato de patatas fritas y un botellín de cerveza. De su discurso, bien hilado, se desprenden frases duras contra Íñigo Errejón, viejas heridas que aún duelen, acusaciones sin billete de regreso:

— Errejón es muy inteligente, igual es el alumno más brillante que yo he tenido, pero es muy ambicioso y muy arrogante, una cualidad que suele coincidir con una cierta cobardía. Y, aunque tiene menos carisma que una estatua en Vladivostok, se ha rodeado de un círculo de aduladores, de jovencitos dispuestos a todo que le han hecho creerse un líder, el balón de oro del sistema electoral español.

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A la mañana siguiente, en su despacho del Congreso, la diputada Carolina Bescansa, también perteneciente al grupo fundacional de Podemos, mueve la cabeza con disgusto.

—Es malísimo que hayas escuchado todas esas cosas…

En la calle, tres agentes del grupo de subsuelo de la Policía Nacional regresan de su excursión rutinaria por las cloacas de la Carrera de San Jerónimo. Al margen de quién gane o pierda la asamblea de Vistalegre 2 este fin de semana, tal vez lo más duro para aquellos jóvenes del 15-M y para buena parte de los cinco millones de ciudadanos que votaron a Unidos Podemos en las pasadas elecciones haya sido descubrir que, bajo los adoquines de la política, sigue sin haber arena de playa.

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La extrema dureza de la refriega entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón —y de sus respectivas “camarillas”, en expresión del filósofo y exdirigente de Podemos Luis Alegre— induce a preguntarse dónde está la raíz de tanta inquina. Las divergencias políticas entre uno y otro —más radical Iglesias, más pactista Errejón— no parecen suficiente motivo para que los viejos amigos de la facultad de Políticas de la Universidad Complutense, aquellos que eran capaces de sincronizar sus ideas sin ni siquiera mirarse y de formar un tándem capaz de darle la vuelta a la política española en dos años, se hayan convertido en feroces enemigos, incapaces no ya de disimular en público sus diferencias sino de evitar una bronca en medio del Congreso de los Diputados. ¿Dónde empezó la pelea?

“Después de las elecciones europeas, como Pablo estaba en Bruselas y yo en la universidad, el aparato del partido lo monta Errejón”, afirma Monedero. “Y, a partir de las elecciones andaluzas, empiezan los desencuentros. Errejón hace la lectura de que necesitamos solvencia institucional. Y ahí se produce un choque. Nos damos cuenta de que Errejón ha construido un partido dentro del partido”.

Monedero, que no suele dar puntada sin hilo, llama a uno por el nombre y al otro por el apellido, por si quedara alguna duda de cuáles son sus afectos. Solo utiliza el nombre de pila para subrayar la gravedad de lo que él ve como una traición: “Íñigo se olvida de que su secretario general es Pablo”. O “Íñigo no me defiende cuando la prensa me ataca y tengo que esconderme en mi casa como si fuera un ladrón; Pablo sí dio la cara”. Los años que parecen décadas van pasando y, ante el fallido asalto a los cielos, las heridas que no dolieron en el fragor de la batalla empiezan a sangrar.

“Cuando no se produce el sorpasso al PSOE”, prosigue el profesor, “Pablo, que es muy transparente, dice que está cansado, que le han dado muchos golpes, que le ayuden. Y lo que Errejón lee es: ‘si Pablo está cansado y tal vez piense en marcharse, ¿cómo quedo yo?’ Y entonces se pone en marcha un proceso feo, convulso, que tiene que ver con lo que ha salido del Mate Pastor [una supuesta estrategia de Errejón, que este niega, para derribar a Iglesias]”.

Después de la sorpresa inicial, los diputados de Podemos ya se han adaptado al Congreso, sus comodidades e incluso sus vicios. Llama mucho la atención que, mientras en la cafetería o en los pasillos es relativamente fácil abordar a un ministro o a un candidato a la secretaría general del PSOE, los líderes a la gresca de Podemos atraviesan los pasillos siempre escoltados por sus respectivos equipos de asesores —burocracia duplicada— a modo de cordón sanitario. Carolina Bescansa dimitió de su cargo en la dirección para sustraerse a esa locura al menos hasta que las aguas vuelvan a bajar más tranquilas.

Según la diputada, buena parte del problema surge de la falta de reglas claras: “Al principio éramos una organización muy pequeña con reglas muy laxas, y estaba bien porque era más ágil. Pero, al crecer, es indispensable la organización, la claridad en la toma de decisiones. Al no existir, se ha producido una dinámica de confrontación en torno a dos compañeros que es peligrosa. Si algo está claro es que los liderazgos siempre tienen que ser herramientas al servicio del proyecto, no fines en sí mismos. Cuando tú construyes personajes que al final se acaban devorando, le estás haciendo daño al proyecto.

—¿Se puede pensar en Podemos sin Pablo Iglesias?

—Es que en Podemos no sobra nadie, faltan otros cinco millones de personas.

