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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las raíces del mal

El Mal como espíritu ilimitado de destrucción ocupa un triste lugar de privilegio en el mundo contemporáneo

Antonio Elorza

En el Fausto de Goethe, el diablo Mefistófeles, Mefisto para los amigos, se autodefine como “el espíritu que siempre niega” para aclarar de inmediato que esa negación no concierne solo a las ideas, sino que implica un general “aniquilamiento”. Por eso, nos dice Mefisto, “todo lo que llamáis pecado, destrucción, en suma el Mal, es mi propio elemento”. Así entendido, el Mal como espíritu ilimitado de destrucción, ocupa un triste lugar de privilegio en el mundo contemporáneo, en los genocidios nazis y de Ruanda, en el yihadismo del ISIS, en el aniquilamiento del otro por Stalin o Pol Pot, en el terrorismo de ETA, en la cruzada de Bush.

La utilización del concepto del Mal es, pues, válida y útil para designar tales procesos de destrucción consciente y generalizada. El problema reside en que ese uso, mediante una deformación del pensamiento de Hannah Arendt, acaba convirtiéndose en el recurso, cada vez más practicado, para eludir el análisis de las raíces de ese Mal, que nunca surge por generación espontánea, ni en los genocidios sufridos por judíos y armenios, ni en el caso de los jemeres rojos, ni en ETA. Y así, sirviéndose del Mal como refugio, la razón renuncia a la exigencia orteguiana de ver claro e impide abordar problemas tan graves como el eventual retorno del nazismo (o de ETA) y el yihadismo.

Tal huida de la razón (del intelectual) resulta cómoda, pues permite la ocultación total de un tema muy complejo o espinoso: cabe hablar o escribir largo y tendido del terrorismo de ISIS —la prueba es aquí reciente— sin mencionar ni yihad ni Islam. Otro recurso habitual es la amalgama: no hay que centrarse en terrorismo religioso, porque también existió terror laico, Hitler cubre a ISIS, o bien la culpa fue europea en su perverso diseño político de Oriente Próximo. Todo menos atender la exigente recomendación de Lenin: partir del análisis concreto de la situación concreta.

Por esa línea, el papa Francisco acaba de ganarse un suspenso en teología al equiparar la “idea de conquista” en el Islam con el mandato de predicación universal de Cristo. ¿Y los medios? La intención es óptima, pero al fomentar la confusión, lo mismo que escondiendo la realidad tras la cortina del Mal, solo logramos dejar la puerta abierta al espectro de la mentalidad xenófoba que recorre Europa.

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