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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Presión totalista

El Totalismo es un totalitarismo horizontal que depende de la comunicación social

Antonio Elorza
Manifestación en apoyo a Carme Forcadell.
Manifestación en apoyo a Carme Forcadell. Manu Fernandez (AP)

Elaborado hace tiempo por Robert Jay Lifton, el concepto de totalismo no ha tenido demasiada aceptación. Pero su pertinencia resulta innegable para designar aquellos procesos de eliminación del pluralismo y la libertad donde su agente no es el monopolio de poder ejercido por un partido-Estado (totalitarismo), sino la actuación de un colectivo organizado que impone la homogeneización de las conciencias, desde sí mismo o en colaboración con el poder vigente. Ejemplo primero: ninguna ley prohíbe entrar en un bar de Alsasua siendo guardia civil, ni organizar en Barcelona una contramanifestación con banderas españolas frente a las esteladas, pero ambas cosas entrañan riesgos.  De lo segundo, recuerdo la diferenciación establecida por el socorrista habanero entre su régimen y los de Europa del este: “Allí estás jodido, obedeces, y basta; aquí debes tú mismo pedir que te jodan”. Para eso están las asambleas populares y en su defecto los “comités de defensa de la revolución” y los “actos de repudio”.

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Totalismo es totalitarismo horizontal, cada vez más difundido en la medida que el poder depende, también de forma creciente, de la comunicación social. Y la informática hace posible un grado de manipulación de los medios antes inimaginable: pensemos en el papel de Putin y los Wikileaks en la elección de Trump. Cuenta Arcadi Espada que Rajoy evitó impedir la consulta catalana al temer un tsunami en la red. Precisamente, destaca en Cataluña el magistral ejercicio de manipulación secesionista, al acuñar el término “judicialización” para descalificar el imperio de la normativa constitucional y asentar en la mentalidad social la legitimidad de una sedición. Consignas y movilización de masas, sacralización de los símbolos independentistas y exclusión tajante de todo “españolismo”, ideológico o simbólico. Balance: supresión lograda de la expresión libre y del pluralismo democrático.

Nuestro izquierdismo populista sigue un cauce análogo. Parte de implantar en la mente de sus seguidores un criterio bipolar, maniqueo, según el cual el líder traza la senda del bien, expresión de los intereses de “la gente”, contra el círculo de los enemigos, que deben ser silenciados. El antiguo apaleamiento ha cedido paso al tuit viral condenatorio, suerte que lógicamente muchos intelectuales intentan eludir, convirtiéndose algunos en cómplices de la limpieza ideológica, según sucedió en Alemania de los años treinta. Como decía aquel cargo de Eusko Alkartasuna, comentando la persecución de ETA a los constitucionalistas: “¡Que no se metan en política!”. Si vas contracorriente de la pasividad generalizada, eres el factor de conflicto. De ahí que, como para Fidel y Chávez, los medios de expresión libres sean el obstáculo principal, a llenar de fango primero y, finalmente, a eliminar.

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