El estancamiento electoral de Podemos sugiere que no será fácil encontrar a esos cinco millones en el rincón de la izquierda más radical. Esa es al menos la tesis de Errejón, quien estos días ha advertido: “Si se imponen las tesis de Iglesias será más difícil sacar a Mariano Rajoy de La Moncloa”. Una tesis que parece secundar buena parte de los que han ido abandonado al actual secretario general hasta dejarlo desconectado de los históricos de Podemos y de algunos de sus socios territoriales, que acusan a la actual dirección de un centralismo excesivo.

Bescansa admite que en la actual refriega todos han tenido su parte de culpa, que no es una cuestión de hace dos meses sino mucho más vieja, y que el uso “muy irresponsable de las redes sociales y de los medios de comunicación” ha terminado por conducir la contienda a un punto que parece de no retorno. Y añade que el camino a la solución será lento: “Podemos tiene que ser más aburrido. Tenemos que ir más despacio y, sobre todo, crear espacios físicos. El nivel de la eliminación de lo analógico en Podemos es inquietante. Todos los niveles de dirección de Podemos están tan mediatizados por la tecnología que dices: ‘¡madre mía!’ Tenemos que ser más analógicos, más aburridos, e ir más despacio. Y tal vez con esos tres ingredientes seamos capaces de rectificar”.

“En la universidad eran muy antisistema, pero tenían el poder”

Aunque, tal vez, la incapacidad que algunos reprochan a los líderes de Podemos para lidiar con la realidad haya que buscarla más atrás. El diputado socialista Ignacio Urquizu (Teruel, 1978) ha observado desde antiguo a todos los actores de la refriega —“Monedero me dio clases, tengo la misma edad que Pablo, conozco a Íñigo”— y quizá por eso no le sorprenden tanto ni los decibelios de la bronca ni la deriva de Podemos. “Yo vengo de una familia muy humilde”, explica, “y cuando decidí hacer Ciencias Políticas en la Complutense a mis padres no les hizo mucha gracia, porque no la veían una carrera muy práctica”.

“Al llegar a la facultad, me sorprendió que los que estaban al frente de las organizaciones más radicales como Contrapoder —Iglesias, Errejón y Pablo Bustinduy— era gente de clase media, niños bien metidos a hacer la revolución. Y a los demás, que éramos hijos de trabajadores, algunos nos dividían entre fascistas, si éramos del PSOE, y frikis, si pertenecían a una asociación cultural que se llamaba El Señor de los Dadillos [por la obra de Tolkien y los dados de los juegos de rol]. Su discurso era muy antisistema pero, en realidad, ellos eran los que tenían el poder: las becas, las plazas docentes. Ellos siempre han sido así, politólogos, funcionarios. Por eso, de luchas intestinas lo saben todo, pero de la vida real mucho menos. No son prácticos porque jamás en la vida les tocó ser prácticos”.

Uno de aquellos antiguos frikis del Señor de los Dadillos, que prefiere guardar anonimato, corrobora la versión de Urquizu. “La gente de Contrapoder”, dice, “siempre tuvo hacia los demás un aire de superioridad y de prepotencia”. “Para ellos era inconcebible que nosotros, en vez de apoyar huelgas y firmar manifiestos, nos dedicásemos a organizar ciclos de cine o jornadas sobre la cultura asiática, a los videojuegos o al rol. Se reían de nosotros”. Este doctorando afirma que lo que está pasando no le sorprende: “Siempre fueron intransigentes, tanto con los demás —si no estabas politizado, mal; pero si estabas politizado y eras del PSOE, peor— como con los suyos que se apartaban del carril: los malos rollos en Contrapoder produjeron al menos dos escisiones desde 2008 a 2014”. “En cualquier caso”, puntualiza, “no deja de ser gente inteligente, que hace dos años analizó muy bien el momento político y social del país”. “Te puedo decir una cosa: a pesar de todo, muchos de los antiguos frikis del Señor de los Dadillos terminamos votando a Podemos”.

Volviendo a la actualidad, el análisis más original del conflicto lo hace Juan Torres López, catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla. Sostiene que, al margen de las diferencias ideológicas, el elemento crucial de ruptura se parece mucho al que ocurre en las familias: “Dos hermanos, en este caso Pablo e Íñigo, pueden llevarse mal, pero la relación salta por los aires y se hace insoportable cuando aparecen los cuñados”. Un papel que Torres adjudica a determinados dirigentes o exdirigentes de IU, como Alberto Garzón y Manuel Monereo, y también a Monedero, que “odian a Errejón porque no les conviene” y que “inoculan a Pablo Iglesias la idea del sorpasso como única alternativa”. Y todo eso sin contar las relaciones sentimentales cruzadas, de novias, novios, exnovias y exnovios, en una cúpula con perfiles demasiado parecidos: “Profesores universitarios, alejados de la vida práctica”.

En Malasaña, ya avanzada la noche, Juan Carlos Monedero, que recuerda con nitidez el día que Pablo Iglesias le invitó a fundar Podemos —“Juanqui, tío, si tú no vienes no me lanzo”—, admite medio en broma y medio en serio: “Necesitamos un psicólogo”.

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