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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fobocracia a la española

El PP trata de minimizar los riesgos asociados a la llegada de los bárbaros

Fernando Vallespín

Mariano Rajoy ya lo ha hecho oficial: no va a debatir con Pedro Sánchez. A partir de ahora, debates a cuatro. El bipartidismo pasó a la historia, se inaugura la política de bloques.

Visto desde fuera, es una decisión inteligente porque eso le resuelve al PP una cantidad ingente de problemas. Primero, no tener que rendir cuentas de sus escándalos de corrupción, que ahora se encubrirán bajo el enfrentamiento ideológico puro y duro. La amenaza de que llegue el otro se convertirá en single issue, como diría un politólogo; no habrá más tema que ese. ¿A quién le importa el pasado bajo el temor a un futuro chavista? España, que hasta ahora se venía librando de la política del miedo que impera en el resto de Europa, va a convertirse así en una fobocracia más. De eso se trata, de incentivar el mal menor y de autoproclamarse como garante de la estabilidad, de los logros conseguidos y de minimizar los riesgos asociados a la llegada de los bárbaros. Conservadurismo pure.

Lo gracioso del caso es que se han apropiado de la estrategia schmittiana de Podemos, inspirada por Chantal Mouffe: define bien al enemigo y despreocúpate de todo lo demás. La clave está en saber establecer bien las distinciones binarias, nosotros y ellos. La célebre frase de Madame de Pompadour —aprés nous le déluge!— se convertirá en un “sin nosotros, el diluvio”. Las dos partes a ambos extremos compartirán, pues, la misma táctica. Con una diferencia, en el PP predominará la emoción negativa del miedo, mientras que Podemos recurrirá a la más positiva de la esperanza en instaurar lo “radicalmente otro” (Adorno). En todo caso, política de antagonismos cargada de emociones.

Esto supone, en segundo lugar, que sobra el ejercicio de la razón que requiere una discusión en profundidad de los programas electorales. Se hablará de ellos, claro, pero como uno de tantos aditamentos de la liturgia electoral, no como su eje central.

Y, en tercer lugar, ambos polos podrán permitirse el lujo de ningunear a los que circulan por el centro, que vagarán erráticos por tierra de nadie, zombis de la vieja política europea de los posibilismos reformistas. La pinza perfecta bajo el signo del decisionismo trágico al que parecen empujarnos los tiempos en que vivimos.

¿Pero acaso no es esto mismo lo que da miedo, el verse confrontado a elegir entre soluciones extremas? Con su viaje a Venezuela, Albert Rivera parece haber entrado desde el centro-derecha en esa estrategia fóbica y la mantendrá hasta el final. ¿Y el PSOE? Seguro que le acechará la tentación, aunque su mejor manera de diferenciarse sea el no caer en ella y, paradójicamente, hacer suyo el viejo principio del renacido Julio Anguita: programa, programa, programa. Es posible que sea arrollado al final por el juego de pasiones, pero es la única vía que le queda.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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