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COLUMNA
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Semillas y cosechas

Descubrimos que la generación mejor formada de la historia, pero “sin futuro”, no se resignaba a ser estatuas de sal de su precariedad. Demostraron una capacidad creativa de comunicación extraordinaria

Antoni Gutiérrez-Rubí

La expresión There is no alternative —TINA— (en español: “No hay alternativa”) se le atribuye a Margaret Thatcher y recoge la síntesis más cruda del pensamiento neoliberal. Su objetivo es desalentar e impedir cualquier alternativa razonable a las reglas dominantes del mercado o de la política. Se trata de bloquear, mentalmente, el camino de la opción, de la elección. El “No hay alternativa” pretende el desaliento, la derrota antes de la batalla. Es la victoria de quien pregona la imbatibilidad de lo imposible. Es la resignación de la conciencia. La claudicación del compromiso. No lo pienses, no lo hagas, no lo intentes. No podrás.

El 15-M es la rebelión contra el TINA. Indignada y festiva. Las calles y plazas que se llenaron hace cinco años fueron una respuesta desbordante, emergente contra la política sin alma, en todo el mundo: “No nos representan”. ¿De dónde han salido?, pensaban los cínicos. ¿Qué pretenden?, se preguntaban —sin cuestionarse los arrogantes. Pero el 15-M no salió de la nada: la crisis económica, política y social que nos destruía había minado nuestra conciencia y reacción. Y, de repente, sin el radar de los partidos y de los medios de comunicación tradicionales y sumergidos en sus redes, una generación de jóvenes demostró que la alternativa empieza en la cabeza y en los corazones: “Sí, se puede”, se atrevieron a gritar.

El espíritu del 15-M ha sido —y será— muy fértil. Semillas de cambio, de transformación más allá de la huella de sus protagonistas. Estas podrían ser algunas de ellas:

1. Los temas. “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”, afirmaba Mario Benedetti. Las plazas se llenaron de propuestas. La indignación fue proposición. Les acusaban de idealistas, y respondieron con un realismo moral y ético incuestionable. Nuestra agenda se llenó de palabras y temas nuevos por olvidados. Ausentes por despreciados. El bien común recuperó la centralidad del sentido común.

2. Los liderazgos. Descubrimos que la generación mejor formada de la historia, pero “sin futuro”, no se resignaba a ser estatuas de sal de su precariedad. Demostraron una capacidad creativa de comunicación extraordinaria. Las plazas se llenaron de poesía visual. Cinco años después esos liderazgos hoy son emprendimientos sociales, profesionales o políticos. De las plazas a los escaños y las alcaldías. De las redes a las cooperativas. De las asambleas a los labs. Han decidido ser makers de su futuro.

3. Las prácticas. El 15-M ha inoculado una cultura política que va desde la tecnopolítica a los nuevos formatos de deliberación, participación, acción y representación. Es pronto todavía para evaluar su real capacidad alternativa y regenerativa. Pero, a pesar de las limitaciones y los prejuicios del adanismo político de algunas de estas prácticas, el 15-M es una semilla potente que nos obliga, fuera de la zona de confort, a desaprender para aprender.

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