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Elecciones Generales 26-J
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ser o no ser (social-demócrata)

Rajoy tiene la ventaja comparativa de que mantiene su preferencia por la gran coalición

Este jueves a medianoche comienza la campaña electoral y para entonces ya se conocerá la macroencuesta electoral del CIS. Los principales elementos a considerar en ella son si el PP mantiene la primera posición y si la coalición de Podemos con IU supera al PSOE.

Si el partido de Rajoy vuelve a ser el más votado pero sin mayoría absoluta, habría que reconocer al PP su legitimidad para optar a la investidura con el apoyo o la abstención de alguno de los principales partidos. Algo que ya habría sido lógico tras el fracaso del intento de investidura de Pedro Sánchez y del bloqueo subsiguiente. Rajoy cuenta con la ventaja comparativa de que ha mantenido desde el principio su preferencia por la gran coalición PP-PSOE con el refuerzo de Ciudadanos. Quien primero abogó por esa fórmula fue el politólogo J. M. Colomer (La supergran coalición. EL PAÍS, 22/12/2015), que comenzaba por recordar que en esa fecha había Gobiernos de coalición multipartidista en 21 de los otros 27 Estados de la UE, 13 de los cuales (el 48%) eran de gran coalición, mezclando partidos de derecha y de izquierda. No es, por tanto, algo solo válido para situaciones excepcionales.

Ocurre, sin embargo, que de sondeos anteriores se deduce que una gran mayoría de los votantes del PSOE preferiría una coalición de Gobierno con Podemos antes que con el PP e incluso que cuatro de cada cinco de esos votantes están en contra de aceptar la abstención de sus diputados para favorecer la investidura de Rajoy. La resistencia sería seguramente menor con otro candidato, pero que Rajoy no lo fuera es algo que solo podría darse si apareciera como decisión suya y no como condición impuesta por sus posibles socios.

El descenso del PSOE a la tercera posición sería una catástrofe para ese partido pero ni sería definitiva ni prueba del inminente final del ciclo socialdemócrata iniciado tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. No debe de ser tan inminente su desaparición cuando Pablo Iglesias ha elegido esa camiseta para su batalla final por La Moncloa. Y desde luego no es la primera vez que se pronostica ese desenlace. A fines de 1979, apenas diez años antes de la caída del Muro, el número uno de la prestigiosa revista marxista Mientras tanto, publicada en Barcelona, exhortaba a sus lectores a no renunciar a su inspiración revolucionaria, “perdiéndose en el triste ejército socialdemócrata precisamente cuando (...) está en vísperas de la desbandada”.

La pretensión de Iglesias de atribuirse el papel de líder de la “nueva socialdemocracia” encaja mal con sus hechos y sus dichos. Esa corriente se caracteriza, según resumía el politólogo Ramón Vargas Machuca (EL PAÍS. 7/7/2014) por conciliar voluntad redistributiva y lealtad institucional, por considerar al Estado de derecho un marco irrebasable para sus aspiraciones de justicia social, por hacer de los principios y procedimientos de la democracia constitucional un criterio de legitimidad. “En eso —concluía— consiste la moderación socialdemócrata y la diferencia con otras izquierdas”.

Tras las elecciones se tendrá que pactar. Pueden hacerlo todas aquellas fuerzas cuyas ideas se sitúen dentro de ese “tronco común” de valores compartidos al que se refería Francesc de Carreras en este periódico el pasado día 30. “Lo peligroso, advertía, sería desviarse, prescindir de la realidad, dejarse seducir por la magia, por las falsas ilusiones. Y todo ello por llegar al Gobierno”.

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