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Rajoy, de Malagón a Málaga

Los equívocos del líder del PP contagian la caravana popular, que sigue el refranero al revés

Mariano Rajoy, haciendo campaña.Foto: atlas | Vídeo: Ó. CORRAL
Íñigo Domínguez

Pero, ¿en qué momento se convirtió Mariano Rajoy en una especie de Mister Bean? Ese personaje despistado y bonachón, que se lía con las frases y vaga por campos de alcachofas, se ha ido imponiendo mediáticamente, pero al final hasta puede funcionar. “En esta campaña lo vamos a usar”, confesó sin rodeos un alto dirigente del PP. Han comprendido que eso es un tipo corriente, y esos los que más votan. Esta comicidad accidental contagió ayer a la propia ruta de la caravana electoral del PP, que fue de Malagón, en Ciudad Real, a Málaga. Dicen que por casualidad, y sería coherente: es la típica cosa que diría Rajoy, confundiéndose en el orden del dicho, pero acertando sin querer, pues en vez de ir de mal en peor, sentido de la frase, viene a decir que están mejorando, o sea, a favor.

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La normalidad es lo más difícil de fingir, y a Rajoy le viene natural. Pasearla por los pueblos de España es lo mejor que puede hacer. Como en Malagón, 7.000 habitantes. La Mancha al PP le interesa. Su territorio entra dentro de esas 25 provincias donde se disputan votos en el aire. En el lugar del mitin, la placita del convento, huele a puro, se ven señoras de brazos mullidos y blusas de flores. Dos están sentadas junto a una estatua de Santa Teresa, que fundó aquí su tercer convento, y ahí están las tres, inmóviles, esperando al presidente. Es una escultura que inauguró el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz.

Uno podría pensar que la mayoría de estas 300 personas, de altísima media de edad y con banderitas del PP, son votantes cerriles de Rajoy, pero no. Muchos son escépticos, cansados de los políticos. Se quejan de la pensión, que no llega. Julián Gallego, 84 años, trabajador del campo. Trifón Pérez, jubilado tras 35 años en una empresa de muebles. La señora Milagros, de 82, cree que “los políticos están todos rabiosos, como los gatos, con ganas de engancharse”. Pero de Rajoy no hablan mal. La clave es esa normalidad: la sensatez, la nula estridencia, y que los otros candidatos son jóvenes y que sabrán menos.

Decepción: no hay merengue, cuando llega Rajoy suena el himno de siempre. Da apretones con la mano hacia arriba, en plan colega. Al subir al palco, María Dolores de Cospedal le baja otra vez y le lleva hasta una monja en silla de ruedas. Se nota que la que manda es ella. Organiza la gente en las fotos, ponte aquí, ven acá y esto lo hacemos así.

“Tengo solo un mensaje nítido y claro para que se entienda”, arranca Rajoy. Los periodistas de la caravana confirman, ya solo hay un mensaje: que vienen los extremistas, son ellos o nosotros y no ande usted perdiendo el tiempo votando a Ciudadanos. Del PSOE ya ni habla, para qué. Lo de Ciudadanos en Ciudad Real —nunca un partido encajó mejor en una circunscripción—, es clarísimo para Rajoy: sacaron un 12% que “no sirvió para nada”, porque no les dio escaño, pero se lo quitó a ellos, y eso se acabó. “Como siempre en la vida, la unión…”, empieza a decir, y la gente termina en coro: “¡…hace la fuerza!”. Podría haber dicho “No por mucho madrugar…” o “Dime con quién andas…”, el refranero es baza segura.

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Luego arremete contra esa “gente que no ha dejado de pisar moqueta en toda su vida”, admirable viniendo del superfuncionario por excelencia, desde que sacó las oposiciones de registrador con 24 años. El acto se cierra, ahora sí, con merengue, que da a la escena un aire de concurso alocado de la tele, con un ritmo frenético en el que el concursante debe hacerse el mayor número de selfies posible. Una foto, un voto.

De vuelta a Ciudad Real pasan por un cartelón enorme, “Electricidad Bárcenas”, ya es casualidad. Luego, al bar de la estación, a esperar el AVE a Málaga. Rajoy se sienta con Cospedal y la número uno por Ciudad Real, Rosa Romero. Se piden tres cocacolas. Ellas llevan la conversación con preocupación, explican cosas con contrariedad. Rajoy escucha asintiendo, con las piernas cruzadas, moviendo rítmicamente el pie en el aire. Marcando los tiempos, gestionando la incertidumbre, su especialidad. Seguro que es quien más tranquilidad transmite en su partido, el que cree que todo va a salir bien, aunque nadie sepa cómo. Al irse camina por el andén con aire casi marcial, moviendo el brazo, y estampa quijotesca, mientras le llevan cinco maletas. “Nunca había visto un político así, cogiendo el tren, solo algún futbolista…”, comenta un pasajero. Rajoy se sienta ante un señor con una perrita. Se llama Lúa. Rajoy habla con los dos, pero no de política. En el PP están motivados, en la calle ya no les insultan tanto con la corrupción. Dice un alto dirigente: “Es como si nos hubieran perdonado”.

Entre quesos con un pastor transilvano

Para la serie Rajoy Mirando Cosas de la Naturaleza, tras la mística de alcachofas y vacas, ayer tocaba ovejas. En la venta de quesos del "agüelo" Apolonio —así rezaba el cartel— cerca de Malagón. En camisa blanca, se acercó al aprisco y allí había unas ochenta, escoradas a la izquierda, con una negra en medio.

David Ionel, rumano de 38 años, fue el encargado de darle explicaciones. “Muy simpático, le gustan las ovejas”, comenta. El encanto campechano de Rajoy podría triunfar en Transilvania, de donde es este señor. Se levantó a las 4.10, dio de comer con el tractor a las ovejas, las ordeñó, paró a tomar un café a las 7.30, limpió comederos, luego ayudó a parir a alguna y remató la jornada con el presidente del Gobierno.

El ambiente era festivo, de primera comunión. Apolonio Mata, el dueño de la fábrica, de 76 años, opina de Rajoy: “Pues siempre me ha parecido muy bien, quizá demasiado blando. Las leyes hay que cumplirlas, y hay cosillas que debería llevar más rectas”. Rajoy se lleva dos quesos, los más caros, de reserva y con aceite, 13,25 euros el kilo, y unas judías, pero se lo regalan todo. Por un momento parecía estar en otra época: pasó un Seat 127.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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