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Tribuna
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Melancolía bipartidista

Los dos viejos partidos se parapetan en el voto de los mayores de 60 y se desentienden de las nuevas generaciones

Josep Ramoneda
Luis Bárcenas, uno de los 37 acusados de la trama Gürtel.
Luis Bárcenas, uno de los 37 acusados de la trama Gürtel.Juan Carlos Hidalgo (EFE)

Ha empezado el carrusel judicial de la Gürtel. Durante varias semanas nombres que son iconos de la corrupción del PP —Bárcenas, Correa, Crespo, Pérez (El Bigotes), López Viejo y un largo etcétera— se sentaran en el banquillo. Y, por si fuera poco, en otra sala no muy lejana, están siendo juzgados Rato y Blesa, dos hombres todopoderosos en la España de Aznar. El desfile está en marcha, eco de unos años en que una trama de corrupción penetró las estructuras nacionales y locales del partido. Y no olvidemos que Mariano Rajoy fue secretario general del PP desde 2003 y presidente a partir de 2004. Cuando el escándalo estalló en 2009, Rajoy, rodeado de la cúpula de su partido, negó rotundamente los hechos: “Esto es una trama contra el Partido Popular”. Después, cuando las evidencias se fueron imponiendo, el presidente nunca asumió sus responsabilidades como máximo líder de un partido muy jerárquico, en que el jefe tiene un poder absoluto.

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Ahora, cuando el juicio arranca en la Audiencia Nacional, Rajoy sigue allí. Y está en puertas de ser investido presidente, con la abstención del PSOE. Y, sin embargo, sigue sin dar explicaciones ni asumir el pasado, e incluso se permite ponerse exigente con los socialistas, amenazando con ir a unas terceras elecciones —con el aval de los sondeos— si no le garantizan una legislatura estable.

Después de varios años a la deriva, en curva electoral descendente desde 2011, el PSOE, principal pilar del régimen que, desde 1982, marcó el funcionamiento práctico de las instituciones, se ha desplomado. Y hoy, después del triste espectáculo de una conspiración bananera, se debate entre regalar la investidura a Rajoy o prolongar su propia debacle en unas nuevas elecciones, puesto que no tiene fuerza para poner condiciones al presidente saliente, ni para negociar una agenda renovadora.Y mucho menos para exigir que el PP demuestre su compromiso con la regeneración cambiando de candidato a la investidura. Este es el estado de salud del régimen del 78. Y algunos aún dudan de que esté en crisis y de que sean necesarias reformas urgentes.

Ni el golpe contra Pedro Sánchez, ni el apaño de investidura que se prepara resuelven el problema. Al revés, lo hacen más crónico. Ambas operaciones son ejercicios de melancolía de la cultura del bipartidismo. Los dos viejos partidos, incapaces de anticipar los cambios de la sociedad, se parapetan en el voto de los mayores de 60 años para sobrevivir y se desentienden de las nuevas generaciones, es decir, del futuro. Y esta es la gran brecha por la que se desagua el régimen. Del mismo modo que por ella se está yendo el PSOE, le puede llegar el turno al PP. Y la escena judicial empuja.

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