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“Hay que diferenciar entre demagogia y populismo”

El politólogo Manuel Arias en su ensayo ‘La democracia sentimental’ analiza el fulminante regreso de las emociones y las pasiones a la arena política

José Andrés Rojo
Carlos Rosillo

En los próximos meses habrá elecciones en Holanda, Alemania y Francia. Y es posible que crezcan las fuerzas de extrema derecha. Las emociones y los afectos parece que hoy pesan más que el debate de ideas y argumentos, como muestran los resultados del Brexit, del referéndum sobre los acuerdos de paz en Colombia o de la cita electoral que condujo a Donald Trump a la Casa Blanca.

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De ahí que sea muy oportuno el ensayo que Manuel Arias Maldonado, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga y con una sólida trayectoria académica internacional detrás —colaborador además de distintos medios, como EL PAÍS, y responsable del blog Torre de marfil en Revista de Libros—, ha publicado hace unas semanas. En La democracia sentimental (Página Indómita) aborda el apabullante regreso de las pasiones a la arena política, fenómeno que amenaza con erosionar el sereno temple de la herencia ilustrada.

Pregunta.  ¿En qué momento estamos?

Respuesta. Con la crisis, el tejido social se tensó y surgieron manifestaciones emocionales de alto voltaje. Y hay sujetos políticos que pretenden aprovecharse de esta situación, con lo que la estabilidad política corre peligro.

P.  ¿No hay un exceso de información que obliga a los individuos a tomar atajos que lo simplifican todo?

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R. Una ideología ha sido desde siempre eso: un paquete cerrado que contiene una explicación del mundo. Lo que sí ha cambiado es el entorno. La oferta de información es más abundante que nunca. Pero somos muy ligeros al aproximarnos a esa información. Como el sujeto no es capaz de asimilar tanta complejidad, acepta ofertas de sentido simplistas. Por eso es un buen momento para los populistas, los nacionalistas y los demócratas radicales que hablan del referéndum como solución. En río revuelto, ellos pescan.

"La publicidad ha avanzado hacia la ironía, mientras que la política sigue anclada en una estructura de promesas algo primitiva"


P.  ¿En ese contexto hay margen para convencer al otro con argumentos?

R. Es muy estrecho. Pero lo ha habido siempre. Lo que plantea el liberalismo político, o teóricos como Habermas, es sólo una aspiración. Hay otra corriente, la del tribalismo moral, que nos dice que estamos prediseñados para tener una inclinación política concreta. Cooperamos con nuestra tribu, pero nos peleamos con las otras. ¿Cómo es posible ahí la persuasión? En una época de crisis se imponen las reacciones viscerales.

P.  Con lo que los valores de la Ilustración se van al garete.

R. El proyecto ilustrado se sostenía en la idea de un sujeto autónomo que atiende a razones. Y se creía que con la educación pública y la reducción de las desigualdades se conquistaría ese ideal. No ha sucedido tal cosa, así que hoy somos ilustrados sin ilusiones.

P.  Hay quienes sostienen que hablar de populismo hoy no es más que una estratagema para no aceptar la posibilidad de que se produzcan cambios drásticos.

R. El populismo existe con rasgos propios, cuando todo se reduce al antagonismo del pueblo contra una élite. Pero es importante diferenciar entre demagogia y populismo. Es demagogia decir “mañana acabo con el desempleo”; el populismo, en cambio, afirma que hay una élite quitándote el empleo y que te lo va a devolver como reparador de la democracia. El populismo tiene elementos concomitantes con el nacionalismo; en ambos casos se está diciendo que lo que sostiene el contrato social es la identificación emocional de aquellos que forman un pueblo o una nación. Y ahí la mediación de los líderes o las élites es decisiva. La revolución, el romanticismo político, está planteando en cambio un anhelo de totalidad que se realizará en el futuro. A diferencia del nacionalismo, que es más nostálgico.

P.  Sin promesas, sin embargo, no se ganan elecciones.

"El populismo existe con rasgos propios, cuando todo se reduce al antagonismo del pueblo contra una élite"

R. Es cierto. La democracia se basa en un mecanismo de gobierno/oposición y en una promesa de soluciones. ¿Y quién gana unas elecciones prometiendo complejidad, soluciones parciales, el “haremos lo que podamos”, etcétera? Habrá otro que dirá justamente lo contrario y ofrecerá soluciones rotundas, y seguro que éste se impone.

P.  Así que habrá que estimular los afectos que movilizan.

R. En la esfera política, cualquier consideración moral está supeditada a la eficacia. La gran virtud de la democracia es que está estructurada sobre el ideal de la verdad. Una verdad que es dinámica y móvil: no hay verdades absolutas. Un político puede faltar a la verdad, pero luego la opinión pública deberá ajustar sus decisiones a esas falsas promesas. Hay algo de hipocresía cuando el ciudadano reacciona como una dama ofendida por las promesas, que en el fondo sabe que son falsas, no cumplidas. Es como aquello de “Ariel lava más blanco”. Lo curioso es que la publicidad ha avanzado hacia cierta ironía mientras que la política sigue anclada en una estructura de promesas que no deja de ser primitiva.

P.  Habla en su libro de “brecha trágica”. ¿A qué se refiere?

R. A la inevitable distancia que existe entre el ciudadano y la polis. En la mayoría de los asuntos colectivos siempre habrá un largo trecho entre nuestros deseos y la solución que tenemos que aceptar forzosamente. Y esto es una tragedia porque no hay manera de suturar esa herida. Cuanto más intenso sea moralmente el ciudadano, más sufrirá esa herida; cuanto más moderado, podrá considerarla con más distancia. Rousseau propuso la idea de voluntad general, que todos estemos de acuerdo en una solución política. Pero representa una anhelo de identidad entre gobernantes y gobernados que nunca se da. Ante esa tragedia, yo creo que sólo se puede responder con ironía. Asumir que es inevitable y mantener cierta distancia frente a los proyectos colectivos. No desentendiéndonos de ellos, sino anticipando que las grandes expectativas van a verse defraudadas y que debemos limitarlas. Esto es muy poco sexy frente a lo que prometen el populista, el nacionalista o el revolucionario.

P.  Ironía. Y también melancolía, ¿no?

R. A través de ella anticipas la decepción porque conoces la imperfección de los asuntos humanos. Admito que es difícil asumir esta posición porque los grandes proyectos surgen de la ilusión. Así que lo del ironista melancólico es una ideal que sólo va a realizarse difícilmente. Pero sirve para hablar del ideal de autonomía.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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