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Raza pottoka

“Pero te quiero salvaje”

Una galesa estudia el comportamiento de unos caballos de raza pottoka en Cáceres

Carmen Morán Breña
Lucy Rees da a oler su bota a un caballo en Piornal (Cáceres).
Lucy Rees da a oler su bota a un caballo en Piornal (Cáceres).JULIÁN ROJAS

Imaginen por un momento, no es difícil, que los bisontes de Altamira salen de su cueva y echan a correr por los campos de Santillana del Mar, libres y salvajes. Así trotaron, tiempo ha, los caballos de Lascaux, la cueva francesa coetánea de Altamira, mil años arriba o abajo. No eran, entonces, bestias para el arado ni para tirar de un carro, solo bestias con sus crines al aire, sus manchas de colores gatunos y una forma de relacionarse “de pandilleros latinos”. ¿Era así como se criaban? Lucy Rees opina que sí, pero quiere comprobarlo de la forma más científica que le permite una sociedad hipercivilizada como la actual.

Ha elegido lo más parecido a un paraíso cotidiano, las montañas del Valle del Jerte, al norte de Cáceres, para el esparcimiento silvestre de los pottoka, que así se llama esta raza de origen vasco, cercana, según Rees, a la de aquellos caballos de Lascaux que no conocieron doma ni herraduras.

Se consideran familiares cercanos de los equinos prehistóricos de Lascaux

Lucy Rees llegó a este valle extremeño, la tierra de las cerezas, unos cinco años atrás, para poner en práctica su experimento con animales. Alquiló 1.200 hectáreas de roble y piornos donde se alternan praderas y rocas, sol y nieve en las cumbres. Para los paisanos ella es más exótica que esos equinos de baja alzada. Esta galesa tiene 72 años, una agilidad entrenada y una melena en desorden de ese color pajizo que los españoles ubican de inmediato más allá de sus fronteras. Calza las mismas botas que los agricultores de la zona y tiene las manos curtidas como ellos; un chambergo raído, el pitillo liado y un galgo que salta cuando se abren las puertas del coche completan una estampa hippy que hace volver la mirada de la gente en el bar: ahí está la de los caballos.

Rees estudió zoología y su especialidad es el comportamiento animal: los pottoka son su pasión, no hay muchos por el mundo, algunos en el País Vasco, otros pocos en Australia… Y estos del Valle del Jerte, que se saltan las reglas y zalean las fincas vecinas: “Me he gastado más dinero en multas que en el alquiler”, masculla Rees. La zoóloga imparte clases de domesticación no invasiva: “No se trata de dominar, sino de proteger. Acercarse a ellos sin imponerse”. Falla el tiro quien piense que es la típica susurradora de caballos: “No tengo un don especial, me acerco a ellos sin conflicto”.

Pintura rupestre en la cueva de Lascaux (Francia).
Pintura rupestre en la cueva de Lascaux (Francia).
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Un caballo domesticado puede soltar una buena dentellada si se le incordia a la hora de la comida. Con uno salvaje, poca broma. Solo porque el fotógrafo insiste, Lucy Rees se encarama montaña arriba hasta el grupo que ha avistado desde el todoterreno. La mujer se acerca a uno de los potros y se sienta en el suelo. El animal le huele las botas, las manos, el pelo, enseña la dentadura. Ella se deja investigar con movimientos lentos. “Ahora ya sabes cómo son mis huellas; no es una trampa”, le convence en voz queda. “No piensa usar sus dientes en mí”, murmura para sí con acento extranjero. Por fin, el potro toma confianza y hay foto. “Pero te quiero salvaje”, le recuerda en la oreja.

Lucy tiene dos temores: uno de ellos son los lobos que ya acechan en la sierra de Gredos. Los pottoka encontrarán la forma de defenderse, porque viven y mueren sin que nadie intervenga. El otro peligro es el turismo: las bestias salvajes no saben cómo combatir eso.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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